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La promesa del café se cumplió tres días después de aquel encuentro, cuando Federico terminó de limpiar a fondo el interior de la casa y compró un par de tazas y una caja de sobrecitos de café instantáneo

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La promesa del café se cumplió tres días después de aquel encuentro, cuando Federico terminó de limpiar a fondo el interior de la casa y compró un par de tazas y una caja de sobrecitos de café instantáneo.

Alex pasaba por su casa cuando terminaba su turno y lo ayudaba a tirar las bolsas de basura en el contenedor.

—Todavía tengo que armarme de valor para agarrar unas escaleras y reparar ese hueco en el techo —le comentaba a Alex mientras calentaba el agua para los cafés—. También tengo que arreglar la cañería del baño y el vidrio de la puerta de entrada. Luego creo que le daré una buena pintada a las paredes y va a quedar bastante decente.

—Estuve haciendo doble turno, así que este fin de semana lo tengo libre. Puedo venir a ayudarte. Hice un par de trabajos así en casa de mis padres y hasta el momento no se ha roto nada —dijo Alex.

—¿De verdad tienes ganas de venir a trabajar en tus días libres?

—No me molesta. No lo veo como un trabajo, solo estoy dándole una mano a un viejo amigo.

—Gracias —dijo Federico, mientras le extendía la taza de café.

—No es nada. ¿Ya te armaste una cama decente? —le preguntó Alex.

—Me compré un sobre de dormir.

Alex hizo una mueca graciosa.

—Bueno... No es exactamente el concepto que tengo de "cama decente", pero algo es algo. ¿No pensaste en comprarte un colchón inflable?

—No se me había ocurrido... Pero ahora ya gasté en el sobre de dormir.

La risa clara de Alex le acarició los oídos.

—Tengo el que solía usar cuando recién me mudé. De hecho, fue el primer bien material que pude comprarme. Te lo voy a traer.

—Ya te debo demasiados favores.

A Federico no le sorprendía en absoluto la amabilidad de Alexander. Sus padres siempre fueron igual de gentiles, así que él se había criado bajo esos mismos conceptos. Él era el vivo reflejo de ellos.

—Bueno, ¿qué tienen pensado hacer con esta casa? ¿Van a dejarla como una casa para vacacionar o algo así?

—No vendría a vacacionar a este pueblo ni aunque fuera el último lugar sobre el planeta —respondió Federico, luego de tomar un sorbo de café—. Mis padres quieren venderla. Mi papá tiene problemas para caminar y ya no puede hacerle mantenimiento como antes. Luego de conversar bastante, llegaron a la conclusión de que era absurdo mantener un capital parado y pagarle los servicios, así que decidieron ponerla a la venta. Es una casa grande y está en un buen punto, así que, tengo la esperanza de que el proceso no sea tan largo y tedioso.

—Parece que no te hace nada feliz regresar a tus raíces...

—En absoluto. No me gusta nada estar aquí. Este pueblo me trae malos recuerdos... Supongo que te enteraste de lo que pasó.

—Claro que sí. Todo el pueblo lo supo. En ese entonces era un niño, pero lo recuerdo perfectamente.

—Creo que teníamos la misma edad. Diez años. Los adultos creen que uno no entiende nada, pero en realidad entendemos mucho más de lo que imaginan. La gente de este lugar no te permite dejar el pasado atrás y seguir avanzando, ese es el problema. Pasé años escuchando condolencias y comentarios fuera de lugar de gente a la que solo nos cruzábamos en el súper. Mis padres y yo nos cansamos de eso. De que nos recordaran cada tanto que mi hermano estaba muerto. Ya lo sabíamos, estábamos intentando lidiar con ello.

—Lo entiendo perfectamente. A veces también me siento un poco sofocado aquí, pero sé que mis padres no aceptarían mudarse y yo no quiero alejarme de ellos, así que, mi plan es esperar a que trasciendan para hacer lo mismo que tú: vender la casa y mudarme. El resto de mi familia ya se fue, solo quedamos nosotros tres.

—Lo único que puedo decirte es que la vida allá afuera es completamente distinta. Es como si salieras de una caja directo a los suburbios. En la ciudad a nadie le importa tu vida. Lo que haces, con quién te acuestas, si entras o sales de tu apartamento quince veces al día. Cada individuo está enfrascado en su propio mundo.

A Alex le brillaban los ojos como si Federico le estuviera contando algo maravilloso.

La generación de ellos había sufrido mucho más la invasión, precisamente porque eran los más jóvenes. A los jóvenes no les gusta que nadie se meta en sus vidas, así que vivir en ese pueblo era como vivir en un sitio con muchos padres metiches y controladores. En Sacramento no había lugar para pasar desapercibido.

Cuando se acabaron los cafés, dejaron las tazas en el lavaplatos y comenzaron a juntar las bolsas de basura que irían a tirar al contenedor. Iban conversando distraídos cuando, de repente, Federico sintió una mano huesuda que le apretaba el hombro. Se giró sobre sus talones y un par de ojos marrones, carentes de brillo, lo estudiaban con detenimiento.

—Ay... ¡Tú eres él! —exclamó la mujer.

Federico la miró, desconcertado.

—No le hagas caso —susurró Alex—. Está mal de la cabeza.

Federico recordaba a la perfección a esa mujer. Le decían "La bruja de Sacramento". Se rumoreaba que solía hacer trabajos de brujería. Nadie se metía con ella porque todos temían ser maldecidos.

—Disculpe, señora, no sé de qué me habla...

Federico trató de zafarse pero la mujer le apretó el hombro. Sus uñas largas y puntiagudas se enterraron en su camiseta.

—Sí sabes, claro que sabes. Tú te acuerdas de mí y yo me acuerdo de ti. Eres el hijo menor de los Franco, ¿cierto? Oh... Esa desgracia que les pasó...

—Señora, basta, déjeme ir, por favor —insistió Federico.

—Debe ser terrible para unos padres perder de esa manera a su hijo... Y más saber que su asesino anda suelto...

—¿Asesino? ¿De qué habla? Mi hermano murió en un accidente, señora.

—Fede, déjala —dijo Alex, pero la mujer prosiguió.

—Oh, no, querido. Eso es lo que les dijeron a tus padres. La realidad es que a tu hermano lo asesinaron. Mucha gente del pueblo lo sabe, pero todos decidieron guardar silencio por miedo.

—¿Miedo? ¿A qué? Dígame de quién está hablando.

—Miedo a los verdugos —respondió la mujer—. Tu regreso al pueblo no es casualidad.

Dicho aquello, la misteriosa mujer apartó la mano del hombro de Federico y se marchó. 

 

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¿Quienes MATARON a Bruno Franco?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora