Un Revelde Amor. Capítulo 24.

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Un revelde amor. Cap 24.
CANDY no habría sabido decir cuánto tiempo se quedó allí de pie, como
clavada al suelo, donde él la había dejado. Podrían haber sido solo unos
minutos, pero a ella le parecieron años. Se había quedado paralizada, incapaz
de comprender lo que acababa de pasar.
Continuó allí, en medio de la habitación, con las manos sobre el vientre
hasta que oyó que llamaban a la puerta. Levantó la cabeza, pensando que
pudiera ser terry , pero no eran más que un par de sirvientas que él había
enviado. Le sonrieron educadamente, como hacían siempre, y candy se hizo
a un lado, como si ella ya no tuviera nada que ver con aquello, con lo que
había pasado allí, con lo que había logrado con ese comportamiento
irreflexivo que terry siempre le había echado en cara.
Las observó aturdida mientras tomaban la maleta que ella había dejado
caer junto a la pared y la deshicieron. Luego ella misma entró en el vestidor y
volvió a hacer la maleta, escogiendo con más detenimiento qué prendas
llevarse.
No rechistó cuando una de las sirvientas la tomó por el brazo y la llevó
abajo, ni cuando el chófer del todoterreno que la esperaba fuera la ayudó a
subir al vehículo.
Solo cuando el chófer se detuvo frente a uno de los hoteles más famosos y
con más solera de Saint Moritz, parpadeó confundida.
–Disculpe –le dijo presa del pánico, cuando el hombre se bajó y le abrió la
puerta–: No quiero quedarme aquí; tengo que volver. Terry ...
–El señor terrius le ha reservado una suite en el hotel –le dijo el hombre,
como disculpándose–. Me pidió que le dijera que, cuando haya elegido un
destino definitivo, se le enviarán sus cosas allí.
Candy se desinfló al oír eso. Dejó que el chófer la ayudara a bajar del
coche y entró en el hotel. Fue al mostrador y dio su nombre para que la
recepcionista buscara en el registro la suite que terry había reservado para ella.
Cuando el botones subió con ella y le abrió la puerta, se encontró con que la

suite era un conjunto de varias habitaciones, a cada cual más amplia, y todas
con una vista deslumbrante de todo el valle de Engadine. Sin embargo, a
Candy todo aquel lujo le era indiferente, y más en ese momento. Le habría
dado igual que hubiese sido una única habitación con paredes de ladrillo y sin
ventanas, y, cuando el botones se marchó, cerrando la puerta tras de sí, se
dejó caer en el sofá que tenía más cerca.
Y así pasó un día, y otro, y otro... Pedía que le subieran la comida a la
habitación porque tenía que comer, aunque luego siempre se preguntaba por
qué se molestaba siquiera en intentarlo cuando todo le sabía a serrín y no
tenía el menor apetito. Y cada mañana vomitaba, como un reloj, solo que terry
no estaba allí para ponerle una toallita húmeda en la nuca y darle un vaso de
agua.
Y aunque por las noches, después de dar muchas vueltas en la cama,
acababa durmiéndose, por las mañanas no se despertaba descansada, sino que
se sentía como si tuviese un peso encima del pecho, sofocándola. Conocía
muy bien esa sensación. La había acompañado durante mucho tiempo tras la
muerte de sus padres: era aflicción, un pesar sofocante y brutal.
Terry era el único vínculo con su familia que le quedaba. Y era mucho más
que eso. Era el amor de su vida. Era el padre del bebé que llevaba en su
vientre. Era su familia... Pero no quería nada con ella.
Siempre había sabido que no encajaba en ninguna parte, que por más que
se esforzara, de nada servía. Era demasiado extraña, demasiado diferente. Y
quizá también estaba demasiado marcada por lo que había sufrido y por ser
quien era. Pero durante todos esos años siempre había tenido a terry . Y sus
cartas, aunque fueran bruscas y estuvieran llenas de reproches y sermones.
Esas cartas la habían seguido a todas partes. La sombra de Terry se había
proyectado sobre su vida como una constante. ¿Cómo no se había dado
cuenta hasta ese momento de que, inconscientemente, siempre había contado
con que estaba ahí, aunque estuviera lejos? Y ahora también a él lo había
perdido. Lo había perdido todo. Otra vez.
En Nochebuena, cuando estaba a punto de acostarse, oyó el zumbido de su
móvil. Se lanzó sobre él, segura de que sería una llamada de Terry , pero era
solo un mensaje de texto. Y por supuesto tampoco sería de Terry . En esos diez
años, terry nunca le había mandado un mensaje de texto. Imaginarlo haciendo
algo así era tan delirante como imaginarlo andando desnudo por las calles de
Saint Moritz, pero aun así pinchó en el icono del sobre para leer el mensaje

con el corazón en vilo, como si hubiese la más ínfima posibilidad de que
fuera de él después de todo.
No, era de su amiga Karen :
No mencionaste que, cuando te abdujo esa nave alienígena, también
cambiaron tu identidad...
Candy pinchó en el enlace que Karen adjuntaba, y se quedó de piedra al ver
que era un artículo de una revista sensacionalistas en Internet en cuyo titular
aparecía su nombre. El suyo... y también el de Terry :
¡Terry granchester tras la fortuna de la reservada y solitaria heredera Girard
Brooks! Aunque es su tutor, le ha pedido matrimonio. ¡Al diablo el
escándalo!
El contenido del artículo era repugnante como cabía esperar, y estaba
plagado de comentarios maliciosos e insultantes, pero no fue eso lo que llamó
su atención, sino las fotografías que lo acompañaban.
Recordaba cada segundo del momento que retrataban, cuando terry le había
pedido en plena calle, en el centro de Saint Moritz, que se casara con él.
Recordaba la calma que había exhibido ante ella mientras esperaba su
respuesta, como si no le importara cuánto fuese a hacerle esperar. Todavía se
le hacía raro mirarse la mano izquierda y no ver en su dedo el anillo que le
había dado.
Pero las fotografías mostraban mucho más que los recuerdos que tenía de
aquel día. Más incluso que ese largo beso que la había dejado sin aliento. En
ellas se veía la expresión de Terry mientras esperaba su respuesta, una
expresión muy distinta de la que ella recordaba, tal vez porque en ese
momento había estado demasiado imbuida en sus preocupaciones y
demasiado aturdida por sus emociones. Y más que la expresión de su apuesto
rostro en esas fotos, era cómo la estaba mirando: como un hombre tan
enamorado que no sabía ni qué hacer.
Le había pedido que se casase con él, y al volver a la villa la había llevado
a su dormitorio, y ni ese día ni después se había cuestionado ella por qué
había hecho todo aquello, por qué él, que decía ser tan racional, se había
comportado como un hombre perdidamente enamorado. Y quizá ella había

estado demasiado alterada por el embarazo como para reconocer en su mirada
lo que en esas imágenes se veía tan claramente, se dijo mientras las pasaba,
una y otra vez.
No era cierto que terry no quisiera nada con ella. La realidad era justamente
lo contrario. Saltaba a la vista; lo tenía escrito en la cara en todas esas
fotografías. Tal vez lo que ocurría era que una persona como él, que había
crecido sin saber lo que era el amor, sin recibir ningún cariño, no sabía
reconocer esos sentimientos.
Un día volveré a Nueva York y hablaremos largo y tendido de un montón
de cosas, incluido lo de los alienígenas. ¡Ah, y feliz Navidad!
Tras escribir en su móvil la respuesta a Karen , sonrió por primera vez desde
el día en que se había despertado en la cama de Terry . Por primera vez desde
que había descubierto que estaba embarazada de él y le había entrado el
pánico.
Se levantó del sofá donde había estado acurrucada, autocompadeciéndose
y lamentándose, decidida a ir en busca del hombre al que amaba. Era candy
Girard Brooks, una mujer hecha y derecha, hija de dos grandes personas, y se
sentía orgullosa de ser quien era.

A alguien del servicio se le había ocurrido poner un condenado árbol de
Navidad, y el que no hubiera dado orden de que le arrancaran las luces y los
adornos, ni de que se lo llevaran, lo cortaran en pedazos y lo quemaran, era
prueba más que suficiente de que era una causa perdida, pensó terry .
Estaba en la biblioteca, en el segundo piso de la casa de la villa, mirando. Continuara

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