¿En qué momento he decidido que era buena idea venir a entrenar con Charles, Carlos Sainz y mi mejor amiga? ¿Es que he apagado mi cerebro a la hora de decir que sí a esto o tal vez este no estuvo encendido nunca?
Las preguntas y los reproches no dejan de rondar mi cabeza mientras Carlos y Charles se esmeran en hacer de profesores para nosotras. El español es todo un caballero, asegurándose de que entendemos cada ejercicio y de que estamos cómodas con todos los estiramientos, pero el monegasco tiene la cabeza en otras cosas... y las manos.
—Y ahora, seguimos con el perro boca abajo —indica Carlos, antes de apoyar las manos sobre el suelo y estirar sus extremidades todo lo posible—. Tenéis que sentir cómo se estira cada músculo y estiraros todo lo que podáis.
Bibiana y yo imitamos a la pareja, empeñándonos en hacerlo bien, aunque mi cabeza está en otra parte. Soy incapaz de no prestar atención a todos los músculos que se tensan cuando Charles se estira, y trato de mirar con el mayor disimulo posible. Sin embargo, ahora que mi visión es significativamente reducida, no encuentro sus manos frente a mí, donde estaban hasta ahora. Alzo un poco la cabeza, buscándolas, hasta que, de repente, las siento sobre mis caderas.
—Estira más las piernas —susurra en mi oído, ayudándome con gentileza a hacer lo que dice—. ¿Ves? Justo así.
Charles termina de guiar mi cuerpo hasta que mi culo queda apretado contra su entrepierna. El resultado es una postura obscena que, junto con su tacto y proximidad por todo mi cuerpo, hace que mi respiración se entrecorte y sienta escalofríos por todo el cuerpo.
¿Cuándo ha empezado a hacer tanto calor?
—Charles, esto no es una sesión de Kama Sutra en público —le recuerda Carlos entre risas, haciendo que se separe de mí muy poco a poco, tentándome con su presencia.
Mi cuerpo parece quejarse al volver a sentir el frío en mi trasero y cuando me levanto, miro a Charles con el rostro acalorado y el deseo en la mirada. Una sonrisa de pillo danza en sus labios, prometiéndome más de lo que acaba de ocurrir, aunque yo no estoy segura de si estoy muerta por el deseo o la vergüenza.
—Bueno, a mí ahora me toca piscina. Tu tienes que hacer cardio primero, ¿verdad, Carlos? —pregunta Charles sin apartar los ojos de mí—. ¿Quieres venir conmigo, Atenea?
—Sí, pero recuerda que luego Bibiana y yo vamos a la piscina, así que úsala para nadar, por favor.
Las implicaciones de sus palabras no ayudan a bajar la rojez de mis mejillas y lo peor es que Charles rompe a reír malévolamente junto a mi mejor amiga mientras Carlos trata de reprimir la sonrisa, como si los tres estuvieran conchabados para lograr que me muera de la vergüenza.
—¿Pero cómo voy a hacer algo en la piscina, estás loco? Yo siempre me comporto como un ciudadano educado y con clase —bufa Charles, aunque de forma poco creíble, y me ofrece la mano—. ¿Vienes, ma chérie?
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Todo al rojo {Charles Leclerc}
Fiksi PenggemarAtenea ha sido fan de la Fórmula 1 desde que tiene uso de razón. Su pasión por este deporte fue contagiada por su padrastro, así como su apoyo incondicional por un piloto en particular: Fernando Alonso. Tras años siguiendo las carreras desde el saló...