Advertencia: Lenguaje explícito.
A los seis años, Sanji se dio cuenta de que su familia no era como las demás. Tenían algo grandioso llamado dinero que podía darles lo que quisieran. Fue envuelto en una burbuja de privilegio, donde cada deseo suyo era cumplido al instante. Juguetes, ropa, viajes, todo se le daba sin chistar. Así fue cómo la palabra "no" fue inexistente en su vocabulario por mucho tiempo.
La primera vez que escuchó esta negativa fue de los labios de su padre. Pero no como una lección moral para que experimentara una conexión genuina con el mundo más allá de sus caprichos, si no como una dolorosa realización de que el único que podía controlar su vida sería su padre.
Sucedió un día mientras paseaba con su madre por el jardín de la antigua mansión que solían tener antes de su fallecimiento. Sanji encontró un adorable conejo blanco entre los matorrales que dividían la propiedad del bosque. Era tan pequeño que cabía en la palma de sus manos. Sora, con su radiante sonrisa, le dijo que podía tenerlo como mascota.
Sin embargo, en cuanto entró a casa con el animal en brazos, su padre le escupió que tener una mascota era para débiles.
"No necesitamos apegarnos a criaturas que no pueden protegerse por sí mismas. Los animales nos atan emocionalmente, nos hacen vulnerables. No necesitamos esa carga." Le dijo antes de arrastrarlo de vuelta al jardín. Quizás, si la lección hubiera quedado allí, los eventos que siguieron como una bola de nieve en la vida de Sanji, habrían resultado de otra manera.
Pero sucedió. Y nadie podía borrar un recuerdo así. Sanji aún soñaba con la sangre en sus manos.
Como sea, Sanji comprendió que excepto su padre y hermanos, el mundo entero no podía contradecirlo. Cualquier cosa que quisiera, siempre la conseguía, y eso incluía sexo. Ya fueran hombres o mujeres, caían rendidos a sus pies. Era muy consciente que, si bien algunos caían ante su obvio atractivo físico, la mayoría eran seducidos por el poder que representaba su apellido.
A Sanji le importaba una mierda la razón, lo único que quería eran polvos rápidos que le hicieran olvidar de su presente. Quizás, fue a los diecinueve cuando comenzó a vivir una vida promiscua, donde pasaba de una pareja sexual a otra. Por lo general, nunca importó si eran heterosexuales, homosexuales o bisexuales; todos caían bajo su hechizo, dispuestos a complacerlo a cambio de lo que él ofrecía.
Así que Zoro no debería ser un obstáculo difícil de alcanzar. Al menos, eso pensó por unos segundos mientras lo tenía a escasos centímetros. Pero luego, Zoro lo había empujado.
Lo rechazó por completo. Y Sanji se sintió como un imbécil. Jamás le había pasado algo así, por lo que algo retorcido en él se activó como una bomba. Su mirada fue tan intensa, desafiante, que lo excitó más de lo que le gustaba admitir.
Zoro era diferente a cualquier persona que hubiera visto. Para empezar, cuando se conocieron, Zoro no le tuvo ni un poco de miedo (peor respeto). Siempre se mantuvo con una confianza absurdamente tranquila, lo retaba como si estuvieran al mismo nivel, hasta lo insultaba cuanto quería. Y por último, lo rechazó. Todo aquello, en lugar de desanimarlo, despertó por completo su interés.
La idea de que alguien lo desafiara de esa manera lo estimulaba de una manera que no podía explicar. Por primera vez en años, sintió una creciente urgencia de tener a alguien.
Sin embargo, Sanji tenía principios que contrariaban sus deseos. Sora lo enseñó a ser un caballero, y uno inteligente para variar. Por lo que era consciente que deseaba a Zoro solo por razones equivocadas.
ESTÁS LEYENDO
Guardián del peligro (ZoSan +18 )
RastgeleZoro fue catalogado como uno de los mejores guardaespaldas de su agencia. Por lo mismo, siempre lo buscaban para trabajos peligrosos que terminaban por dejarlo exhausto. Aún así, aceptó cada uno de los encargos con tal de conseguir dinero y sacar ad...