Capítulo X

17 6 0
                                    

El brillo de la Flor Eterna aún iluminaba nuestras manos cuando el aire se volvió helado. Un silencio sepulcral se apoderó del claro, quebrado solo por el sonido de pasos acercándose. Giré la cabeza y allí, emergiendo de las sombras, estaba el rey Cecily, acompañado de Sam y un contingente de caballeros.

—Bueno, bueno, qué conmovedor —dijo Cecily con una sonrisa maliciosa—. La Flor Eterna en manos de unos niños. Qué desperdicio.

Artemia, rápida como el viento, agarró el Corazón y lo ocultó detrás de ella.

—¡No permitiré que lo tengas! —gritó, con una determinación férrea en sus ojos.

—Oh, querida Artemia —dijo Cecily, chasqueando los dedos. Dos caballeros arrastraron a una mujer encadenada al claro. Era Arborina, la madre de Artemia, con una espada apuntada a su garganta.

—¡Madre! —Artemia gritó, sus ojos llenos de terror.

—Artemia—dijo su madre llorando.

—Ahora, Artemia, sé una buena chica y entrega ese maldito collar o tu madre sufrirá las consecuencias —dijo Cecily, su voz goteando veneno.

Rhiannon, Michael y yo nos movimos instintivamente para proteger a Artemia, pero los caballeros nos rodearon rápidamente, levantando sus espadas.

—¡Michael, ven aquí!—ordenó Cecily.

Michael dudó, su rostro contorsionado por el conflicto interno. Finalmente, dio un paso adelante, incapaz de desafiar la orden directa de su padre.

—No te preocupes, Rosetta —dijo Michael, su voz baja y llena de pesar—. No tengo elección.

—¿No tienes elección? —espetó Sam, su mirada llena de desprecio hacia su hermano—. Eres un traidor y un oportunista. Podrías haberlo tenido todo, pero decidiste encapricharte, con una niña y para variar hija del segundo.

Michael levantó la vista, enfrentando a Sam con una expresión de dolor y determinación.

—No soy un traidor, Sam. He elegido seguir mi corazón, algo que tú nunca entenderás.

Sam soltó una carcajada amarga.

—Eres un tonto, Michael. La amabilidad solo te hará débil. Padre tiene razón sobre ti, eres débil.

La decepción y el dolor se reflejaron en mis ojos mientras lo veía unirse a su padre. Los caballeros avanzaron hacia nosotros, sus espadas amenazantes. Me puse en guardia, pero la situación era desesperada.

—¡Rosetta, cuidado! —gritó Rhiannon cuando uno de los caballeros se lanzó hacia mí. Con un movimiento rápido, le quité dos espadas y me preparé para defenderme.

Luché con todas mis fuerzas, bloqueando ataques y lanzando contraataques, pero los caballeros eran demasiados. En medio de la confusión, vi a otro caballero acercarse a Rhiannon, apuntándole con su espada, yo estaba herida no podía hacer nada.

—¡Artemia, dales el collar! —grité, sabiendo que no teníamos otra opción, de mis ojos goteaban lágrimas de tanto esfuerzo que se derrumbó en un instante, mis lágrimas se mezclaban con la sangre que caída de mi cabeza.

Artemia, con lágrimas en los ojos, levantó el collar.

—No hagas daño a mi madre, por favor —suplicó, extendiendo el Corazón de la Flor eterna.

El rey Cecily sonrió con triunfo mientras tomaba el collar. Mi corazón se rompió al ver la expresión en el rostro de Michael, dividido entre la obediencia a su padre y su lealtad hacia nosotros.

—Muy bien, niños, han hecho lo correcto —dijo Cecily, su tono condescendiente.

De repente, un cuerno sonó a lo lejos, seguido por el ruido de cascos de caballos y gritos de guerra. Los caballeros de Cecily se tensaron y prepararon sus armas.

—¡Es el rey Daisy! —gritó uno de los caballeros.

Mi padre, el rey Daisy, apareció con su ejército, abalanzándose sobre los hombres de Cecily. En la confusión, los caballeros soltaron a Artemia y a su madre.

—¡A salvo! —grité, corriendo hacia mi padre.

—Rosetta cariño, ¿Están bien? —preguntó mi padre, su rostro una mezcla de preocupación y furia.

—Sí, padre, perdóname por desobedecer, pero es lo que tenía que hacer por mi nación—expliqué rápidamente.

Mi padre, no parecía enojado, se tranquilizó al ver que estábamos bien, acaricio mi cabeza, con su expresión más tranquila—Me alegra que se encuentren bien, Rosetta cariño, no te preocupes.

Cecily, al ver la llegada de refuerzos, hizo una señal a sus hombres.

—¡Retirada! —ordenó.

El rey Cecily, junto con sus caballeros y su hijo Sam, comenzaron a retirarse, pero no antes de lanzar una amenaza al aire.

—Esto no ha terminado, Daisy. Te declaro la guerra. ¡Nos veremos en el campo de batalla! No lo olvides Rosetta Cantermar las bendiciones divinas son 3—rugió Cecily antes de desaparecer en el bosque, llevándose a Michael con él y el Corazón de la flor Eterna.

Nos quedamos allí, en medio del claro, rodeados por nuestros aliados. Mi padre se volvió hacia nosotros, su mirada firme, yo apunto de desmayarme.

—Nos prepararemos para la guerra—dijo el rey Daisy—. No dejaremos que Cecily destruya todo por lo que hemos luchado.—¡Rosetta!— El dolor de las heridas, mis emociones contraproducentes que rebotaban en lo más profundo de mi cabeza hizo que me desmayara, antes de caer en los brazos de mi padre susurré.

—Tengo que visitar a alguien urgentemente...

Los Dos Reinos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora