Capítulo decimoctavo

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Un sábado, Teresa entró, como otros, en el cuarto de Ana con su pequeño cabá de muñecos. Doña Lucía y Lázaro tomaban el café en la cocina y charlaban de los temas más variados. Al cabo de un rato, vinieron las dos niñas tomadas de las manos con una gran expresión de alegría en sus rostros.

- Tenemos una noticia que daros -dijo Teresa sonriendo abiertamente y mirando a su amiguita.

Ana también sonreía.

- Ana me ha hablado - dijo ufana la pequeña Teresa.

La cara de Lázaro resplandeció de repente.

- ¿Es verdad, Ana? ¿Le has hablado a Teresa?

Ana asintió con la cabeza y se acercó al hombre, susurrando unas palabras en su oído.

- ¿De verdad? -dijo él- ¡Qué alegría me das! - y volviéndose a doña Lucía:- ¡He pasado unas semanas tan preocupado!

- ¡Ni que lo diga! -exclamó la mujer-. Deshecho tenías a tu padre. Deshecho. ¡Ay, hijita! Menos mal. Pero dime una cosa, tesoro. ¿Vas a hablar también conmigo?

Ana sonrió y se encogió de hombros tímidamente. Luego agarró a su amiga de la mano y la condujo de nuevo a su cuarto. Cuando llegaron, la expresión de Teresa se había transformado. Estaba seria.

- ¿Qué te pasa? - le preguntó Ana.

- Nada - dijo la niña dejando escapar una lágrima-. Soy una envidiosa.

- ¿Por qué?

Teresa clavó en Ana sus ojos negros y le dijo:

- ¿No te has fijado? Mi madre te llamó hijita. Y tesoro.

Ana se echó a reír y le golpeó la cabeza con la almohada.

- ¡Pero mira que eres bebé! ¿Es que te vas a celar por esa tontería?

La cara de Teresa estaba ya completamente colorada y las lágrimas caían con gran amargura por su cara. Cogió la almohada y escondió la cabeza en ella.

- Vamos... -dijo Ana, intentando consolarla-. Venga, Teresa. No llores por eso. Eso no es para llorar.

La niña apartó un momento la cabeza de la almohada y dijo:

- A mí... mi madre... nunca me ha hablado de esa manera. Nunca me ha llamado hijita. ¡Y mucho menos, tesoro!

La fuente de la mouraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora