Capítulo 31

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La tensión en el aire era palpable, tan densa que parecía que podías cortarla con un cuchillo. Desde que los Duarte habían entrado en la empresa de mi padre, todo había cambiado. Ya no se trataba solo de intercambiar palabras sobre asuntos laborales; ahora, su presencia se había infiltrado en mi vida personal, en mi hogar.

El simple hecho de pensar en tener a los hermanos Duarte en mi casa me ponía los nervios de punta. Sabía que Facundo, a pesar de ser un engranaje, era crucial en el funcionamiento de la empresa, traía consigo una atmósfera cargada de expectativas y tensiones. Odiaba admitirlo, pero su mera presencia era como una espada de Damocles sobre mi cabeza.

A diferencia de la frialdad con la que nos tratábamos en la oficina, tenerlos en mi casa añadía un nivel de intimidad incómodo. Cada intercambio de palabras se volvía un ejercicio de control, el ritual se repetía una y otra vez: intercambios de cortesías superficiales, conversaciones forzadas estos son los documentos del mes y eso era todo, mientras ellos asentían con indiferencia, mientras en el fondo sabíamos que estábamos allí por negocios. Los documentos sobre la mesa eran solo el símbolo visible de una lucha mucho más profunda por el control y la influencia en la empresa. Cada palabra pronunciada era como una pieza de ajedrez movida con cuidado sobre el tablero. Sabíamos que un mal movimiento podía desencadenar una reacción en cadena que cambiaría el equilibrio de poder establecido. Y así, en medio de esa delicada danza de palabras y gestos, luchábamos por mantener el control, por mantenernos un paso adelante en este juego empresarial donde cada movimiento podía significar la victoria o la derrota.

Mi parte favorita del día siempre ha sido la noche. Es cuando todo se vuelve más íntimo, más personal. La oscuridad envuelve todo con un manto de serenidad, y el silencio de la noche tiene una forma de acariciar el alma que el bullicio diurno nunca puede lograr. La luna, alta y brillante en el cielo, refleja su pálida luz sobre la superficie del agua, creando un paisaje de ensueño.

Disfruto de la calma que trae consigo, especialmente cuando tengo la oportunidad de sumergir mis pies en la piscina. El agua está fría al principio, enviando un escalofrío por mi columna, pero pronto se vuelve agradablemente refrescante. Me siento al borde, con las piernas colgando, viendo cómo las ondas se forman y se dispersan lentamente con cada movimiento de mis pies. Es un momento que me permite escapar del mundo exterior, sumergirme en mis pensamientos y olvidar las tensiones del día.

El jardín alrededor de la piscina está en silencio, apenas roto por el susurro del viento entre las hojas y el canto distante de algún grillo. Las luces suaves del jardín crean sombras danzantes que se mezclan con la luz de la luna, transformando el entorno en un refugio mágico. Respiro profundamente, sintiendo cómo el aire fresco llena mis pulmones y limpia mi mente.

De repente, el sonido de unos pasos rompiendo la serenidad me saca de mi ensueño. Al principio, son apenas audibles, pero se acercan rápidamente, resonando más fuerte con cada segundo que pasa.

—Oi, garota, —hola chica la voz murmuró, su acento ligeramente marcado, añadiendo un toque de exotismo a la atmósfera —Pensé que solo era un rumor lo de los Duarte.

Mis sentidos se agudizaron al reconocer la voz. Era Simone Russo, mi nuevo interés romántico. Su figura se recortaba contra el paisaje nocturno, su silueta apenas visible a la luz de la luna. La conexión entre nuestras familias, ambas con vínculos en el mundo de la mafia, añadía un elemento de peligro y excitación a nuestra relación.

Los ojos de Simone seguían cada movimiento con una intensidad que me dejaba sin aliento, como un depredador que acechaba a su presa con determinación. Podía sentir su mirada recorriendo cada curva, cada centímetro de mi cuerpo, como si tratara de memorizarlo para siempre.

—La culpa es de Hermes— le recordé

—No me agradan los Duarte— confesó, revelando sus celos con una franqueza que me tomó por sorpresa.

Simone me miró con una mezcla de incredulidad y deseo mientras caminábamos hacia la imponente puerta de la mansión, su presencia imponente a mi lado llenaba el espacio con una energía eléctrica. La tensión entre nosotros era casi tangible, como una corriente eléctrica que zumbaba en el aire cargado de deseo y anticipación.

—¿Acaso estás celoso, Simone? —pregunté con una sonrisa traviesa, desafiándolo con mi mirada.

Sus ojos oscuros centellearon con un fuego interior mientras me seguía de cerca, como si estuviera a punto de ceder ante una fuerza irresistible.

— ¿Qué crees tú? —respondió, su voz grave y cargada de emoción, buscando mi opinión con una intensidad que me hizo temblar.

No pude evitar sentir un escalofrío recorrer mi espalda cuando sus labios encontraron los míos en un beso apasionado, su calor quemando cualquier resistencia que pudiera haber albergado en mi interior.

—Vamos al cuarto —murmuró con voz ronca, su aliento cálido rozando mi piel— Te haré un masaje y luego... bien, ya sabes, te cojo como te gusta.

La tentación era abrumadora, cada fibra de mi ser ansiaba ceder ante el deseo que ardía entre nosotros. Pero sabía que tenía que resistir, que tenía que mantenerme firme en mis convicciones y responsabilidades.

—Me encantaría, Simone —susurré, luchando contra la tentación que amenazaba con abrumarme—, pero tengo que esperar a mi hija. Te prometo que te recompensaré.

—más te vale, garota— murmuró Simone.

Hubo un destello de decepción en sus ojos, pero se resignó a mi decisión con una mueca resignada. Con un suspiro, se apartó de mí y se adentró en la oscuridad de la noche, dejándome sola con mis pensamientos y el eco de nuestro deseo no satisfecho.

Después de la partida de Simone de la mansión de mi padre, permanecí en la puerta, observando en silencio el paisaje nocturno que rodeaba la imponente estructura. En la distancia, divisé la figura de Facundo, quien parecía estar sumido en sus propios pensamientos. El brillo de las farolas delineaba su silueta, añadiendo un aura de misterio a la escena.

Mis reflexiones fueron interrumpidas por la llegada de un automóvil que se aproximaba por el camino de entrada. La puerta se abrió con suavidad, revelando la llegada de la nana acompañada de mi pequeña niña. La luz de la noche parecía resaltar la inocencia en sus ojos, mientras corría hacia mí con los brazos abiertos, con su característica serenidad, me aseguró que el viaje había transcurrido sin contratiempos, disipando así cualquier inquietud que pudiera haber albergado.

Tomé la mano de mi hija con ternura y juntas nos dirigimos hacia el interior de la mansión. En el trayecto, pasamos junto a Facundo Duarte, cuya presencia imponente no pasaba desapercibida. A pesar de la mezcla de emociones que su presencia despertaba en mí, me esforcé por mantener la compostura mientras continuábamos nuestro camino bajo el resplandor de la luna.

Al adentrarnos en la sala, nos encontramos con la familia Duarte, quienes nos recibieron con una mezcla de sorpresa y cautela. Mi hija, radiante de alegría, corrió hacia mi padre para saludarlo con efusividad. Observé con ternura el vínculo que compartían, a pesar de las circunstancias que rodeaban su relación.

—Vamos, Sol— la llamé suavemente

Atrayendo su atención lejos de la multitud. Juntas nos retiramos hacia su habitación, donde la arropé con cuidado antes de que se sumiera en un reparador sueño. Mientras observaba su rostro tranquilo, me invadió una sensación de paz, sabiendo que estaba en casa y rodeada del amor de su familia.

Con la misma tranquilidad que envolvía la habitación, me preparé para descansar, dejando que la calma de la noche me acompañara en el sueño, mientras esperaba que el nuevo día trajera consigo la promesa de un futuro lleno de posibilidades.

LOS DUARTE :EL ORIGEN [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora