1.15

224 18 0
                                    

M

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


M

e desperté con la garganta seca y un dolor pulsante en el brazo. Todo el cuarto estaba envuelto en una penumbra, solo iluminado por la débil luz de la luna que se colaba entre las rendijas de la madera. Me tomó un segundo recordar dónde estaba, la enfermería… claro, después de lo que había pasado, no podía estar en ningún otro lugar. Sentía el aire frío del lugar, pero mi piel estaba ardiendo. El dolor... el penitente. El maldito penitente.

Me llevé la mano a la picadura. Apenas la rozaba y un escalofrío recorría mi columna. Cerré los ojos y de inmediato todo volvió. No solo el veneno que me hacía sentir como si mi sangre se convirtiera en fuego, sino los recuerdos, los malditos recuerdos. Me vi a mí misma... indefensa, rota. Me sentí sucia, destrozada. Intenté apartar la mente de eso, pero seguía viendo los rostros de esas personas, la forma en que rieron, lo impotente que me sentí.

El crujido de la puerta me sacó de mi propio tormento. La cabeza me daba vueltas, pero lo vi a él, Alby. Entró en silencio, casi con temor de que su presencia fuera una interrupción. El contraste entre la oscuridad y el tenue brillo que se filtraba por la ventana lo hacía parecer más vulnerable de lo que jamás lo había visto. Me miró por un segundo antes de acercarse lentamente, como si temiera romperme.

—Kalea… —susurró con voz rota, como si no supiera por dónde empezar. Sus ojos brillaban con una tristeza que no le había visto antes, y por un momento, pensé que él también estaba roto. Se agachó junto a mi cama, evitando mi mirada, y su voz tembló cuando dijo—: No sabía… No tenía idea de lo que te hicieron.

Sentí un nudo en la garganta que no podía tragar, y aunque quería gritar, solo conseguí que las lágrimas comenzaran a acumularse. No lo miré, no podía. No sabía qué sentir. Quería odiarlo, pero no podía. No había sido su culpa… ¿verdad?

—Serán desterrados —dijo finalmente. No había rastro de duda en su voz esta vez, como si eso fuera suficiente para reparar lo irremediable—. No permitiré que nadie vuelva a hacerte daño.

Desterrados. Se irían, pero... ¿y yo? Las cicatrices no desaparecían solo porque ellos lo hicieran. Y aunque entendía que Alby no lo supiera, algo dentro de mí gritaba que tenía que haber hecho algo, cualquier cosa.

Él esperó una respuesta que no llegó. No tenía palabras para darle.

Finalmente, con un suspiro de derrota, Alby se levantó. Me lanzó una última mirada, una mezcla de disculpa y dolor, y luego salió del cuarto en silencio, dejándome sola en esa oscuridad fría.

Cuando estuve segura de que se había ido, dejé que las lágrimas cayeran. No sollozaba, no había sonido en mi llanto, solo las lágrimas que se deslizaban silenciosamente por mis mejillas. La picadura del penitente dolía, pero ese dolor era físico. Podía soportarlo. Lo que me habían hecho, lo que me habían robado, eso, eso era otra historia.

Lo pensé por un segundo después de que Alby se fue, pero entonces la duda se instaló en mi mente. ¿Cómo se había enterado? Nadie había dicho nada, y yo tampoco… no había hablado con nadie desde que pasó.

𝐂𝐇𝐄𝐑𝐑𝐘 𝐋𝐈𝐏𝐒             | Minho   ᵗᵐʳDonde viven las historias. Descúbrelo ahora