𝐂𝐇𝐄𝐑𝐑𝐘 𝐋𝐈𝐏𝐒
Kalea, una joven de una belleza extraordinaria, llega inesperadamente a "El Área", un misterioso lugar habitado únicamente por chicos atrapados. Cada mañana, estos jóvenes se enfrentan al peligroso desafío de encontrar una sali...
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Había pasado una semana desde que fue eliga como corredora. Su rutina era la misma, levantarse, anotar en su pequeña libreta los sueños o recuerdos que tuvo, recorrer el laberinto, comer, bañarse y dormir.
Todos en el área sabían que tenía algo, pues aunque Kalea sea de pocas palabras se le ha visto desanimada.
Kalea corría por el laberinto, el sudor empapando su frente mientras las paredes altas y grises parecían cerrarse a su alrededor. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio opresivo, y su respiración agitada se mezclaba con el palpitar acelerado de su corazón. No había tiempo para detenerse a pensar, solo correr y encontrar una salida antes de que fuera demasiado tarde.
Las enredaderas colgaban de las paredes, creando sombras que se retorcían y parecían cobrar vida en la penumbra. Kalea se adentraba más y más en el laberinto, cada giro y vuelta haciéndola sentir más perdida. Las esquinas eran traicioneras, y cada cruce parecía igual al anterior. El miedo se apoderaba de ella, pero seguía adelante, impulsada por una mezcla de adrenalina y desesperación.
De repente, un sonido gutural y siniestro resonó a lo lejos, haciéndola detenerse en seco. Su cuerpo se tensó, y sus ojos se abrieron de par en par mientras escudriñaba la oscuridad en busca de la fuente del ruido. El aire se volvió más frío, y un escalofrío recorrió su espalda. Sabía que no estaba sola.
Entonces lo vio. Al final de un pasillo largo y estrecho, una figura encapuchada emergió de las sombras. Pero a medida que avanzaba, su verdadera forma se revelaba con horrorosa claridad. El penitente no era humano. Era una criatura espeluznante, una araña gigante cuya mitad inferior consistía en patas metálicas y afiladas como cuchillas. Cada paso que daba hacía un sonido chirriante y ominoso, el metal rozando contra el suelo de piedra del laberinto.
El cuerpo de la criatura era una mezcla de carne y metal. La parte superior era una masa abultada y peluda, con ojos múltiples que brillaban con una luz malévola y mandíbulas que se abrían y cerraban con ansia. Pero sus patas, largas y articuladas, eran de un acero brillante, con engranajes visibles que giraban y emitían chispas con cada movimiento.
Kalea dio un paso atrás, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una forma de escapar. El penitente levantó una de sus patas metálicas, señalándola con un dedo afilado como una cuchilla, y una risa malévola llenó el aire. Sin pensarlo dos veces, Kalea giró sobre sus talones y comenzó a correr de nuevo, sus pasos rápidos y desesperados resonando en el laberinto.
Las paredes parecían moverse, cambiando de lugar y haciendo que cada paso fuera más confuso. Kalea giró a la izquierda, luego a la derecha, tratando de recordar el camino de salida. Pero el sonido de los pasos del penitente se hacía cada vez más fuerte, acercándose inexorablemente. La desesperación la envolvía, y sus pensamientos se volvieron caóticos.
Entonces, tropezó. Cayó de bruces, raspándose las manos y las rodillas contra el suelo duro. El dolor fue agudo, pero no tuvo tiempo de detenerse. Se levantó rápidamente, pero al hacerlo, vio al penitente más cerca que nunca, su figura monstruosa llenando el pasillo.
Un gruñido sale de la criatura, parecía venir de las profundidades mismas del infierno. Kalea retrocedió, su espalda chocando contra una pared sin salida. El pánico la envolvió, sus ojos buscando frenéticamente alguna forma de escape.
El penitente se acercó, sus patas metálicas arañando el suelo con un ruido ensordecedor. En un último esfuerzo desesperado, Kalea levantó una piedra del suelo y la lanzó con todas sus fuerzas. El objeto golpeó a la criatura en uno de sus ojos, y por un breve momento, el penitente se tambaleó, emitiendo un chillido agudo y furioso.
Aprovechando la distracción, Kalea se deslizó por un estrecho pasaje a su derecha, apenas lo suficientemente ancho para que pudiera pasar. El penitente rugió de furia detrás de ella, pero Kalea siguió avanzando, su cuerpo temblando y sus músculos ardiendo de esfuerzo.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, vio un débil rayo de luz a lo lejos. Con renovada esperanza, corrió hacia él, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Al llegar al final del pasaje, salió al aire libre, sintiendo el sol en su rostro y el aire fresco llenando sus pulmones.
Los demás corredores todavía no llegaban así que todavía faltaban algunas horas para que las puertas de cerrarán. El área estaba como siempre, unos haciendo su trabajo y otros descansado o haciendo otra cosa. Kalea troto hacia la sala de mapas para meter en su baúl lo que encontro.
Saco su libreta y comenzó a hacer las anotaciones.
"Los pasillos están como siempre, las mismas enredaderas, las mismas paredes y la misma tristeza del lugar. El único cambio fue que un penitente salió de día. Logré escapar pero se le notaba decidido a ir por mi, tal vez quiera matarme"
Cerró su baúl y salió de la sala de mapas, camino a paso rápido pues le daba escalofríos el bosque, lo odiaba con su vida. Escucho como las plantas se comenzaban a mover y el miedo la invadió, cerro fuertemente sus ojos y comenzó a caminar más rápido, sin importarle que no veía absolutamente nada. Choco con un cuerpo fuerte y fornido y con miedo abrió los ojos.
Se separó rápidamente al darse cuenta que era el líder de los corredores, el cual la veía con algo de extrañeza ante su comportamiento.
—Perdón—se separó rápidamente y se fue. No quería estar ni un minuto más en el bosque.