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Cada vez que la bala roja pilotada por Charles Leclerc pasa tronando frente a mí, el polo rojo que cubre la parte superior de mi cuerpo parece brillar más

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Cada vez que la bala roja pilotada por Charles Leclerc pasa tronando frente a mí, el polo rojo que cubre la parte superior de mi cuerpo parece brillar más.

Mi obligada elección de vestimenta para la carrera de hoy ha sido muy cuestionada por mi familia, especialmente por mi hermano, que ya pensaba que había decidido pasarme al equipo de Ferrari. Sin embargo, me he limitado a contar una media verdad: que hice una apuesta con Bibiana, mi mejor amiga y fiel seguidora de Carlos Sainz, prometiéndole lo mismo que al chico misterioso. Todos parecen habérselo creído sin reparos, aunque mi hermano se ha asegurado de chincharme por lo apretada que me queda la camiseta. No tengo precisamente poco pecho y la prenda se encarga de destacar este hecho, lo cual me hace pensar ocasionalmente en un detalle: ¿lo habrá hecho a propósito o pensó inocentemente que esta sería mi talla?

—¡Solo queda diez vueltas, señores! ¡Verstappen sigue a la cabeza, aunque aún no está todo el pescado vendido! ¡Charles Leclerc acorta la distancia que les separa por momentos, dispuesto a terminar la carrera en la misma posición en la que la comenzó!

La voz de Lobato, el mítico comentarista de Fórmula 1, resuena por los altavoces y puedo ver en las grandes pantallas que en efecto, Leclerc parece dispuesto a ganar la posición que perdió hace unas vueltas. No queda mucho tiempo, apenas diez minutos, pero el monegasco no se ha rendido todavía ante el aparente eterno dominio del holandés. Como ayer, apenas soy consciente de lo que ha hecho Fernando Alonso durante la carrera o de la posición en la que está. Ni siquiera he proferido más que algún comentario de ánimo automático cuando mi familia lo ha hecho, porque hoy vuelvo a tener los cinco sentidos puestos en otro piloto.

No sé por qué, pero cada fibra de mi ser desea que sea Charles Leclerc el que cruce la línea de meta en primer lugar.

Es absurdo, no solo porque el chico ni siquiera me cae bien y soy seguidora de otro piloto, sino también porque eso me haría perder la apuesta, una derrota que todavía no sé ni cómo podría afrontar. Esta vez la condición no es ponerse una camiseta de otro color. Esta vez, tendría que hacer lo mismo que hoy, pero en Mónaco, uno de los lugares más caros del planeta y al que definitivamente no me puedo permitir ir.

Eso mismo fue lo que le respondí a "C" anoche cuando lo propuso, pero su misteriosa respuesta en forma de promesa fue como una confirmación silenciosa por mi parte: «tranquila, yo me encargaré de todo. Si no puedes estar allí, siempre podrás enviarme otra foto desde Madrid, aunque no creo que eso sea necesario».

¿Qué demonios significaba eso? ¿Por qué todo lo que hace y dice este hombre siempre está cargado de misterio?

—¡Mirad, Leclerc va a fuego! —exclama mi hermano, sacándome de mi ensoñamiento y metiéndome de nuevo en la carrera.

Apenas quedan cinco vueltas ya, pero la distancia que hay entre la parte delantera del Ferrari y la trasera del Red Bull se acorta por momentos. Verstappen parece tranquilo, seguro de su talento por mantener la victoria hasta el final, aunque el monegasco no se rinde.

Todo al rojo {Charles Leclerc}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora