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Día 5 — AU moderno sin maldiciones

Megumi huye de casa con la esperanza de dejar atrás su vida y desaparecer para no ser encontrado.

Después de que el tipo que lo recogió haciendo auto stop lo dejara tirado, se encuentra con un dúo interesante, dos hermanos que le ofrecen llevarlo al norte sin pedir nada a cambio.

No tenía nada que perder, así que aceptó.

» —En realidad este es nuestro estilo de vida —confesó —. No vamos a ninguna parte. Así es como vivimos. A veces nos detenemos aquí y allá unos días, pero el resto del tiempo siempre es así. 

[ Si el hogar es donde está el corazón, entonces estamos todos jodidos ]

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[ Si el hogar es donde está el corazón, entonces estamos todos jodidos ]

Megumi estaba acostumbrado a estar solo, había vivido toda una vida silenciosa, a fin de cuentas. Apenas tenía diez contactos en su teléfono, el cual tenía siempre en silencio a pesar de nunca recibir notificaciones. Había perdido a los dos amigos que hizo durante la secundaria años atrás, y las únicas personas con las que interactuaba eran sus compañeros de trabajo y los clientes de aquella odiosa hamburguesería.

—Dile al señor lo que quieres, cariño —una madre llevaba a su hijo de la mano, estaban pidiendo su comida en el mostrador en el que Megumi atendía.

Megumi ya ni siquiera hacía un esfuerzo por ocultar su cara de impaciencia mientras el mocoso intentaba pronunciar tres palabras coherentes mirando al menú de la pantalla que había en la pared. Todo cuando había una cola de cómo quince personas formándose detrás y algunos de ellos empezaban a perder los papeles, igual que el propio Megumi.

El turno de noche era el peor, pero al menos no habría más. Terminó las horas que le quedaban y regresó a casa caminando, arrastrando los pies por las aceras sin prestar atención a su alrededor. Las polillas y los irritantes insectos de la noche se arremolinaban alrededor de las farolas; los coches pasaban por su lado, levantando los charcos de las cunetas y salpicando la calle. Todo estaba vacío y silencioso, siempre con el runrún metálico de las máquinas expendedoras de las esquinas y callejones.

Megumi llegó a aquello que había llamado hogar durante los últimos veintidós años de su vida, un edificio destartalado al que le faltaba una buena mano de pintura. El ascensor tenía un papel escrito con lápiz sin afilar que rezaba que no funcionaba, nada nuevo, tuvo que subir al tercer piso por las escaleras, conteniendo la respiración para luego suspirar al llegar arriba.

Las llaves tintinearon en sus manos, las bisagras crujieron. Risas enlatadas de la televisión sonaban desde el salón, a pesar de que no había nadie escuchando. Su padre se había quedado dormido, tirado en el sofá con un brazo extendido hacia el suelo. El dorso de su mano rozaba una botella de cerveza casi vacía, nunca tomándola. No roncaba, no se movía. Megumi lo observó, pensando en que realmente no le importaría que estuviera muerto.

ItaFushi Week 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora