Capítulo Final.- Una moneda decide mi destino.

58 8 0
                                    

Friedrich me quiso llevar a la cabaña donde habíamos dejado a Iván y a Lars, ellos nos saludaron por el camino llevando algo de carne de monstruo. Fue breve, pero ver que estaban bien me tranquilizaba. Había muchas otras granjas que habían crecido alrededor de la humilde cabaña que habíamos construido.

—Es genial, ¿No?

—Sí, es genial. ¿Y qué querías mostrarme? —Pregunté esperando que no fueran solo las otras cabañas.

—Te quería mostrar las cabañas y hablarte de algo importante. Vamos, entra.

Lo seguí sin tener mucho porque no hacerlo. Una vez dentro me di cuenta de que se la había pasado trabajando mucho en los mapas que ahora cubrían la habitación hasta por los suelos.

—Disculpa, estuve algo ocupado revisando las montañas de la zona tres. —Dijo agarrando los papeles del suelo para acomodarlos en otro lado. Me acerqué para ayudar, porque la montaña de hojas estaba a nada de tragarse a Fried y no dejar nada. Como vuestra relación no dejo nada, así mismo.

—¿Sabes? Quiero retirarme de todo esto, creo que ya hice mucho para que mis hermanos vivan bien. —Dije dejando los papeles a un costado.

Él tomó un cuaderno extraño y le echó una ojeada para leerlo pasando los ojos por las letras y luego decir. —¿Vas a ir con alguien?

—Sí, es una amiga de la infancia. Creo que puedo vivir una buena vida con ella. Quisiera no tener que preocuparme mucho. Ella se llama.

—Lea. —Respondió completando mi oración.

—¿La conoces?

—Sí, algo así. Pero ¿Sabes? Hay algo que quisiera probar. Te dije que te quería decir algo importante, pero, una vez mientras traía a los mercenarios y cazadores un señor se acercó a mí para hacerme una pregunta, no la pude responder, quería ver si me podías ayudar.

—No sé si pueda ayudarte, pero adelante, dime. —Dije para acercar una vela apagada y prenderla porque había un aire demasiado fresco en el lugar que me fastidiaba.

Él fue a preparar las hojas que habíamos dejado a un lado y empezó. —Hay un ser dentro de un niño, un niño asustado, un niño llorando al igual que sus víctimas. Ese ser que hay dentro del niño un día saldrá y matará a quienes amas. Cuando salga no podrás matarlo y el niño no sabe cómo impedirlo. Es un ser que arrastra a otros niños, ¿Qué debería hacer con el niño que llora?

Para mí la respuesta era sencilla solo matar al niño, pero quisiera poder tener otra respuesta porque era para Fried.

—No lo sé. Tal vez lo llevaría con un psicólogo, hacen falta, luego de esto iré a uno. —Dije sonriendo para cambiar el tono del ambiente.

Él dejó salir una risa y dijo. —¿Podrías esperarme aquí? Te tengo un regalo.

—Solo no te demores. —Dije fijando mi vista en la vela que flameaba calentando mis manos.

Cuando llegó la vela ya había consumido un cuarto de su cuerpo. Así como se consumió su amor por ti. Puso sobre la mesa unas monedas. —Descubrí estás cosas en el mismo lugar donde jugamos para ganar dinero para los dioses.

—¿A si? Las descubrí desde que mi abuelo me dio unas para comprar comida. —Dije viendo las monedas.

—Son especiales. Mira el tipo de monedas, son monedas de la Diosa de la justicia.

—¿Y qué hacen?

—¿Quieres ver? Ya las probé una vez, quiero mostrarte.

Me llevó al mismo lugar donde habíamos acampado la última vez que estuvimos en este mundo. Parte que no me gustaba para nada después de lo que había pasado con Mateo. Fried llevó las monedas en su mochila mostrándome como hicieron vías alternas para llegar más rápido a donde quería.

—Pero aún no me has dicho lo importante.

—Cuando te muestre lo que hacen las monedas te lo diré. —Dijo tomando mi brazo para que lleguemos al sitio.

Me llevó al árbol donde Mateo había muerto. —¿Por qué estamos aquí?

—Ven, acompáñame. —Dijo para llevarme a unos arbustos cercanos. Nos escondimos y él tiró la moneda al aire. —Que sea lo que la justicia dicte.

La moneda se desintegró antes de caer. La tierra tembló y se hizo de noche en unos segundos, estaba por preguntarle, pero me tapó la boca.

—Es hora de mi espectáculo favorito. —Dijo sonriendo.

Nos movimos un poco por los arbustos y me di cuenta tarde. Ahora estábamos en ese día. Enfrente nuestro, estaba yo con Mateo y los demás dormidos.

Estos eran los ruidos que había escuchado esa noche. Él mantuvo su vista en lo que pasaba y no pude hacer nada más que lo mismo, mirar. Mirar cómo maté a Mateo y fingí su suicidio. La mano de Fried apretaba mi brazo conforme pasaba la escena. Mi corazón latía desbocado, intentando escapar de mi pecho como quería escapar yo.

Una vez que todo terminó y mi otro yo se fue a dormir la tierra tembló, aunque solo para nosotros y volvimos a estar de día en el mismo lugar que ahora no tenía el cuerpo de Mateo flotando.

—Aquello importante que te quería decir era que —Me disparó con algo en el brazo —Hoy harán un golpe al director y ahora tengo luz verde para usar un bloqueador de poderes contigo.

Me alejé de él. Miré mi brazo. Tenía algo parecido a un pequeño cilindro vacío.

—¿Sabes? Después de todo lo que pasamos creí que al menos merecía la verdad, pero contigo siempre hay secretos. ¿En serio creíste que en un mundo lleno de poderes no habría manera de descubrir lo que hiciste? Estoy decepcionado de ti. Pensé que éramos algo para ti, pero veo que sigues pensando solo en tus hermanos.

El dolor de no tomar mis pastillas me estaba haciendo efecto. Me quedé sin aire en el suelo adolorido con el cilindro de vidrio vacío en mis manos.

—Pero sé que en realidad es culpa mía. Por pensar que cambiarías. No soy una religiosa que se metió con un drogadicto pensando cambiarlo, era tu amigo y aun así eres peor que un sucio drogadicto. Eres un asesino que no entiende que no eres solo tú, somos muchos más y nadie aquí es tan especial, pero somos únicos. No valoras la vida. Pero si tú no valoras la vida de otros, ¿Por qué debería valorar la tuya? No valoraste la de Mateo.

No podía moverme, ni respirar, el existir dolía y no había nada que me ayudara. Mis pulmones crujían. Mis huesos parecían partirse y volverse a componer para aumentar el dolor. Mi sangre hervía en dolor y no podía hacer nada para evitarlo.

—¿Qué debería hacer contigo? —Dijo de cuclillas. —Olvídalo, haré lo que él me dijo.

Se acercó a mí. Colocó un cilindro de líquido dorado en su pistola y me dio con él en el pecho, el dolor paró, pero quedé en el suelo inconsciente.

—Descansa, porque lo que sigue a esto será peor que la muerte. Solo verás paredes blancas y te dejaré pelear con tu consciencia, aunque sé que siempre perderás.

Cuando desperté estaba en una camilla, atado con cadenas gruesas en un cuarto blanco vacío. Quise gritar por ayuda, pero no había sonido, cualquier cosa que decía no sonaba. Sentí un ruido blanco pasar por mis oídos. Quiero irme, tengo miedo.

El Destino del Villano. (1/3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora