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Rhaenyra aún no regresaba a Roca Dragón, o siquiera a Harrenhal. Los señores se mostraron inquietos ante la ausencia de la Reina, pero Jacaerys solo podía ocuparse de un problema a la vez.

Tras oír lo narrado por Percy, le dio permiso a su hermano de hacer un funeral hacia toda aquella servidumbre qué pereció en batalla. Por supuesto, los hombres del Consejo no demoraron en quejarse sobre el desperdicio de tiempo y dinero, en sus propias palabras. Jacaerys hizo oídos sordos y los despachó cuando el dramatismo lo habían cansado. Incluso en su estado impaciente, los señores no hicieron frente y se marcharon.

Después de la baja de su dragón, Jacaerys había estado irreconocible. Arisco, amargado, serio y perdiendo la amabilidad qué lo caracterizaba. Los qué sufrían la consecuencia de su mal humor eran aquellos hombres, sin embargo su familia aún lo sentían. Por lo tanto, cuando Jacaerys suspiró cansado por mantenerse de pie tanto tiempo, Cregan se apresuró a ofrecerle su brazo como soporte así pueda sentarse cómodamente.

— Bien. — dijo luego de unos segundos, con su respiración más estabilizada. — ¿Hay noticias de Daemon?

Todas las miradas viajaron a Baela, la cuál jugaba con el suave fuego de una vela, distraída. Al percatarse qué la atención estaba sobre ella, se paró correctamente y carraspeo antes de contestar.

— Dijo qué él y Caraxes estaban a tu disposición. — respondió. — Por supuesto, no le agrada no estar aquí presente para ayudarte, pero exigió cartas de tu parte para detallarle mejor el plan.

— Es riesgoso, pueden ser interceptadas. — comentó Clarisse. —

— Nadie podrá leerla sí escribes en Alto Valiryo, hermano. — Lucerys se paró detrás del castaño mayor, apoyando su mano en su hombro. —

Jacaerys asintió, de acuerdo con el otro príncipe. Su mano sostuvo su mentón, el cuál acarició con algo de brusquedad antes de mirar a Annabeth.

— Iremos a los aposentos de Jaehaerys ahora. — se comenzó a poner de pie con dificultad. — Estaremos allí en unos minutos para asegurarnos qué todo salga bien.

— Sigo sin saber porqué esperamos tanto. — gruñó Lucerys, insatisfecho. —

— El usurpador imaginará qué torturamos a su hijo durante estos días. — respondió Cregan. — Al fin de cuentas, su Majestad salió en busca de cuerpos. Ellos asegurarán haber asesinado a los príncipes, pero al mismo tiempo qué perdieron a su heredero.

Mientras tanto, Annabeth boqueaba indignada. Durante aquel par de días, la única persona qué podía pasar tiempo con Jacaerys sin qué busque correrlo a gritos, además de Lucerys, era Annabeth. Y la semidiosa había aprovechado de esto para intentar convencer al príncipe de dejar al pequeño Targaryen fuera de todo esto.

— Jace. — lo llamó con voz ahogada. — Por favor, es solo un niño.

— Ya hablamos de esto, Annie. — suspiró con cansancio, acariciando su frente como sí doliera. — Es un niño al qué le sobra un dedo, y debemos sacar provecho de eso.

— ¿No le dolerá? — preguntó Percy, con una mueca de desagrado ante la idea. — No tienen, no sé, anestesia?

El resto, además de los semidioses, se observaron confundidos ante aquella palabra.

Change - percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora