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Hoy es sábado, día de clasificación, y a pesar de que todo parece igual que cualquier otro fin de semana de cara al público, la realidad es muy distinta

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Hoy es sábado, día de clasificación, y a pesar de que todo parece igual que cualquier otro fin de semana de cara al público, la realidad es muy distinta. Desde la primera sesión de entrenamiento a la que fui con los chicos, seguida por el polvo inesperado en las duchas que me hizo perder la cabeza por completo, el aire que se respira entre varios de los pilotos ha cambiado notablemente.

Lo primero que he notado es un aumento en la competitividad entre aquellos con los que Charles tuvo problemas en el entrenamiento, pero, extrañamente, no parecen enfadados o resentidos, sino mucho más emocionados por la carrera. Aunque no he vuelto a hacer ejercicio con ellos, paso casi cada hora del día con Charles y no me hace falta ver al resto para notar este cambio. Además, cada vez que me he cruzado a alguno de los chicos estando con él, no han faltado los comentarios para chincharle y la posterior respuesta de Charles que, a pesar de ser cortante, siempre responde con una media sonrisa chulesca.

Le he preguntado decenas de veces a Charles de qué va todo esto, pero él me asegura que solo son tonterías entre compañeros. Mi preocupación no es que alguno de los chicos me haga algo —sé que no son ese tipo de hombres— sino más bien cómo se toma Charles las bromas y comentarios. Estoy completamente perdida al ver su reacción, lo cual me impide saber cómo reaccionar a todo por mi parte, por lo que he decidido hacer lo que me dé la gana, tal y como hacen ellos.

Además, Carlos está dejando caer algo de información que no hace más que empujarme a querer devolvérsela a Charles al igual que hice en la sesión de entrenamiento.

—Atenea, no puedo decirte más, especialmente porque ya sé que sabes lo que pasa —dice Carlos con un quejido—. ¡No puedo decir más! ¿Es que no eres consciente de lo mucho que podría doler un choque a trescientos por hora? ¿Es que quieres que me muera, Atenea? ¡Porque Charles me empujará contra el muro más cercano, sabes que lo hará!

Carlos me mira con todo el dramatismo del mundo y una mano en el pecho, como si le hubiera ofendido gravemente. A su lado, Bibiana es incapaz de contener una risita y yo suelto un bufido. El madrileño nos está acompañando a la zona desde la que veremos la clasificación con la excusa de querer hablar con Bibi, pero realmente le he arrastrado yo para sacarle información sobre el comportamiento de los chicos sin que estuviera Charles delante. Necesito saber si mis sospechas son ciertas.

—Mira, solo tienes que decir sí o no a esto: básicamente, todos se están comportando como críos de quince años y están haciendo una especie de juego de poder absurdo para ver quién merece más atención femenina que, en este caso, se trata de mí. ¿Me equivoco?

Carlos me mira de reojo y suspira, luchando contra sí mismo durante apenas un segundo antes de asentir con la cabeza tan brevemente que creo que me lo he imaginado. Aun así, es toda la confirmación que necesito para saber que los pilotos se están comportando como críos y yo no pienso ser una mera espectadora.

Si quieren jugar, entonces juguemos todos.

—Bueno, chicas, yo tengo que irme ya. Ni una palabra de nada de lo que hemos hablado, yo no sé absolutamente nada, ¿vale? —avisa Carlos y nosotras asentimos con expresiones completamente inocentes—. Luego te veo, nena. ¡No lieis nada!

Todo al rojo {Charles Leclerc}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora