La familia Franco tuvo que atravesar un momento durísimo cuando el mayor de dos hermanos, Bruno Franco, falleció en un accidente. Sin embargo, quince años después, resurge un rumor que comienza a levantar sospechas en el hermano menor de Bruno.
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Llevaba un par de semanas ansioso, esperando que las cosas comenzaran a fluir como él esperaba. Cuando por fin tuvo la autorización para ir a enfrentar al alcalde, no esperó ni un minuto más para marchar hacia su despacho.
Llegar hasta él por supuesto que no fue una tarea fácil, pero Alex tenía la paciencia y la templanza de su lado, y también un carácter bastante fuerte cuando era necesario plantarse.
—Oficial Ruiz, qué sorpresa tenerlo por acá. ¿A qué se debe su visita?
Alex cruzó los brazos detrás de la espalda y buscó la mirada esquiva del alcalde.
—Creo que los dos sabemos por qué estoy acá, señor. La jugarreta les salió mal, Manuel despertó y prestó declaración. Nos informó que, quienes lo atacaron, fueron sus hombres, los mismos que usted mandó a revolver el hospital y la comisaría.
El alcalde estiró la mano para tomar una pequeña caja de metal que en su interior contenía unos cuántos cigarrillos. Tomó uno para él y se lo colocó en la boca, luego le ofreció uno a Alex, que lo rechazó, haciendo un gesto negativo con la cabeza.
—¿Por qué no te sientas, muchacho? Aquí nadie está bajo arresto todavía, ¿verdad?
—No me llame "muchacho". Mi nombre es Alexander Ruiz. Oficial, si quiere ser más conciso.
El señor Addison soltó una risotada burlona, que no provocó ni un gesto en Alex, que se mantenía estoico frente a él.
—Lo lamento, oficial Ruiz. No quise ser impertinente. Es que, aunque tú no te acuerdes, yo te conozco desde que eras un niño. Tu abuelo y yo éramos muy buenos amigos. A él también le gustaba que lo llamaran "Sargento Ruiz". Creo que se trata de un asunto de poder o de pertenencia, quizás.
—Lo que haya pasado con mi abuelo no tiene nada que ver conmigo, señor —contestó Alex, tajante—. Yo no sigo su misma línea y no pienso hacerlo tampoco.
—Lástima, porque su "línea" como lo llamas tú, fue lo que lo llevó a convertirse en Sargento. Tal vez si lo pensaras mejor podrías llegar tan lejos como él.
Alex ladeó el rostro. La rabia comenzó a trepar por sus entrañas en cuanto descubrió las sucias intenciones del alcalde. Pero sabía que debía mantenerse en su postura, porque tratándose de él, cualquier paso en falso haría que ganara ventaja.
—Disculpe, alcalde, ¿acaso está intentando sobornar a un oficial de policía? No deberían ser sus amistades, sino su desempeño lo que define el ascenso de alguien, ¿no lo cree?
El alcalde se volvió a reír, pero esta vez, no hubo ni un ápice de burla. En realidad, estaba furioso. Él siempre pensó que todo se compraba con dinero, con buenos puestos o con alguna ventaja, pero Alex era diferente. Él parecía ser inmune a cualquier cosa material que el alcalde le pudiera ofrecer.
—Eres listo —concluyó.
—Lo soy —afirmó Alex—. Pero dejemos de divagar, yo no vine aquí a conversar con usted. ¿Qué relación tiene con este hombre? —preguntó, al tiempo que sacaba una fotografía de la cara de uno de los hombres que atacó a Manuel.
El hombre analizó la foto durante unos momentos antes de contestar.
—En efecto, es uno de los hombres que contraté como asistente. Si tú y tu equipo estuvieron investigando, deberían saber que ellos tienen una empresa tercerizada. Lo que hagan cuando no están trabajando para mí, no es mi problema.
—¿Entonces me está diciendo que usted tampoco investiga y se asegura de no estar contratando a delincuentes? Porque esta gente no es de Sacramento, usted los trajo, y casualmente atacaron a un funcionario del hospital, que, dicho sea de paso, estaba colaborando con la investigación de Bruno Franco. Investigación que usted ha estado intentando boicotear a toda costa. ¿Tiene algo que ocultar, alcalde? Debería decírmelo antes de que lo averigüe por mi cuenta.
—¿Qué demonios estás insinuando, muchacho? —preguntó el alcalde, en un tono áspero—. Si quieres acusarme de algo, busca pruebas, si no tienes nada y solo vienes a fastidiarme, entonces esta conversación se terminó.
—Usted no decide cuándo terminar, señor. Le recuerdo que esto es una investigación policial y si usted no colabora, puede ser considerado como sospechoso. Seré claro: ¿Usted mandó a atacar al médico forense?
—¡Por supuesto que no!
—¿En dónde estaba la noche en que ocurrieron los hechos?
—Aquí, en mi despacho —respondió, con los dientes apretados.
—Usted declaró que uno de los hombres que atacó a Manuel efectivamente trabaja para usted. ¿Tienen un contrato de trabajo establecido?
—¡Esto es ridículo!
—Conteste, señor.
—No, no tengo contrato, el acuerdo que tenemos es de palabra.
Alex asintió, mientras anotaba todos los datos en su libreta.
—Oh, claro, casi lo olvido —agregó Alex en tono sarcástico—. ¿Usted recuerda a la señora Turner?
—No —mintió—. No sé de quién me hablas.
—Oh, vamos, alcalde. Todos en el pueblo la conocían. Quizás "la loca de Sacramento" le suene más. Si no la recuerda, le refresco la memoria. La señora Turner fue hallada muerta en su casa. Los vecinos alertaron a la policía. El señor Manuel Alonso fue quien estuvo a cargo de la autopsia, y él declaró que la muerte de la señora Turner no fue por causas naturales como señala el informe, sino que fue asesinada.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —atacó el alcalde.
—Usted ordenó que se altere el informe. Sucedió lo mismo con el caso de Bruno Franco.
El hombre, al verse acorralado, comenzó a tartamudear debido al nerviosismo.
—No pienso hablar más nada contigo. ¡Voy a llamar a mi abogado! ¡Te voy a demandar a ti y a tu superior por calumnias!
—Perfecto, podrá hacerlo en la comisaría, alcalde, porque está arrestado. Por falsificar documentos y tentativa de homicidio en calidad de cómplice.
Cuando Alex sacó las esposas, el hombre empalideció. Lo maldijo todo lo que le fue posible mientras Alex lo esposaba y lo sacaba fuera del despacho. E incluso mientras lo metía en el patrullero.
Un pez gordo atrapado. Eso fue lo que pensó mientras se dirigía a la comisaría.
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