Capítulo II

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Era de noche y, pese a mi renuencia, me encontraba en el reino vecino, asistiendo a una fiesta que no deseaba presenciar. Sin embargo, ahí estaba, con el corazón en un puño, temiendo el momento en que regresara a casa y mis padres descubrieran mi desobediencia.

—Por los dioses, ¿qué haremos si padre y madre se enteran de que estamos aquí? ¿Y si la gente de este reino nos descubre? —susurré, mi voz cargada de preocupación.

Mi hermano, siempre imperturbable, me tomó por los hombros y, con una sonrisa despreocupada, me reprochó: —Padre y madre no se enterarán si nadie se los dice, y lo mismo va para las personas de este lugar. Así que, por favor, deja de preocuparte.

Lo observé alejarse hacia una chica en particular, y suspiré, resignada. La fiesta, aunque fastuosa, carecía de espíritu; las sonrisas eran forzadas, las conversaciones insípidas. Me senté en un sofá cercano a las escaleras, sintiéndome fuera de lugar, como un extraño en un sueño ajeno. Mis ojos vagaron por el salón hasta que encontré a mi hermano conversando animadamente con la chica, y no pude evitar sospechar que su verdadera motivación para venir era ella.

El tiempo pasó con lentitud, y mi paciencia se agotaba. Me levanté, decidida a buscar a Rhiannon y marcharnos. Pero, en medio de la multitud, sentí una mirada intensa clavada en mí. Al voltear, noté a uno de los príncipes gemelos, los anfitriones de la fiesta, observándome con una intensidad que me hizo estremecer. Traté de ignorarlo, pero era como si su mirada me atrapara.

El príncipe mayor era un espectáculo en sí mismo: alto, con una piel clara como la nieve bajo un sol invernal, y cabellos pelirrojos que brillaban como cobre al fuego. Sus pecas eran constelaciones en su rostro, y un lunar cerca de su ojo izquierdo acentuaba su atractivo. Mientras lo observaba, nuestras miradas se cruzaron por un fugaz instante, lo suficiente para que el tiempo pareciera detenerse. "Un verdadero príncipe," pensé, admirando su presencia imponente.

Su hermano menor compartía el mismo cabello pelirrojo, aunque con rizos que le daban un aire diferente. También tenía pecas, pero carecía del lunar que hacía tan especial al mayor. A pesar de su atractivo físico, algo en su actitud me repelía. Sus palabras eran arrogantes, llenas de presunción sobre su poder y belleza, y su voz resonaba con la falta de humildad que tanto detesto.

Mientras los observaba, intentando mantenerme alejada, me sorprendió el hecho de que, aunque la fiesta era de máscaras, los príncipes no llevaban ninguna, rompiendo descaradamente la etiqueta de su propia celebración. Yo, en cambio, llevaba una máscara que me protegía de ser reconocida, aunque no podía evitar el nerviosismo que me carcomía.

Rhiannon me había insistido en que no llevara un traje, calificándolo de vulgar e inapropiado para una dama. En su lugar, me había obligado a ponerme un vestido verde esmeralda con encajes dorados, apretado por un corsé que comprimía mis costillas hasta hacerme sentir que apenas podía respirar. Los tacones, además, eran un tormento para mis pies. Aunque el vestido era hermoso y complementaba bien mi cabello rubio bronce, me sentía incómoda y fuera de lugar.

Perdida en mis pensamientos, no me di cuenta de que me había acercado demasiado a los príncipes. Fue entonces cuando choqué con uno de ellos, y, para mi desgracia, me atrapó en sus brazos antes de que pudiera caer. Desesperada por evitar cualquier interacción, intenté apartarme rápidamente, pero su respuesta fue inmediata.

—Así que la chica misteriosa y grosera se atreve a alejarse de un príncipe, incluso después de haberla salvado de una caída trágica —dijo con una sonrisa que apenas disimulaba su burla.

Le lancé una mirada firme y penetrante. —Tengo todo el derecho de alejarme de quien quiera, caballero. Lamento el inconveniente, príncipe... ¿Michael? —respondí con frialdad.

El príncipe, sorprendido por mi atrevimiento, murmuró: —Así que te atreves a hablarle así a tu príncipe.

Rodé los ojos, ya cansada de su actitud. Este chico estaba poniendo a prueba mi paciencia, y la mirada penetrante de su hermano en mi espalda solo aumentaba mi incomodidad. —Disculpa —murmuré, sin interés.

Salí al patio de la fiesta, tratando de alejarme lo más rápido posible, mi frustración creciendo con cada paso. Estaba harta de no poder tomar mis propias decisiones. Había venido a esta fiesta solo por Rhiannon, y ahora me encontraba atrapada en una situación que detestaba, con un príncipe molesto siguiéndome como una sombra.

—Oye, ¿por qué te vas tan rápido? ¿Te molestó lo que dije? —escuché su voz a la distancia, pero seguí caminando sin detenerme.

—Mira, no me interesa si eres el príncipe de...

Me interrumpió antes de que pudiera terminar. —En serio, no puedo creer lo grosera que eres para ser tan bonita y no conocer tu lugar.

Me detuve de golpe y me volví para mirarlo, notando algo en su semblante. Este chico... 


¿Quién es realmente?

Los Dos Reinos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora