Capítulo 4: Mi amigo César

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La calurosa bienvenida de César, duró solo unos pocos minutos. En el momento en que el muy imbécil le abrió la puerta a Ian Ramírez y a su escolta, éste lo golpeó con todas sus fuerzas en el rostro tumbándolo al suelo. Jax, intentó conternerlo pero Alan se había metido demasiado en el personaje que le tocaba interpretar. Estaba fuera de sí, con la soga al cuello a punto de perder a su hermano para siempre.

—Dime, ¡¿por qué mierda Eileen Mendoza está tan enfadada contigo?! ¿Qué cojones estás haciendo con mi maldito dinero?—Vociferó La Araña, poniendo nerviosos a todos los hombres que estaban presentes en la sala en espera del verdadero jefe para hablar de negocios.

—Tuvimos problemas con la distribución de la mercancía-a... La policía ha estado inspeccionado los bares del señor Mendoza, alguien de adentro está hablando con quien no debe...—Tartamudeó César, azorado por la violencia de La Araña.

—Si Eileen Mendoza, no renueva su contrato con nosotros... Voy a matarte—Lo amenazó, ganándose una exclamación por parte del grupo de hombres que se miraron asustados entre sí. Ian, tomó a César por la camisa y lo puso en pie, dándole amenazante unas palmaditas en el hombro—. ¿Entendiste?

—Si-í... Sí, señor—Balbuceó el empleado, asintiendo enérgicamente con la cabeza. Ian, pareció un poco más calmado con su respuesta y se apartó del hombre con desdén. Jax, le abrió la puerta y lo condujo hacia su habitación.

La reunión de aquella tarde quedaba evidentemente pospuesta de forma indefinida. Lo más importante en aquel complejo momento era recuperar a cualquier costo el favor de la narcotraficante colombiana.

En cuanto estuvieron a solas, su guardespaldas se concentró en inspeccionar primeramente el cuarto para después hablar con mayor libertad. Para su asombro, tomó a Alan por la camisa y lo sacudió con violencia. Algo había hecho mal éste, obviando todo lo que el informe detallaba de la relación entre Ian y César.

—¿Acaso perdiste la cabeza?—Lo acusó Jones, abriendo el joven enormemente los ojos. Alan le dio un empujón y logró liberarse de su agarre. Estaba harto de no tener el control sobre las cosas que sucedían sin previo aviso. Había un plan, pero nada favorecía el buen curso de la misión—. ¡Por Dios! Ian jamás hubiese pegado a César. Son amigos de la infancia. ¡El único amigo que tiene La Araña en su vida y el único en el que confía!

—¿Que-é?—Murmuró Alan confundido. Su gemelo no era un tipo de amigos. Nunca había conocido a uno personalmente. Ni siquiera cuando estaban en el preparatoria.

—A veces pienso que no conoces en lo absoluto a tu hermano, maldito incompetente... Tienes que calmarte. Eres demasiado impulsivo—Reclamó Jax, teniendo por segunda vez la razón en todo ese tiempo juntos. No sabía cómo relacionarse con Eileen, y menos con el cómplice de La Araña.

—Eileen nos va a arruinar el negocio. Alguien aquí no está haciendo su maldito trabajo...—Se excusó el policía, sonando como un verdadero criminal—. Si ese negocio falla, mi hermano está muerto. Yo, estoy muerto.

—Ian es quien descuidó su negocio. No, ninguno de ellos...—Le hizo saber el agente Jones contrariado. En ese tenso minuto, Alan comprendió que Jax le había ocultado información importante sobre su hemano. El agente de la Interpol, se sentó en la cama y suspiró con dramatismo—. Hay una chica... Una bailarina que trabajaba en uno de los clubes en Orlando por la que Ian iba a dejar el negocio. Fue por ella que se metió en una guerra con los rusos, porque el jefe del cartel Petrov en Kentucky se quería acostar con la muchacha.

—¿Eileen lo sabe?—Preguntó Alan, uniendo los cabos sueltos. Se volteó hacia Jax y lo acusó con un dedo—. ¡Me lo tenías que haber dicho! Eso me tranquiliza. Esa chica estaba llevando a mi hermano por el buen camino.

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