Territorio colombiano

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La sensación de alerta que siempre la acompañaba no tardó en activarse cuando vio a César parado frente a ella, con arrogancia. La miraba con esa sonrisa torcida, como si el encuentro fuera lo mejor de su día. Tenía un destello peligroso en los ojos.

— No me digas que te dejaron sola —le dijo con burla y provocación.

Emilia no respondió de inmediato. Acomodó su postura tan firme como pudo, agradeciendo internamente por haberse puesto ese día las zapatillas con resorte más altas que tenía. Lo miró con sobra, sacándole unos centímetros de altura.

— Perdete, villero —le respondió arrugando levemente la nariz, rebajándolo con la mirada.

— Estoy bien acá —contestó él sin perder la sonrisa.

Emilia intentó seguir su camino, pasándole por al lado y empujándolo con el hombro unos centímetros hacia atrás, pero no llegó a hacer más de un metro cuando la voz del líder de la Sub21 volvió a invadir sus oídos.

— Te equivocaste de bando, nena.

César se acercó un paso más, su sonrisa ensanchándose mientras la miraba de arriba a abajo con desdén.

— Sabés cómo termina esto, ¿no?

— ¿A qué te referís? —preguntó Emilia, aunque ya sabía que él estaba buscando meterle ideas en la cabeza.

César no se molestó en disimular. Acortó más el espacio entre ellos, mientras hablaba con un tono de voz tan bajo y crudo como si estuviera por compartirle un secreto.

— Cuando se cansen de garcharte, te van a descartar —dijo lentamente, disfrutando de cada palabra—. Te van a dejar sola, wacha. Es lo que hacen. Cuando ya no puedan usar tu culo más para sus negocios, te van a dejar tirada como siempre hacen.

Emilia lo escuchó en silencio, pero no mostraba ni un rastro de duda. Sabía exactamente lo que César intentaba hacer, pero no iba a caer en su juego. Ya conocía toda la historia de Mario cagando a los pibes del patio después de que se unieron para derrocar al Sapo Quiroga. En otro momento, tal vez, se hubiera mostrado empática por la Sub21. Pero ahora no. Tenía muy en claro que ahí adentro no había reglas. Que tenías que hacer lo que tenías que hacer. Y no todos podían ganar. La ley del más fuerte. Naturaleza pura.

— Mejor pensá de qué lado te conviene estar antes de que todo explote —continuó César—. Los Borges llegaron a donde están por nosotros. Por la Sub21. Así que no te hagás la sorprendida cuando te tiren en el patio. Porque eso es lo que hacen. Y cuando pase, ¿qué vas a hacer? ¿A quién le vas a llorar?

Emilia mantenía su mirada fija en la de él, sin inmutarse. Le causó gracia que César piense que la iba a poder embaucar con un palabreo boludo. A pesar de que todavía era bastante ignorante respecto a la vida carcelaria en comparación a César, no era tonta, y tenía en claro una sola cosa después de haber visto cómo funcionaban las lealtades ahí adentro: no había forma de que intenten advertirla o aconsejarla bien después del episodio de Fiorito. Se suponía que si tocaban a uno, tocaban a todos...o quizás sólo cuando le convenía a César. Vaya uno a saber.

— Qué tierno —contestó finalmente Emilia en un tono sereno pero con un filo de desprecio—. ¿Terminaste?

César se acercó un poco más, su sonrisa desvaneciéndose apenas.

— Vos sabrás, nena. Yo te lo digo por tu bien —dijo, alzando la mano lentamente como si fuera a acariciarle la cara.

Pero antes de que pudiera tocarla, Emilia agarró su muñeca con fuerza, mirándolo a los ojos con una frialdad que hizo que la expresión de burla que había tenido César desde el principio, se tense.

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