Capítulo 25- Una ciega, un niño y un adulto joven queman unos dormitorios.

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Caminé por los pasillos esperando ver al director de quién sospechaba que se había escondido de mí, porque no lo encontraba por ningún lado, parecía haberse esfumado, cada que le preguntaba a alguien si lo había visto me daban una dirección a donde iba para no encontrar nada, ¿Se estaría escondiendo? O más bien huyendo, porque ya llevaba un buen rato esperando verlo.

—Disculpe, ¿Ha visto al director? —Pregunté.

—Sí, pasó para comer en el comedor común. —Me dijo el rector Azrael.

Corrí para ver si esta vez lo podía alcanzar, estaba como siempre con un emparedado con toda la tranquilidad del mundo, como si hasta hace unos segundos yo no lo estuviera buscando con mucha prisa. —Ah, ya lo encontré.

Él ni siquiera me miró, sino que siguió viendo sus papeles como si nada pasara, sin prestarme atención, o eso así hasta que me senté a su lado.

—¿Qué pasa? —Preguntó calmado.

—Ya logré lo que se me pidió.

—Yo aún te veo con ropa. —Dijo con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Ja, ja, qué gracioso, no, lo del tiempo.

—¿Aún insistes en usar a monstruos como comida?

—He logrado darle comida suficiente para seis meses, creo que puedo hacer algo más que solo eso —Dije para quitarle los papeles que me quitaban su atención. —Solo tengo que sacrificar a alguien, tráeme a un condenado muerte para hacer mi trabajo.

—Necesitarás a dos, por si uno se muere, tu tranquilo yo me voy a encargar de eso, ahora déjame seguir revisando mis cosas.

Ya lo tenía todo listo para la próxima expedición, o eso creí hasta que escuché a lo lejos unos gritos que al principio no escuché bien, pero cuando me fui acercando supe de qué se trataba porque decían así "¡Se está quemando! ¡Se está quemando!" Corrí rogando para que no fuera lo que yo creía que era, aunque tal vez era pedirle demasiado al mundo.

Cuando llegué a la casa plateada estaba intacta, tal vez había desconfiado demasiado de ellos, seguro que no habían hecho nada parecido a crear un incendio dentro de las instalaciones, era excesivo pensar eso, ¿Verdad?

No, mentira, ¡No fui exagerado! Quisiera decir que fui exagerado, pero para mi pésima suerte no fue así.

—¿Qué haces? Nico y una ciega, un incendio en la casa plateada junto con Lars, toma un balde de agua y ayúdanos a pagar el fuego. —Dijo Magnus entrecortado.

Había una satisfacción en tener razón que era parecida al licor, pero más satisfactorio y menos degradante, pero en esta ocasión no sentí que aquella satisfacción fuera la suficiente como para aminorar el nivel de catástrofe que aquellos dos habían logrado causar en una universidad que se dedicaba a matar a sus estudiantes con poderes. Tuve que tomar un balde para llenarlo de agua y correr para apagar aquel fuego que parecía poder consumirlo todo. A un costado estaban esos tres jugando con unos mondadientes tranquilos, como si a sus espaldas no tuvieran el infierno en vida. Después de evacuar a unos cuantos heridos de las fauces del fuego, me acerqué a los culpables, quienes seguían jugando con los mondadientes con todo descaro.

—Chloe, ¿Qué me dijiste que no harían?

—Quemar todo con unos mondadientes.

—Ajá, ¿Y qué tienes en tus manos?

—Unos mondadientes.

—¿Y qué hay detrás de ti? —Ella se quedó en silencio —¿Qué hay?

—Un incendio.

El Destino del Villano. (1/3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora