Zoro empujó la puerta de su casa, aún con una sonrisa boba en el rostro. Al entrar, esperaba encontrar el silencio habitual, pero en su lugar escuchó risas y el sonido familiar de una película de acción. Para su sorpresa, Hiyori y Kuina estaban sentadas la una al lado de la otra en el sofá, compartiendo una bolsa de palomitas y riendo juntas como si fueran amigas de toda la vida. Zoro parpadeó, incrédulo ante la escena. Parecían disfrutar de la compañía mutua, algo que jamás habría imaginado posible.
—¡Por fin llegas! —exclamó Kuina al verlo, con una mezcla de alivio y regaño en su voz—. Estábamos preocupadas por ti.
Zoro esbozó una media sonrisa, sintiendo una cálida sensación en el pecho al ver la preocupación en los ojos de su hermana.
— Perdón. Fue un trabajo de última hora, pero ya está solucionado. — respondió, restándole importancia con un gesto de la mano — De todas maneras, no pensé que esperarían las dos juntas.
— No quería dejar a Kuina sola. — Comentó Hiyori con una sonrisa genuina y encogiéndose de hombros. — Así que estábamos viendo una película de samuráis, ¿quieres verla con nosotras? Te va a encantar.
Zoro miró a Kuina con curiosidad. Hasta hace unas horas, su hermana despotricaba contra la peliazul, diciendo que la odiaba y no se que tonterías. Y ahora, se veían lo suficientemente cómodas la una con la otra como para estar compartiendo el mismo espacio.
— Claro. —dijo todavía con confusión.
Se dejó caer en el sofá individual de al lado, pretendiendo ver la película que al parecer Kuina había elegido. Sin embargo, las imágenes pasaban ante sus ojos sin ningún significado. Aunque intentó concentrarse en la película, su mente no podía dejar de divagar. Los recuerdos de su último encuentro con Sanji llenaban sus pensamientos, cada detalle de su cuerpo, su cercanía, el calor de su aliento, la firmeza de su agarre, la intensidad de sus besos que le hicieron sentir un torbellino de emociones que no pudo controlar.
Un suspiro involuntario escapó de sus labios y Kuina le lanzó una mirada de soslayo, pero no dijo nada.
— Roro, ¿quieres más palomitas? — preguntó Hiyori, sacándolo momentáneamente de sus pensamientos.
— Ah, sí, claro —respondió, tomando un puñado y forzándose a prestar atención a la película.
Pero no importaba cuánto lo intentara, los recuerdos de Sanji seguían inundando su mente, cada escena de la película recordandole de alguna manera al pequeño gángster.
Lo que habían hecho...fue estupendo. Aún se le ponía medio dura tan solo con recordar la experiencia. La estrechez de Sanji, sus gemidos, su olor, todo fue demasiado lascivo.
Zoro cerró los ojos por un momento, permitiendo que esos recuerdos lo envolvieran.
Fue un tonto por atrasar lo inevitable. Estaba jodidamente sediento del rubio, tarde o temprano iba a terminar por follárselo si seguían en ese tonteo en el que estaban. Y ahora que finalmente había probado lo que se sentía, ...podía ser honesto y decir que nunca había experimentado algo tan íntimo y tan profundamente satisfactorio como estar con Sanji. Su atracción hacia el rubio era algo que no podía negar ni ignorar. Era honesto consigo mismo: Sanji lo atraía de una manera que nadie más lo había hecho. La combinación de su fuerza, su elegancia, y esa chispa en sus ojos lo hacía irresistible. Y Zoro sabía que repetir lo que habían compartido era inevitable.
Claro que no todo podía ser perfecto. Sanji le dijo que su método fue "pasable". Esas palabras fueron un duro golpe para Zoro y su ego. Y ahora, mientras se sentaba en el sofá junto a Hiyori y Kuina, no podía evitar desear otra oportunidad. Quería aprender, mejorar, y sobre todo, quería dejar a Sanji satisfecho.
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Guardián del peligro (ZoSan +18 )
RandomZoro fue catalogado como uno de los mejores guardaespaldas de su agencia. Por lo mismo, siempre lo buscaban para trabajos peligrosos que terminaban por dejarlo exhausto. Aún así, aceptó cada uno de los encargos con tal de conseguir dinero y sacar ad...