Eran las once de la noche y Alan todavía no había podido conciliar el sueño. Jax, se había ido a dormir a la habitación contínua. Ambos espías de la Interpol, estaban protegidos en aquella casa, por los hombres de César que montaban guardia en la entrada.
Sin embargo, aún así el oficial no podía dormir tranquilo. La culpa y el remordimiento, le impedían cerrar los ojos con tranquilidad y entregarse a los brazos de Morfeo. Éste, iba a castigarlo con muchas noches en vela en lo adelante. Se lo merecía, era el único culpable en toda aquella historia.
Alan se sentó en la cama, mirando en dirección a las grandes ventanas de cristal. Desde allí, podía contemplar el cielo estrellado de La Habana. Nunca la Luna le había parecido tan hermosa. La imagen de Eileen llegó a su mente como un fantasma.
«Ella es la clave de todo», intuyó teniendo un mal presentimiento sobre lo que pasaría si Franco Mendoza, su despiadado padre, lo sacaba del negocio.
El acuerdo que había negociado con el señor Thompson, dependía de la captura de los grandes socios de Ian Ramírez. De esa forma, su hermano pasaría los siguientes años de su vida en un prisión de élite, protegido de posibles represalias de sus enemigos.
Alan, o más bien, el nuevo Ian frotó sus cansados ojos y comenzó a quitarse el pillama de noche. Lo cambió, por un sencillo traje negro sin chaqueta. Se miró en el espejo, peinando su cabello con manos temblorosas. El tatuaje de la araña, era visible. Quizás, ese había sido el objetivo de su hermano. Mostrar quien era, intimidar a sus enemigos.
Aquel tatuaje era un blanco. A donde quiera que fuera, ese tatuaje lo marcaría como una presa. Eso, si salía de esa maldita Isla vivo.
Alan no había recibido buenas noticias sobre la recuperación de su hermano. Éste, seguía en coma y se esperaba que su salud se fuera deteriorando los próximos días. La inflamación en el cerebro se mantenía, impidiendo que su gemelo despertara del coma. Tal vez, esa misión lo había encadenado a fingir ser la despiadada Araña para siempre.
Con esas ideas martillando su cabeza, salió sigilosamente de su habitación. De su maleta, tomó una filosa navaja y la guardó en la parte de atrás de su pantalón. En Cuba, las armas de fuego llamaban demasiado la atención. Estaban prohibidas por el gobierno. Aún así, no estaba completamente loco como para salir desprotegido.
En el pasillo, se topó con uno de los hombres de César. El vigilante, le indicó donde se encontraba el garaje. Jax, no debía sospechar de aquella salida nocturna. Ni siquiera el propio César. El hombre pareció entender el mensaje, o más bien, la cruda amenaza. Ian, entre los dos autos que estaban en el garaje se declinó por una moto Honda, negra como la noche.
Con una sonrisa maliciosa, tomó las llaves y abrió el garaje sigilosamente. Salió de la casa de renta a escondidas, envuelto en la oscuridad que reinaba en la avenida. Se subió a la moto y aceleró con fuerza, antes de ponerse en marcha. La última vez, que había manejado una moto no tan sofisticada como aquella, lo promovieron a la estación de Miami Beach, dejando atrás sus días como policía de patrullaje.
A pesar de ser un completo desconocido en aquella lúgubre ciudad, encontró el llamativo bar en el centro del casco histórico. De noche, La Habana parecía un sitio completamente diferente. En la espesura de la madrugaba, las luces de los establecimientos nocturnos lograban confundir a los turistas con la imagen imponente de una riqueza inexistente de una histórica ciudad que se encontraba en ruinas.
Su padre, siempre hablaba de la miseria en la había vivido en sus años de juventud. Acusaba al gobierno, por haberlo obligado a cruzar noventa millas en busca de una nueva vida. Una más próspera y esperanzadora. Al final, el precio por el sueño americano había sido demasiado alto.
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90 Millas
RomanceLa vida de Alan está por cambiar cuando el reencuentro con su hermano amenaza con arrebatarle todo aquello por lo cual se ha sacrificado. Cumpliendo con la promesa que le hizo a su madre, acepta una misión arriesgada de la Interpol. Ahora, ya no es...