Capítulo noveno

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Los días pasaban con relativa placidez. Ana jugaba con Centella y su padre arreglaba el jardín. En los ratos de descanso, ahora padre e hija exploraban con el cachorro el territorio del río. Incluso se bañaba con ellos al pie de la cascada.

Una tarde, cuando Ana acababa de despertar de la siesta, vio por la ventana que su padre se acercaba al edificio con un objeto de piedra en la mano. Desde su cuarto no se distinguía bien qué era.

- Mira -dijo Lázaro entrando en el cuarto -. Un trozo de una de las estatuas desaparecidas.

La piedra formaba la figura de una gallina, excelentemente cincelada.

- No es piedra autóctona -dijo el padre-. Seguro que fue traída de otro lugar. Tiene un extraño brillo dorado. Pero no parece baño de oro.

Pusieron la gallina en la entrada, cerca de la puerta del patio.

"En cuanto tenga un momento, haré una composición con ella", se dijo Lázaro.


La fuente de la mouraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora