37. Los hoyuelos

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Seúl. 24 horas antes de la entrega.

—Hwang, te quiero en el aeropuerto a las diez de la noche.

—Algo podría salir mal.

—Eso será responsabilidad nuestra. Este es el fin para ti, tienes toda la documentación en la taquilla de la estación. Después vete directo al aeropuerto. Te recibirán cuando llegues al destino —Al otro lado del teléfono, Siwon suspiró pesadamente—. Lo has hecho muy bien. Te mereces una buena vida a partir de ahora. Intenta disfrutarla.

—Gracias —contestó Hyunjin—, por todo.

—Buena suerte. Nos vemos en la próxima vida —bromeó el chico antes de colgar.

—Espero que no —dijo él, cuando la llamada ya había terminado.

Sacó la tarjeta SIM y la tiró por el retrete. Metió el teléfono móvil antiguo en una bolsa y lo cubrió con un trapo. Golpeó dos veces con un martillo sobre el bulto. Las piezas sobrantes las tiró al cubo de la basura.

Entró al baño y se dio una ducha larga. No tenía prisa, se suponía que no debía ir a ninguna parte hasta el día siguiente. Cuando salió, metió en su bolsa de viaje algunas prendas de ropa. Se quedó mirando lo que había en su armario, la ropa de marca que sus jefes habían comprado para él ya no estaba. Esa pequeña habitación estaba a solo cinco minutos andando de la casa que la organización sí conocía, la de tapadera.

Hwang Hyunjin se vistió con un pantalón vaquero y una camisa hawaiana. Se puso la chupa de cuero sobre los hombros y salió del cuchitril en el que tendría que haberse quedado encerrado. Utilizando una mascarilla negra y un gorro, tiró la bolsa de basura a más de dos kilómetros de la casa. Estuvo cerca de dos horas deambulando.

Dio muchísimas vueltas antes de darse cuenta de a dónde lo habían llevado sus pasos. Enfiló la calle donde I.N tenía la mansión tratando de no pensar demasiado en el error que estaba cometiendo. En cómo acabaría descuartizado. En las posibles torturas que I.N infringiría sobre él si se enteraba de quién era.

La verja exterior estaba cerrada y se quedó mirando la puerta metálica, preguntándose porqué había acabado aquí, porqué sus estúpidos pies lo habían traído al único sitio que debía evitar a toda costa. Bajó la vista hacia sus zapatillas de deporte negras.

Quería golpear a Siwon. Quería gritarle que no podía apartarle ahora, que no quería irse, que no podía marcharse de Corea. Después de seis años tratando de sobrevivir en medio de un campo de minas, Hwang Hyunjin había acabado en la puerta del hombre al que iba a meter entre rejas al día siguiente. Estaba con el pie junto a la única mina que había sido marcada previamente.

—Si no te largas de mi puerta voy a dispararte. —Alzó la vista y lo vio, apuntando con su arma con el silenciador puesto, al otro lado de la verja.

Se quedó sin habla. Los ojos agudos le taladraban la cabeza y apretaba la boca con esa mueca que le marcaba los hoyuelos. Estaba desesperado por pinchar con su dedo la mejilla blanca, por besar esos labios que estaban tan malditamente prohibidos.

Se miraron y todavía era incapaz de hablar. Era incapaz de marcharse de allí porque ese hombre frente a él, separado por las barras metálicas, era lo único que quería ver. No quería marcharse, no quería una buena vida. Quería que esos hoyuelos fuesen lo último que viese antes de morir. Quería ir de cabeza al infierno enterrado en el cuerpo de I.N.

Le daba igual que le disparara, si lo hiciese justo ahora hubiese valido la pena. En realidad, cada maldito segundo de los últimos seis años valió la pena y no tenía nada que ver con el caso. No tenía nada que ver con desmantelar la mayor red criminal del país. Tampoco con meter al hijo de puta de Dongyoon en la cárcel. Había valido la pena por los hoyuelos de I.N.

Estación de lluvias: VERANO | Minsung | ChanglixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora