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En una sala iluminada por luces frías y blancas, la tensión era palpable

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En una sala iluminada por luces frías y blancas, la tensión era palpable. En el centro, una chica y un chico se miraban con pesar en los ojos. Ella era la hermana menor, tres años separaban sus edades, pero en ese momento la diferencia parecía insignificante. Ambos sabían que no querían luchar, pero las circunstancias no les dejaban opción.

Desde una esquina, una mujer rubia de mirada severa observaba la escena con atención. A su alrededor, varias personas operaban máquinas y tomaban notas febrilmente, como si cada movimiento, cada suspiro, fuera parte de un experimento meticulosamente planificado.

La lucha comenzó con una vacilación dolorosa. El chico, con el corazón pesado, dio el primer paso. Su golpe fue lento, casi una súplica para que su hermana esquivara. Ella lo hizo, moviéndose con la agilidad que le había enseñado en tiempos más felices. Pero la mujer rubia, con una mueca de impaciencia, hizo un gesto a los observadores, y algo en la sala cambió. Los dos hermanos sintieron una presión invisible empujándolos a luchar con más fervor.

La chica lanzó una patada, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. El chico bloqueó, su rostro una máscara de dolor interno. Se movían como en una danza trágica, cada golpe y contragolpe llenos de la angustia de pelear contra alguien amado. La mujer rubia anotaba algo en su cuaderno, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y frialdad.

Con el tiempo, el chico empezó a ganar ventaja. No porque quisiera, sino porque su entrenamiento y fuerza eran superiores. La chica lo sabía, pero seguía luchando, sus movimientos cada vez más lentos, su respiración entrecortada. Finalmente, en un movimiento desesperado, el chico la derribó, sujetándola con cuidado en el suelo, susurrando disculpas que solo ellos dos podían escuchar.

La mujer rubia asintió satisfecha, y los observadores siguieron tomando notas. La chica, aunque derrotada, mantenía la mirada desafiante, sabiendo que en su corazón había luchado no solo contra su hermano, sino contra algo mucho más oscuro y retorcido.

La sala quedó en un inquietante silencio tras la derrota de la chica. La mujer rubia, con una expresión de fría satisfacción, se acercó y la tomó del brazo, arrastrándola sin miramientos hacia un pequeño tanque de agua en una esquina de la habitación. La chica, débil y derrotada, luchaba por liberarse, lágrimas corriendo por su rostro.

—¡No! ¡Por favor, no quiero!— sollozaba, su voz llena de desesperación. Pero la mujer rubia no mostró piedad. Sin un atisbo de compasión, la empujó con fuerza al agua.

Los observadores alrededor de la sala empezaron a ajustar sus máquinas, los sonidos mecánicos y los murmullos científicos llenando el aire. Estaban preparados para registrar cada detalle de lo que estaba por ocurrir. La chica cayó al agua con un chapoteo ensordecedor, sus gritos ahogados por el líquido frío que la envolvía.

𝐂𝐇𝐄𝐑𝐑𝐘 𝐋𝐈𝐏𝐒             | Minho   ᵗᵐʳDonde viven las historias. Descúbrelo ahora