Capítulo XII

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El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados mientras continuábamos nuestra conversación en el jardín de Okeanora. Wendy y yo trazábamos un plan meticuloso para abordar la situación y encontrar una solución pacífica que pudiera detener la guerra inminente.

—Debemos encontrar la siguiente bendición divina: Los Pasos del Mensajero —dijo Wendy, con voz firme y llena de determinación—. ¿Sabes cómo conseguirla?

—Claro —respondió ella con confianza—. Te contaré la historia.


En la antigua Grecia, el santuario de Hermes en Cidonia, Creta, era conocido por conceder bendiciones especiales. Para recibir el favor del dios, se debía ofrecer una ofrenda de aceites perfumados, frutos secos y pequeños ídolos de bronce, y realizar una oración sincera en el altar principal del santuario.

Tras presentar la ofrenda y rezar fervientemente, el devoto debía enfrentarse a una prueba simbólica en forma de un enigma. Al resolver el desafío con habilidad y bondad, se demostraba la sincera devoción.

Hermes, conmovido por tal entrega, concedía una bendición en forma de un par de sandalias doradas. Estas sandalias otorgaban la habilidad de moverse con la velocidad de un dios y comprender los secretos de los caminos.

Quien recibía la bendición emprendía un viaje por el mundo, trayendo conocimiento y prosperidad a su hogar. La historia de esta bendición se convirtió en una leyenda, enseñando que la sincera devoción y un noble propósito podían transformar grandes sueños en realidad.


Asentí, compartiendo su convicción. Sabía que enfrentar a los dioses no sería tarea fácil, pero era nuestra única esperanza.

—Entonces, ¿Qué hacemos primero? —pregunté.

—Debemos prepararnos para el viaje a Cidonia. Necesitamos reunir los elementos necesarios para la ofrenda y encontrar el santuario —dijo Wendy—. Vamos a necesitar aceites perfumados, frutos secos y pequeños ídolos de bronce. Con suerte, podremos encontrarlos en los mercados de Okeanora antes de zarpar hacia Creta.

Nos dirigimos al mercado de Okeanora, donde los bulliciosos puestos ofrecían una variedad de productos y tesoros exóticos. Mientras explorábamos, encontramos una tienda de antigüedades que vendía pequeños ídolos de bronce. Compramos algunos, asegurándonos de que fueran lo más auténticos posible.

Luego, buscamos en otro rincón del mercado los aceites perfumados, que descubrimos en una tienda especializada en fragancias. Apenas pusimos un pie en la tienda, Wendy se mostró inquieta, algo que no comprendí al principio.

—¿Me veo bien, Rosetta? —me preguntó, y yo, sorprendida, respondí.

—Te ves bien, pero no entiendo por qué me preguntas eso.

Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba mirando a una joven. Su mirada parecía deslumbrante.

—¿Es ella? —pregunté con curiosidad.

—Así es —respondió Wendy.

—¿Por qué no le hablas?

—Porque estamos en público y no quiero que nadie se dé cuenta.

—Entiendo tu punto. ¿Te irás sin despedirte, tan maleducada?

La ansiedad de mi amiga era palpable, pero siendo la buena amiga que soy, simplemente me acerqué a saludar.

—Disculpe, señorita. Mi nombre es Rosetta, y a mi amiga le gustaría saber un poco más sobre las fragancias —dije con una sonrisa.

La cara de Wendy era para morirse de risa; sabía que en ese momento estaría odiándome, pero al final, sería para su felicidad.

Los Dos Reinos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora