Capítulo 7 Laura

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Recuerdos del pasado Laura

Apenas si tengo recuerdos claros de mi niñez. Con seis años, es difícil recordar cada detalle, pero hay momentos que permanecen vívidos en mi mente. Caminaba por los enormes jardines de nuestra mansión, que parecían un océano de colores vibrantes. Flores de todos los tipos llenaban el aire con sus fragancias dulces y embriagadoras, pero entre todas, los tulipanes destacaban. Eran las flores favoritas de mi madre.

Me veo a mí misma, pequeña y sonriente, con un vestido blanco que se movía suavemente con la brisa. Mi madre, siempre tan elegante, caminaba a mi lado, su risa llenaba el aire como la melodía más hermosa. Sus manos delicadas y cuidadosas cortaban los tulipanes, uno a uno, y luego me los entregaba con una sonrisa cálida. Esa imagen de ella, radiante y llena de vida, es algo que nunca olvidaré.

Cada noche, colocaba un ramo de tulipanes en mi mesita de noche. El aroma de las flores se mezclaba con el suave susurro de sus palabras cuando me arropaba y me contaba historias hasta que me quedaba dormida. Mi madre era la personificación de la alegría; nunca la vi triste, su risa era una constante en mi vida.

Sin embargo, todo mi mundo se derrumbó cuando mi madre enfermó. De la noche a la mañana, la casa que antes estaba llena de risas y flores se volvió un lugar sombrío y silencioso. Casi no me dejaban estar a su lado, pero ella insistía en que estuviera con ella. Sus manos, que antes eran fuertes y vivaces, se volvieron frágiles y temblorosas. Su risa se fue apagando, sustituida por la tos y el dolor.

Recuerdo el día que no volvió a despertar. La casa, que antes vibraba con su presencia, se sintió vacía y fría. Me quedé sola con mi padre, un hombre que, aunque intentaba mantenerse fuerte, se veía perdido sin ella. Dicen que el tiempo cura el alma, y creo que mi padre entendió ese mensaje. Años más tarde, empezó a rehacer su vida, trayendo nuevos integrantes a nuestra vida.

Elara, su nueva compañera, llegó a nuestra casa con su hijo Hermes, que tenía casi mi misma edad. Al principio, me complacía tener un nuevo compañero de aventuras. Pensaba que las cosas podrían mejorar, que la presencia de otra familia podría llenar el vacío que había dejado mi madre pero no lo fue.

La mansión comenzó a cambiar con la llegada de Elara. Los cuadros en las paredes fueron reemplazados por otros más modernos, la vajilla se volvió más elegante, y todo parecía ser más costoso y ostentoso de lo que había sido antes. Sin embargo, detrás de esa fachada de perfección, las cosas no eran lo que parecían.

Cuando mi padre salía, ella encontraba la oportunidad perfecta para desquitarse conmigo. Me gritaba, me castigaba sin motivo, y a menudo me dejaba sin comer. Pasaba largas horas en cerrada en pequeña habitación, con solo mi miedo y mis lágrimas como compañía. Sin embargo Hermes aparecía en medio del caos, acercándose a mí.

—Toma, Cucciola —cachorra

Me entregó un pequeño objeto envuelto en un pañuelo. Abrí el pañuelo lentamente, encontrando una medalla antigua, desgastada por el tiempo.

—Es para tu protección continuó Hermes. La llevaba mi abuela durante la guerra. Te protegerá como lo hizo con ella

—Gracias— susurré

Las amenazas de Elara me mantenían callada. Aunque quisiera decir algo, sabía que mi padre no le creería a una niña. Me sentía atrapada en mi propio hogar, deseando escapar pero sin saber cómo.

A los diez años, pensé que ya había pasado por lo peor. Pero estaba totalmente equivocada. Mi curiosidad, siempre insaciable, me impulsaba a seguir el sutil rastro de voces apagadas que parecían emanar del estudio de mi padre. La casa estaba en silencio, la noche envolvía cada rincón con su manto oscuro, y solo el susurro lejano de la conversación rompía la quietud. Con pasos cautelosos, me adentré en el corazón de la oscuridad, mi corazón latiendo en mis oídos como un tambor en la noche.

La puerta del estudio se abrió con un chirrido ominoso, revelando un escenario que me dejó sin aliento. En medio de la penumbra, mi padre y un grupo de hombres desconocidos se encontraban inmersos en una conversación que resonaba con un tono de urgencia. La habitación estaba iluminada por una única lámpara de escritorio, que proyectaba sombras largas y distorsionadas en las paredes, dándole al lugar un aire de misterio y conspiración.

Mis ojos se abrieron como platos mientras absorbía cada palabra susurrada en la oscuridad, cada gesto furtivo que parecía indicar la presencia de un secreto que se escondía entre las sombras. Los hombres se inclinaban sobre la mesa, sus rostros apenas visibles bajo la luz tenue, susurrando y gesticulando con nerviosismo.

En el centro de la habitación, mi padre, Martin Castillo, estaba inmerso en una conversación clandestina, como una tormenta eléctrica a punto de desatar su furia sobre nosotros. Estaba a punto de retirarme, de desvanecerme en las sombras y dejar que el misterio se desvaneciera en la oscuridad, cuando un sonido detuvo mis pasos. La palabra "mafia" flotó en el aire, pesada y ominosa, envolviendo mi mente en un remolino de incredulidad. ¿Qué significaba eso?

Me escondí detrás de una enorme repisa de madera, que quedaba en el pasillo esperando pacientemente a que su reunión terminara. Cuando el silencio reinaba en la casa, roto solo por el suave murmullo de la conversación que aún resonaba en mi mente. Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, corrí hacia su oficina.

La puerta del estudio se abrió con un chirrido ominoso, revelando un escenario que me dejó sin aliento. En el centro de la mesa, montones de dinero en efectivo se amontonaban, billetes de varias denominaciones y colores.

Mapas meticulosamente detallados adornaban las paredes, marcados con rutas y destinos desconocidos que se extendían como venas por un cuerpo desconocido. Mis ojos recorrieron los caminos trazados en el papel, intentando descifrar el significado detrás de cada línea y cada marca. ¿Qué estaban planeando mi padre?

Decidida a descubrir la verdad, comencé a buscar en los cajones del escritorio de mi padre. Mis manos temblaban ligeramente mientras apartaba montones de hojas y documentos, cada uno más perturbador que el anterior. Los papeles estaban llenos de información sobre comercio ilegal de alcohol, detalles de envíos y recibos, y nombres de personas involucradas en la operación. La frialdad de esa revelación me hizo sentir un escalofrío recorrer mi espalda. ¿Mi padre, involucrado en algo tan ilícito? La imagen de él que había tenido toda mi vida se desmoronaba ante mis ojos.

Entre las páginas, encontré fotos de personas con sus rostros tachados en rojo, como si fueran objetivos marcados para algún tipo de operación clandestina. Sus miradas congeladas en las fotografías parecían perseguirme, sus ojos llenos de historias desconocidas y destinos sombríos. Los montones de hojas se extendían como un laberinto interminable, cada página revelando un nuevo secreto o una nueva pista, sumergiéndome cada vez más en un mundo oscuro y peligroso del que no sabía nada.

Y entonces, en el fondo de uno de los cajones, encontré algo que me hizo contener el aliento. Era una foto de mi padre, con la frase "Se busca, alta recompensa" impresa en letras rojas debajo de su rostro. La imagen parecía gritarme su advertencia, un recordatorio de que el hombre que creía conocer estaba profundamente involucrado en actividades peligrosas. El pánico se apoderó de mí mientras intentaba procesar esta revelación. Mi padre, un fugitivo buscado. ¿Por quién? ¿Por qué?

Pero eso no era todo. Mi mirada se encontró con algo más en el fondo del cajón: unos guantes de cuero negro, y una pistola reluciente.

Esa noche, cuando descubrí la verdad sobre mi padre, sentí cómo el mundo se desmoronaba a mí alrededor. Las lágrimas amenazaban con desbordarse mientras mi inocencia se desvanecía ante la cruda realidad. Me sentía atrapada en un torbellino de emociones, incapaz de procesar completamente lo que había descubierto.

Descubrí que la imagen que tenía de mi padre no era más que una ilusión, un sueño roto por la dura realidad.

LOS DUARTE :EL ORIGEN [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora