Capítulo VI

40 9 0
                                    

Al llegar, sabía bien lo que me esperaba. Los pasillos interminables por los que había llegado a lomos del caballo de Michael me resultaban tan diferentes de cuando los recorría de niña, jugando y riendo. Ahora, al llegar a la entrada principal, allí estaban ellos.

Cientos de guardias y mi padre, en lo alto de la escalera principal, me miraban con furia. Sus ojos de mar tenebroso lo decían todo: no solo estaba castigada, sino que debía permanecer en silencio mientras él hablaba.

Me bajé del caballo. Mi padre ordenó que el caballo fuera llevado a los establos reales. Mientras tanto, mi hermano y yo permanecimos inmóviles.

—¿Puedes explicarme qué significa esto? ¡Tuve que enviar una orden de guardias reales para buscarlos! —gritó mi padre, tirando una carta al suelo. La reconocí al leer el nombre "Alice".

—¿Qué? ¿Me estás diciendo que por culpa de esa niña fui obligada a ir contigo a esa fiesta? —Suspiré profundamente y me volví hacia mi hermano—. ¡En serio, Rhiannon, me decepcionaste!

Rhiannon se dirigió a mí y me gritó:

—¿Y qué me dices de ti? ¡Tú siempre te escapas para ir a ese reino!

Mis ojos, grandes y azules, estaban llenos de rabia y desprecio.

—¡Lo hago porque ahí se encuentra algo que amo! —grité de inmediato.

—¡Yo también lo hice por amor! —respondió Rhiannon.

—¡A callar ahora los dos! —ordenó mi padre. Me quedé en silencio acatando sus órdenes, pero mi hermano seguía insistiendo en hablar.

—Padre, asumo la responsabilidad de mis acciones, pero quiero que entiendas que...

—No entiendo sus necesidades. Ir al reino vecino está prohibido y es lo primero que hacen. Por los dioses, no les falta nada aquí, entonces ¿por qué...?

Mis pensamientos invadían mi cabeza. Todo aquello parecía un sueño. Sentía tantas cosas que no sabía cómo describirlas. Mi enojo y desacuerdo parecían fusionarse en una sola sensación. ¿Acaso todo fue una trampa? ¿Los gemelos, Michael? Lo peor de todo era no poder elegir lo que yo quería; siempre era lo que los demás querían para mí.

Mi padre y mi hermano seguían hablando, pero yo solo pensaba en que no quería estar allí. Quería llorar, deseaba desaparecer. Salí corriendo hacia el jardín del palacio, mientras los reproches de mi padre se hacían más fuertes y resonaban en el lugar.

—¡Rosetta, regresa aquí mismo!

Corrí hasta que mis piernas no pudieron más. Lloraba, sintiendo que a nadie le importaba lo que yo pensara o opinara, hasta que llegué a un sauce donde me recosté. Cerré los ojos y pensaba en todo, pero a la vez en nada, hasta que escuché una voz.

—¿Rosetta? ¡Cariño!

Abrí los ojos, que llovían como en los inviernos, para ver a mi madre.

—Madre —dije, asustada y con el corazón a mil.

—Tranquila, sé lo que pasó, escuché los gritos de tu padre —se acercó y me abrazó—. Tranquila, cariño mío, mamá está aquí. —Me acosté en su regazo.

—Tú piensas igual que él, ¿no es así?

Mi madre suspiró y acarició mi cabello, que parecía un nido de aves, por todas las aventuras que he tenido.

—No lo haría si no hubiera personas malas en este mundo —respondió.

—Madre, sé que tienes miedo, pero si no me dejas experimentar las cosas terribles, ¿Cómo sabré qué son realmente?

Los Dos Reinos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora