Un revelde Amor. Cap. 1

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Un revelde amor. Cap. 1. Capítulo

EN MEDIO de la ruidosa y concurrida fiesta que estaban celebrando en su
apartamento del Bronx, en Nueva York, KAREN, una de las compañeras de piso
de CANDACE , entró en la cocina tremendamente excitada.
–Por fin esta fiesta empieza a parecer el regalo de cumpleaños que se
supone que debía ser, CANDY –le dijo a CANDACE .
Ni KAR ni JULI , a las que había conocido en la universidad, sabían que en
realidad se llamaba CANDY ANDRY . Al entrar en la universidad se
había matriculado como «CANDACE BLANCA », en vez de usar su verdadero
nombre, porque había querido poner distancia en esa nueva etapa de su vida
con todo lo que conllevaba el llevar esos apellidos, de renombre
internacional.
–¿Y sabes qué? –añadió KAREN.–. Acaba de llegar un tipo guapísimo... ¡y ha
preguntado por ti! Dijiste que ibas a darle un giro a tu vida, ¿no? –le recordó
con una sonrisa pícara–. Pues es tu oportunidad de demostrarlo.
Era cierto, al mediodía de ese frío sábado de noviembre, mientras se
tomaban una pizza, les había asegurado que a partir de ese día, el día en que
cumplía veintitrés años, iba a poner fin a su aburrida y asfixiante existencia
monacal de una vez por todas.
–¡Por fin vas a perder la virginidad! –había exclamado JULI , lanzando un
puño al aire–. ¡Ya era hora! ¡Bienvenida al siglo XXI!
Cuando vio que se había quedado de piedra al oír eso, KARE había mirado a
JULI con el ceño fruncido y había replicado:
–No tienes que hacer eso para darle un giro a tu vida. No tienes que hacer
nada que no quieras.
–O puedes hacer lo que quieras... por una vez en tu vida –había insistido
JULI , ignorando por completo su reproche.
–No os preocupéis por mí –había respondido CANDACE. Solo la habían
besado una vez, en su último curso en la universidad, y había sido de lo más
embarazoso–. Mis años de patito feo han terminado, y esta noche por fin me

transformaré en cisne –les había anunciado, y sus amigas habían lanzado
vítores y la habían abrazado.
Sí, eso era lo que había dicho, y no podía volverse atrás, se recordó,
sirviéndose otra copa de vino blanco –la tercera ya–, y no pudo evitar
acordarse de un incidente, años atrás, en el internado suizo en el que había
estudiado de los doce a los dieciocho años y que más que un colegio siempre
le había parecido una cárcel. Una noche la aterradora directora las había
pillado a ella y a otras chicas bebiendo a escondidas, y les había dicho que el
alcohol convertía a las mujeres en prostitutas.
–¿Te parece que este es un comportamiento apropiado para alguien de
buena familia como tú? –la había increpado a ella–. Si tus padres levantaran
la cabeza... La heredera de un linaje tan importante...
A CANDY , que entonces tenía catorce años, le había preocupado más qué
fuera a ser de los integrantes de su grupo pop favorito, que acababan de
separarse, que su linaje.
–Ya hay suficientes chicas ricas, tontas y desvergonzadas acaparando las
portadas de las revistas de papel cuché –les había dicho a todas con desdén–.
De vosotras depende no acabar poniéndoos en ridículo.
CANDY apartó de sus pensamientos a aquella «carcelera» de su antigua
prisión y allí, en la minúscula cocina, brindó con sus compañeras de piso, que
la miraban expectantes, y bebió un buen trago de vino.
–Tenéis ante vosotras a la nueva y mejorada CANDY BLANCA –les dijo, con
más confianza en sí misma de la que en realidad sentía–. Y estoy dispuesta a
reclamar lo que me merezco, incluidos un montón de hombres guapos.
–Así se habla –intervino KAREN –. Pero deberías salir de la cocina: ahí fuera
hay uno esperándote –le recordó con picardía, dándole con el codo en las
costillas–. Es tu regalo de cumpleaños.
CANDACE no quería abandonar la cocina. Las fiestas la hacían sentirse
nerviosa y aún más vergonzosa de lo que era, y aquella estaba en su apogeo,
con la música alta, y los invitados bailando, charlando y riéndose. Eran todos
amigos de KARE y JULI . Ella solo había hecho amistad con ellas dos durante
sus años de estudiante en la universidad Barnard, allí en Nueva York.
«Lo que necesito es más vino», se dijo. Tomó otro trago de su copa antes
de salir de la cocina al concurrido salón, y después otro más. Por fortuna,
cuanto más bebía, más relajada se sentía. Quizá el alcohol no le sentara tan
mal después de todo. Era la excusa que siempre había puesto para no beber.

Mejor una mentira piadosa que admitir que, aunque habían pasado ya varios
años, las opiniones de aquella severa directora seguían teniendo tanto poder
sobre ella.
«No es solo la directora la que tiene tu cabeza patas arriba», apuntó su
vocecita interior, pero CANDY no le prestó atención. Lo último en lo que
quería pensar en ese momento era en su tutor legal, el hombre que dirigía su
vida, el hombre cuya aura asfixiante, arrolladora, podía sentirse aun a miles
de kilómetros.
Pero no estaba allí. CANDACE se atrevió por una vez a imaginarse como la
chica despreocupada e intrépida que siempre había soñado que podría haber
sido, si él no la hubiera recluido en el internado más estricto de Europa
durante parte de su infancia y adolescencia, donde se había sentido
tremendamente sola.
Tal vez el problema no fuera que fuese torpe y desgarbada, cuando se
suponía que una heredera de familia rica debería ser hermosa y elegante sin el
menor esfuerzo, como su madre lo había sido. Quizá el problema fuera que
nunca se había dado a sí misma la oportunidad de explorar su lado menos
obediente y recatado, y estaba segura de que lo tenía, de que estaba oculto en
algún sitio dentro de ella.
Le había llevado al menos dos años, después de acabar el internado, dejar
de imaginarse que cada vez que acudía a su mente un pensamiento
inapropiado o indigno de una señorita, aparecería a su lado la directora y le
echaría un buen rapapolvo.
«Habría que lavarte la boca con agua y jabón. Parece que hubieras salido
de una alcantarilla», les decía a las chicas que la desafiaban. «Y quizá ese sea
tu sitio: las alcantarillas».
También le había llevado mucho tiempo atreverse a decir lo que pensaba,
aunque solo fuera a sus amigas. De hecho, solo ahora, seis meses después de
que hubiera terminado sus estudios en la universidad, empezaba a sentir que
sabía quién era de verdad: ya no era la heredera triste y encerrada en una
«torre».
Tal vez siempre sería famosa por la trágica y repentina pérdida de sus
padres, y por haber sido «desterrada» por su despiadado tutor legal, al que
apenas conocía, a un internado europeo, igual que por la enorme fortuna que
le habían dejado su madre, de familia noble, y su padre, un gigante del
mundo empresarial, y que un día ella controlaría.

De cualquier modo, ya se había encargado ella de poner distancia entre su
vida real y esas historias patéticas de la pobre niña rica que la prensa había
difundido sobre ella. Durante los últimos cuatro años y medio había estado
usando uno de los apellidos menos conocidos de su familia materna, y había
pasado desapercibida, viviendo en el Bronx con sus amigas, como cualquier
otra chica que estaba buscando su primer trabajo después de la universidad.
No era la estrella de un reality show rodado en Hollywood, ni se dedicaba
a pasearse en yate por la Costa Azul. No, desde luego no era la típica
heredera de las revistas del papel cuché que la directora del internado había
predicho que acabaría siendo. De hecho, cuando esas revistas la incluían en
una de esas listas de los herederos más ricos del planeta, siempre la
calificaban de «discreta» y hasta de «huraña», que era justo lo que ella quería.
Estaba desesperada por demostrar que no era la criatura inútil que su tutor
–idolatrado en Europa y reverenciado en su España natal– siempre parecía
sugerir que era en las cartas y los mensajes de correo electrónico –ásperos y a
veces hasta insultantes– que había empleado para comunicarse con ella a lo
largo de esos diez años.
Los motivos por los que quería demostrarlo eran lo de menos. Lo único
que importaba era que ni aparecía en las revistas de COTILLEOS... CONTINUARA

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