Un Revelde Amor. Cap. 21

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Un revelde amor. Capítulo. 21.
CANDY se negaba a creerlo. Se negaba incluso a considerarlo como una
posibilidad. Era imposible que estuviera embarazada. ¡Embarazada de Terry !
Ni siquiera quiso creerlo cuando terry llamó a un médico que fue a la casa y le
hizo un análisis de orina y otro de sangre para que pudieran estar
absolutamente seguros.
–Creo que ya va siendo hora de que te enfrentes a la realidad –le dijo terry,
de pie en el umbral de su habitación.
No... Aquello no podía estar pasando. ¿Cómo podía estar pasando? Candy
deslizó las manos por su vientre, pero no notó nada distinto. ¿De verdad terry
y ella habían creado una nueva vida, a un ser que estaba creciendo en su
interior? «Una familia...», le susurró su vocecita interior, como si eso fuera
algo bueno. No podía pensar con claridad.
–No sé cómo puede haber pasado esto –acertó a decir.
Quizá fueran las primeras palabras que pronunciaba desde que el doctor le
había dicho el resultado inequívoco de las pruebas y se había marchado. Se
quedó donde estaba, sentada al borde de la cama, con los ojos fijos en las
llamas de la chimenea y parpadeando con incredulidad.
–¿No lo sabes? –le espetó él–. Cada vez me cuestiono más que valiera la
pena gastarme lo que me he gastado en tu carísima educación.
Lo peor de todo era que terry parecía tan... relajado. Era como si de pronto
se hubiese transformado en el terry que siempre había fantaseado con que
pudiera llegar a ser.
De forma involuntaria, los recuerdos de la noche anterior inundaron su
mente. Sí, la noche anterior terry también se había mostrado muy relajado, y
casi despreocupado, mientras se entregaban al deseo y al placer una vez, y
otra, y otra... Se había comportado como jamás se había atrevido a
imaginarlo: como un amante, y no como su tutor.
Pero el modo en que estaba mirándola en ese momento hizo que se le
erizara el vello. Estaba mirándola con un aire demasiado benévolo, como si

todo aquello hubiese resultado tal y como él había esperado.
–¿Estás de broma? –le espetó candy , alzando finalmente la vista hacia él.
Se apartó el cabello del rostro, y resopló irritada al ver que le temblaban las
manos–. Esto no puede ocurrir... No puedo estar... –ni siquiera podía
decirlo. Sería como admitirlo, como aceptarlo, y le daba igual lo que el
médico hubiera dicho–. Soy demasiado joven.
Terry se cruzó de brazos y candy se odió a sí misma porque ni siquiera en
ese momento, cuando había ocurrido lo peor que podría haberse imaginado,
pudo evitar admirar sus bíceps, y sintió que una traidora oleada de calor subía
por su cuerpo. Ese había sido el problema desde el principio, que no era
capaz de controlar el deseo que terry despertaba en ella, y ahora tenía un
problema mucho, mucho mayor.
–Para tu información –le dijo él–, hay muchas mujeres que han tenido más
de un hijo antes de los veintitrés años.
–No puedo estar embarazada –insistió ella desesperada.
Se le hacía rarísimo utilizar esa palabra para referirse a sí misma. Era como
una condena, y lo único que quería hacer era echarle la culpa a terry y que él
cargara con ella. Tenía que salir de allí, antes de que fuera demasiado tarde,
se dijo, e ignoró a la vocecita interior que le sugirió que ya lo era.
–Tengo toda una vida por delante por vivir –le espetó a terry .
–¿Ah, sí?
Terry , que estaba apoyado en el marco de la puerta, se irguió y se adentró en
la habitación con los andares amenazantes de una pantera.
No lo quería allí, pensó candy , deseando que se fuera. O, para ser más
exactos, no quería que se acercase más a ella. Si estaba... en la situación en la
que estaba, era porque había dejado que se le acercase demasiado. Cada vez
que la tocaba era como si el mundo se detuviera.
–¿Y qué clase de vida es esa exactamente? –le preguntó terry.
Candy apretó los puños y notó el condenado anillo, como un recordatorio,
clavándosele en la palma. El corazón le martilleaba en el pecho y se sentía
mareada. Tenía que irse, tenía que marcharse de allí. Cada día que había
pasado allí con terry había sido como traicionarse un poco más a sí misma. Y
el que se hubiera quedado embarazada era la prueba de ello.
–¿Habías planeado esto? –lo acusó en un tono áspero–. ¿Provocaste
deliberadamente esta situación?
Terry se detuvo a los pies de la cama y se metió las manos en los bolsillos. A

Candy seguía pareciéndole que se le veía demasiado calmado y eso la
escamaba. ¿Qué estaba ocultándole? ¿Por qué se mostraba tan contenido?
–Yo era virgen –le recordó con brusquedad–. Deberías haberlo evitado;
deberías haber evitado que me pasara esto –lo acusó, y se le quebró la voz.
Terry apretó la mandíbula y permaneció en silencio un buen rato.
–Por supuesto que no lo tenía planeado –dijo finalmente, cuando candy
sentía que iba a explotarle la cabeza de tanto esperar una respuesta.
Pronunció esas palabras de un modo muy cuidadoso y, si hubiese podido
pensar con claridad en ese momento, tal vez candy se habría preguntado por
qué. Terry hizo una pausa antes de añadir–: Pero no puedo decir que lo
lamente. Ya te dije qué quería en el avión de camino aquí.
–Sí, herederos –masculló ella–. Dos como mucho; no más. Y mira por
dónde otra vez has conseguido lo que querías. Siempre consigues lo que
quieres.
Terry volvió a apretar la mandíbula.
–Admito que esto ha ocurrido mucho antes de lo que había planeado –
dijo–, pero no me parece que suponga ninguna diferencia. El resultado iba a
ser el mismo, antes o después.
Candy no pudo permanecer sentada por más tiempo. Se levantó de la cama
con tanto ímpetu que se tambaleó un poco. Terry alargó la mano, como para
sujetarla, y sus ojos relampaguearon cuando ella se apartó, como si su
reacción lo hubiese irritado. Pues le daba igual.
–No voy a casarme contigo –le dijo con firmeza. No quería pensar en por
qué de repente esas palabras parecían tener un regusto amargo–. No tenía
ninguna intención de casarme contigo.
–Estás embarazada –le dijo terry , en ese mismo tono cuidadoso de antes,
como si fuera un autómata–. Así que me temo que este debate sobre si vas a
casarte conmigo o no se ha terminado –concluyó, sacando las manos de los
bolsillos.
–¿Porque tú lo dices? –le espetó ella. El corazón le palpitaba con tanta
fuerza que apenas podía oírse a sí misma–. Pues a mí me parece que hay unas
cuantas cosas que discutir.
–Estás muy alterada; lo comprendo –dijo terry, haciendo un gesto
apaciguador con las manos.
–No, no lo entiendes –replicó furiosa–. Tú no entiendes nada.
–¡candy ! –exclamó terry frunciendo el ceño.

No quería oírle decir su nombre, y menos en ese tono bronco. Le recordaba
a los fríos mensajes y cartas que había recibido de él durante esos diez años.
A las pocas veces que la había llamado, solo para darle órdenes y directrices.
Le recordaba que incluso después de todo lo que había pasado, de que la
hubiese dejado embarazada, creyese que aún tenía alguna autoridad moral
sobre ella.
De pronto fue como si se hubiera accionado un interruptor en su interior,
como si lo viera todo con más claridad. Y tal vez sintiera también un terrible
vacío, a pesar de sentirse de repente tan resuelta, pero lo ignoró.
–¿Y sabes qué? Que puedes irte al infierno –le espetó.
Y enfatizó esas palabras arrancándose el hermoso anillo del dedo y
arrojándoselo a terr con la esperanza de que le diera en el ojo.
Sin embargo, terry, pluscuamperfecto como era en todos los sentidos,
levantó el brazo y lo atrapó al vuelo, como si lo hubieran coreografiado, para
fastidio de candy , que frunció el ceño y resopló irritada.
–Yo, en tu lugar –le dijo terry , con esa voz profunda y provocadora que
vibraba dentro de ella como una corriente eléctrica–, pensaría con mucho
cuidado qué es lo que vas a hacer.
Candy no quería pensar. No quería quedarse allí ni un momento más. Si
no escapaba de aquel lugar, y de él, no sabía qué sería de ella. Se sentía como
si tuviese un par de crueles manos estrujándole la garganta, quitándole el
aliento y amenazando con asfixiarla.
Por eso no se molestó en seguir discutiendo con terry . Pasó junto a él.

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