Capítulo V

41 8 0
                                    

El sonido de las aves y animales del lugar me hacía explotar la cabeza. Al abrir los ojos, lo primero que vi fue el cielo despejado, un azul intenso que contrastaba con el verde del follaje alrededor. Me dolía todo el cuerpo, pero el dolor más agudo era el de la preocupación por mi hermano. 


¿Dónde estaba Rhiannon?


Me incorporé lentamente, recordando lo último que había sucedido: la caída desde el acantilado, Rhiannon gritando mi nombre, la desesperación en sus ojos. Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de él, pero solo vi árboles y arbustos. La fiesta, los príncipes... todo parecía un recuerdo distante y confuso.

—¡Rhiannon! —grité, mi voz quebrada por la angustia. No hubo respuesta.

Luché por ponerme de pie, cada movimiento era un esfuerzo monumental. Caminé con dificultad, tropezando con las raíces y las piedras, hasta que vi un rastro de sangre en las hojas. Mi corazón se detuvo por un instante. Seguí el rastro, cada paso más pesado que el anterior, hasta que lo vi.

Rhiannon yacía junto a una gran roca, inconsciente. Su rostro estaba pálido y su respiración era superficial. Me arrodillé a su lado, lágrimas cayendo por mis mejillas.

—Rhiannon, por favor, despierta —susurré, tomando su mano entre las mías.

No respondió. Busqué en mi mente cualquier cosa que pudiera hacer, cualquier recuerdo de nuestras lecciones de primeros auxilios. Necesitaba ayuda, y rápido.

De repente, escuché pasos apresurados y el sonido de voces que se acercaban. Temí que fueran los guardias o, peor aún, enemigos. Me escondí detrás de unos arbustos, rezando para que no nos encontraran. Pero cuando las figuras emergieron de entre los árboles, reconocí esa cara angustiada.

Temía que no quisieran ayudarnos, más que eso perjudicarnos, hasta que Michael observó el rastro de sangre de mi hermano, quien estaba en mis brazos, consumido en su desmayo.

—¡Aquí! —gritó, y se adentraron en mi escondite.

Los gemelos se apresuraron hacia nosotros. Tenía mucho miedo, pero más me daba el saber que perdería a Rhiannon si no hacía nada. Michael me miró y tocó a Rhiannon, se arrodilló junto a mí y empezó a examinarlo.

—Está vivo, pero necesitamos moverlo rápido —dijo, su voz firme pero llena de preocupación.

Con mucho cuidado, levantaron a Rhiannon y lo colocaron en una camilla improvisada.

—Me ayudarán, pero ¿a qué costo? —observé la situación, angustiada por la salud de mi hermano.

Michael se acercó, su rostro a centímetros del mío, y dijo—Sé que estás asustada, pero déjame ayudarte. No los llevaremos a mi palacio, así que no tienes que preocuparte por emboscadas o ser capturados. Conozco un pueblo cercano donde podrán ayudarte a ti y a tu hermano. Mírate, estás llena de heridas.

Ni siquiera lo había notado, el dolor que recorría mi cuerpo, por tan preocupada que estaba por la situación. Mi vestido, aquel que Rhiannon me había comprado, estaba hecho jirones. Solo me quedaba confiar en los gemelos.

Me aferré a la mano de Rhiannon durante todo el camino de vuelta al pueblo, rezando para que mi hermano se recuperara. Al llegar, nos recibieron muchas personas amables. Si bien reconocían quiénes éramos, no nos miraron con sorpresa ni desprecio, como mi padre había predicho.

El médico del pueblo atendió a mi hermano, quien yacía en una cama. —Se pondrá bien. Tiene algunas lesiones en la cabeza, pero nada grave a pesar de haber caído desde un risco tan alto—dijo el médico antes de marcharse y hablar con los gemelos. Michael se acercó a mí.

Los Dos Reinos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora