Empatía

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Se abrió la puerta de la oficina privada del Coronel Mustang y se asomó el niño de trenza dorada junto al hombre .

- Breda - habló Mustang y de inmediato el otro se puso de pié - Acompañarás a Acero a hacer una entrevista a la calle Norte. És una testigo de asalto a mano armada.

Havoc levantó los ojos de su trabajo y notó cómo su compañero, de cabello rojizo, hacía una mueca.

- Sí, Señor - respondió sin mucho ánimo, tomando su chaqueta y un grupo de formularios.

El niño caminó hacia su propio escritorio y colocó su abrigo rojo sobre sus hombros.

- Hagan ésto rápido. Vuelvan para almorzar.

- Sí, Señor - volvió a responder el hombre, mirando con un poco de amargura a su compañero que jugueteaba con un cigarrillo apagado en sus labios.

Edward caminó hasta donde Breda que comenzaba a buscar un vehículo estacionado fuera del cuartel.

En silencio el niño se sentó en el lugar del copiloto. Cuando puso en movimiento el automóvil, el hombre se aventuró a girar su rostro y mirarlo.

- Abroche su cinturón..., Jefe.

Ed hizo lo que le dijeron, pero finalmente no le agradó cómo el famoso Breda ni lo miraba siquiera.

- ¿El lugar está muy lejos? - preguntó de lo más inocente.

- 20 minutos.

- ¿Puedes encender la radio?

El hombre miró por un segundo al chiquillo. Éste le devolvió la mirada. Trató de hacer memoria y no recordó a nadie que conociera con ése color de ojos.

- Prefiero que no.

El niño miró por la ventana. Pasaron unos minutos y volvió a hablar.

- ¿ Te he hecho algo ?

Desvió sus ojos del camino solo para ver ésos ojos dorados clavados en los suyos.

- No, Jefe. Me concentro mejor en silencio, és todo.

Un murmullo imperceptible y luego el niño no habló más. Nunca volvió a girar hacia él y ni siquiera miró hacia el frente. Notó que abría y cerraba la mano mecánica, escondida en el guante blanco. Su mano izquierda jugueteaba con su rodilla.

Cuando al fín llegaron al destino y estacionó lentamente el vehículo, el niño dió un fuerte suspiro y, sacándose el cinturón, abrió luego la puerta, saliendo y deteniéndose a observar la casa doble con un jardín descuidado.

Breda se detuvo a su lado y esperó. Esperó a que el niño se moviera , pero al parecer no lo haría.

- Es la dirección - le anunció. Recibió una mirada silenciosa.

El niño de trenza comenzó a caminar y abrió la pequeña reja para entrar al maltrecho antijardín.

Breda notó algunas cosas en el suelo. Algo que no le gustó. Huesos. Huesos para perros. Comenzó a sentirse enfermo. Odiaba a los perros. Escuchó los golpes que el pequeño alquimista daba en la puerta de entrada y esperó un paso más atrás de él. De pronto el chico giró su cabeza y lo miró con el ceño fruncido, parecía que iba a decirle algo pero la puerta se abrió. Un hombre mayor, de cabello canoso y una barba de días, los recibió algo nervioso.

- Hola - saludó el niño - Mayor Elric y Teniente Breda, vinimos por la entrevista.

Los ojos del hombre, de un color verde claro, parpadeó un par de veces, antes de asentir y dejarlos entrar. Los guió por un corto pasillo a una sala de estar. El olor a humedad y encierro hizo que Breda arrugara la naríz. Sus ojos se movían por el lugar, buscando. El hombre ofreció un sillón de tres cuerpos para que los invitados se sentaran.

El niño Alquimista de Acero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora