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Alex llegó a la casa de Federico en cuanto recibió su llamado

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Alex llegó a la casa de Federico en cuanto recibió su llamado.

El hombre lo estaba esperando adentro, con la puerta trancada. Le temblaban las manos cuando miraba de reojo la pistola. No sabía exactamente qué había pasado por la cabeza de su agresor; si había sido el destino quien lo había salvado, o quizá un atisbo de arrepentimiento justo unos momentos antes de apretar el gatillo. El asunto era que, para su suerte, todavía estaba vivo.

—¿Estás bien? ¿Te hizo daño? —fue lo primero que preguntó el oficial.

—No.

Alex notó que Federico tenía un golpe en la mejilla izquierda.

—¿Y esto? —preguntó, mientras levantaba su rostro con el índice y el pulgar.

—Peleamos. Él me golpeó en la cara un par de veces, pero ni siquiera fue tan fuerte.

—Dijiste que había dejado el arma. ¿Dónde está?

—Sobre la mesa, pero no creo que consigan mucho de eso, llevaba guantes puestos. Quien quiera que haya sido, algo hizo que no me disparara.

—Yo no estoy de servicio, pero mis compañeros vienen en camino. Te acompaño a hacer la denuncia y luego de eso te vienes conmigo.

—¿Contigo? ¿A dónde?

—A mi casa. No vas a quedarte aquí solo. Es evidente que, quien te atacó, sabe cuando el patrullero está lejos. Así que no vas a arriesgarte más.

—Pero Alex, yo...

—No acepto ninguna excusa, Fede. Casi te asesinan. Es más que obvio que ya no estás seguro aquí. Ni siquiera sé por qué no te lo propuse antes. Recoge tus cosas.

Federico sabía que Alex era muy tenaz. Cuando tomaba una decisión, era muy difícil convencerlo de lo contrario. Así que, por primera vez, el hombre decidió no retrucar más. Guardó su ropa, su laptop y algunas cosas esenciales dentro de su bolso y, luego de pasar por la comisaría, Alex lo llevó a su apartamento.

El sitio era pequeño, con pisos de madera lustrada y paredes blancas. Poca decoración pero cada cosa estaba en su lugar. Incluso el plato, el vaso y los cubiertos que estaban sucios en el lavaplatos parecían haber sido colocados con absoluta meticulosidad.

—Pasa, ponte cómodo. Te voy a preparar algo caliente para beber.

Federico dejó su bolso sobre el sofá de dos cuerpos ubicado en el comedor. Miró a su alrededor y de inmediato se dio cuenta de que la esencia de Alex estaba por toda la casa. Era sencilla, acogedora, cálida. Justo como él.

—No traje el colchón inflable que me prestaste. ¿Dónde voy a dormir?

Alex le sonrió con picardía mientras le entregaba la taza de té.

—Tengo una cama de dos plazas y media. Espero que no te moleste dormir conmigo, pero si te incomoda, puedo pasar a buscar el colchón inflable mañana. Pero no pienso cederte mi cama, así que tú eliges.

Federico chistó.

—Eres un payaso, Alexander.

—No, soy policía, ya te lo dije.

Ambos rieron.

Lo cierto era que Federico echaba de menos el abrazo cálido de Alex.

Le había costado retomar lo que habían empezado luego de saber lo de su abuelo. No porque desconfiara de Alex, sino porque se sentía culpable por haber pensado mal de él. Alex había sido el único que había estado cuidándolo desde que volvió a Sacramento, también era el único que lo hacía sentir realmente seguro.

. . .

—¿Alguien los siguió?

—No que yo sepa, señor.

—Ruiz... Estás tomando muchos riesgos. Tener a Federico Franco en tu casa puede convertirte en un blanco a ti también.

—No puedo dejarlo en esa casa solo para que lo maten. Lo de ayer fue un intento de homicidio.

—Lo tengo claro, no necesito que me lo digas —contestó el comisario, ofuscado—. Ya envié el arma para que la analicen. Si Federico notó que el tipo traía guantes, no creo que vayamos a conseguir algo. Pero al menos haremos el intento. Mientras tanto, tú solo intenta mantenerte con vida. Todos te necesitamos a ti también. No quiero tener bajas por culpa de esto.

—Lo haré, señor. No se preocupe. 

 

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¿Quienes MATARON a Bruno Franco?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora