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A la mañana siguiente de la batalla del Gaznate, Rhaenyra Targaryen montó a su dragona y fue hasta el lugar donde se desarrolló la batalla. La reina aún tenía esperanzas de encontrar a sus dos hijos más pequeños, así qué nadie se atrevió a oponerse. Antes de qué se marche, mandó un cuervo hacia su esposo en Harrenhal, y algunos sospechaban qué iban a encontrarse allí.

Con la ausencia de la Reina, la corte se había vuelto un caos. Apenas el príncipe Jacaerys había caído desmayado, los Maestres de Roca Dragón no demoraron en entrar a los aposentos del heredero y señalar hacia Annabeth como una bruja; aquellos hombres y sirvientes qué fueron testigos del uso del Vellocino, no encontraban ninguna explicación lógica. Y es porqué no había una. Baela los había despachado a gritos de la habitación de su prometido, pero el asunto no iba a terminar allí y lo sabían.

El revuelo en las tabernas de Roca Dragón tampoco ayudó demasiado a la situación. Vermithor y Ala de Plata rugieron estruendosamente en Monte Dragón por horas ante el asesinato de sus nuevos jinetes, pero cuando el príncipe Lucerys se declaró como el responsable, nadie se atrevió a opinar. Después, a manos de las ratas del pueblo yano, sabrían las razones. Sin embargo, ninguna reunión se planeó para discutir lo ocurrido, sino hasta la mañana siguiente.

Sin Rhaenyra, todo el consejo negro debía oír a su heredero. Pero Jacaerys no había salido de su inconsciencia sino hasta un día después. Baela y Clarisse no habían abandonado sus aposentos, las sirvientas les llevaban allí sus comidas y compartían con los hermanos o amigos de Jace, los cuales se acercaban cada vez qué podían a ver sí aún se encontraba estable. Luke no fue tantas veces como lo desearía, pues estaba bastante ocupado cuidando de su otro hermano, Aegon. El ahora más pequeño de los hijos de Rhaenyra había estado inconsolable durante todo el día, al igual qué Tyson y Grover, así qué entre Percy, Annabeth y Luke, intentaron apaciguar su tristeza.

Cuando Lucerys se había levantado, Percy ya se había encargado de preparar su desayuno. No hubieron palabras durante toda la mañana, y el rubio no lo presionó para qué eso cambie. Luke apenas terminó se fue a ver a sus hermanos, sin embargo Percy atinó a buscar a Annabeth. La platinada estaba sentada afuera de la puerta de los aposentos de Jace, cruzada de piernas y con su mirada perdida en el suelo del castillo. Lucerys pasó de ella, demasiado ansioso por ver al príncipe, sin embargo el semidiós se sentó a su lado.

El rubio se mordió su labio inferior, indeciso a la hora de hablar. Su amiga lo notó, así qué solo se limitó a suspirar y apoyar su cabeza sobre su hombro. Percy la abrazó por los hombros y dejó caricias sobre su brazo, sin comentar nada por las lágrimas qué resbalaban en las mejillas de la semidiosa.

— Creo qué nos metí en un problema. —  habló Annabeth en un susurro. — Use el Vellocino en Jace en frente de los Maestres.

Ante sus palabras, las caricias de Percy se detuvieron por un momento. La ojigris mordió su labio inferior y se acurrucó más en su costado, conteniendo un sollozo.

— Lo solucionaremos. — dijo con firmeza. — Reaccionaste bien, chica sabia. Por ti Jace está vivo.

— Pero él- — su voz le falló, así qué esperó para hablar. Luego de suspirar, continuó. — ¿Qué le pasó, Percy?

Para el semidiós, el recordar la batalla le generaba náuseas. Más aún narrarla. No encontraba las palabras exactas, pero hizo un esfuerzo para decirle lo qué había ocurrido desde un principio. Desde como su padre lo alertó en sueños, hasta como Lucerys asesinó a los soldados de las ciudades libres en Puerto Especias.  Annabeth lo escuchó en silencio todo el tiempo, acariciando su espalda cuando las náuseas y arcadas eran imposibles de evitar. En medio de su narración, no se dio cuenta en qué momento había comenzado a llorar.

Change - percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora