Capítulo cuarto

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Teresa se pasaba las horas en el almacén del pequeño supermercado de sus padres mientras la madre despachaba a los clientes. Cuando hacía buen tiempo podía salir a jugar al andén, pero casi siempre prefería estar dentro. Se alegraba mucho cuando venía a comprar doña Lucita, porque tenía una niña de su edad y podía jugar con ella mientras las madres hablaban. Hacía ya algún tiempo que no venían. Teresa creía que doña Lucita se había enfadado porque le había enseñado a Carmen el juego de la moura. No hacía falta que nadie se lo dijese. El último día que estaba jugando con Carmen, entró doña Lucita en el almacén y vio el juego y, por la cara que puso, no le gustó. No les riñó. Solo dijo: "Carmen. Vámonos". Y no volvió más. Teresa no se atrevió a preguntarle a su madre por doña Lucita, así que siguió jugando al juego de la moura con sus muñecos, pero no era tan divertido.

Por eso se le iluminó la cara el día que vio entrar en el pequeño supermercado a aquel hombre tan gracioso acompañado de una niña. El hombre era diferente a los demás que conocía, porque llevaba un carrito de la compra y se movía por entre los estantes con una delicadeza inusitada que resultaba cómica. No hacía falta tratar con tanto mimo a los yogures bebibles, aunque tuviesen un dinosaurio bebé dibujado en el plástico. La niña era también diferente a las demás niñas que conocía. Ella era aún más rara que su padre. Tenía una melena rubia larguísima que llevaba suelta y un vestido que parecía un camisón. Iba calzada con botas de montaña y tenía todas las piernas llenas de arañazos.

Mientras el padre rebuscaba en los estantes, ella se puso a mirar las novelas que había en el mostrador.

- ¿Cómo te llamas? - le preguntó.

La niña se quedó mirándola fijamente con una expresión curiosa.

- Yo soy Teresa - le dijo. Pero la niña no decía una palabra.

"Qué niña más rara. Pero no parece tonta. Es solo rara", pensaba Teresa.

Entonces la niña desconocida metió su manita por dentro del vestido, desabotonando el primer botón del cuello que había sido blanco y ahora era amarillo. Mostró un medallón y lo puso delante de Teresa. Teresa acababa de aprender a leer:

- A...na...-susurró- ¿Te llamas Ana?

La niña rubia dijo que sí con la cabeza.

- ¿Quieres jugar?

La niña rubia volvió a decir que sí con la cabeza. Teresa la tomó de la mano y la llevó al almacén.

La fuente de la mouraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora