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POV ECE

Latif aparece por el pasillo cuando estoy poniéndome el collar de perlas de mamá.

—¿Está lista para salir, señorita? —pregunta, y se detiene a unos pasos de distancia de mí—. El señor Korhan y su hermano ya esperan en el coche.

No contesto. En su lugar, cierro el broche del collar y compruebo por última vez que el moño esté bien. Luego bajo las manos con lentitud.

Contemplo mi imagen en el espejo. La encargada de planificar el entierro que papá ha contratado no solo se ha preocupado de toda la organización, sino también de que papá, Ferit y yo hoy dispusiéramos de una estilista. «Un rímel resistente al agua te ayudará a superar el día de hoy, cariño», ha susurrado la joven.

He considerado brevemente la idea de pasar las dos manos sobre los ojos todavía húmedos por el maquillaje para destruir su obra, pero me ha detenido la mirada severa de mi padre. Solo por él tengo ahora un aspecto presentable. Incluso más que presentable. Llevo más maquillaje en la cara que en las sesiones fotográficas que hicimos para una colección de Korhan. Me han aplicado con esmero la sombra de ojos y el discreto eyeliner, tres capas de rímel resistente al agua se adhieren a mis pestañas y llevo bien contorneado el rostro. De este modo mis pómulos destacan un poco más que en estos últimos tiempos.

Mi padre ha fruncido el ceño sorprendido cuando la estilista ha señalado la redondez de mi cara. Es probable que pueda ocultar el embarazo uno o dos meses más, pero ya.

En cuanto me imagino la reacción de mi familia siento como si alguien me estrangulara. Pero no debo pensar en ello. Hoy no.

—No —respondo a Latif después de un largo rato, pero doy media vuelta y me dirijo con paso enérgico a la salida.

Él me sigue en silencio. En el guardarropa se dispone a ayudarme a ponerme el abrigo, pero yo me aparto. Me mira con tanta pena que ahora no puedo soportarlo, así que yo misma paso los brazos por las mangas y salgo. Todo el atrio de nuestra residencia está cubierto de una escarcha que brilla tenuemente al sol. Bajo con cuidado los peldaños de la escalera de entrada y voy hacia la limusina negra que está aparcada justo delante. Latif me abre la puerta y doy las gracias antes de subir para sentarme al lado de Ferit en el asiento de atrás.

En el auto la atmósfera es de abatimiento total. Ni Ferit ni mi padre, que está en el asiento delantero, me prestan atención. Yo llevo un vestido tubo de color negro con mangas largas con volantes, y ellos van vestidos con trajes negros que se han confeccionado especialmente para esta ocasión. El color oscuro de la tela acentúa aún más la palidez de mi hermano. Aunque la estilista se ha esforzado por dar un poco de color a su rostro, no ha tenido mucho éxito. En el caso de papá, por el contrario, el maquillaje ha hecho milagros: ya no se advierten sus ojeras.

Niego con la cabeza mientras los observo. Mi familia es un auténtico montón de escombros.

El trayecto al cementerio transcurre como si me hallara en estado de embriaguez. Intento imitar a mi padre y a mi hermano y trasladarme mentalmente a otro lugar, pero es imposible a partir del momento en que frenamos y Latif suelta un improperio por lo bajo.

La entrada del cementerio está llena de periodistas.

Miro de reojo a Ferit, pero no distingo la menor expresión en su rostro cuando se pone las gafas de sol y espera a que se abra la puerta del coche. Trago con dificultad y me ciño el abrigo al cuerpo. A continuación también me pongo las gafas de sol. La presencia de los insistentes periodistas me provoca auténtico malestar. Trato de inspirar profundamente por la nariz y espirar por la boca.

Dos de los hombres del servicio de seguridad que ha contratado Julia nos ayudan a descender del coche. Me flaquean y me tiemblan las rodillas, y cuando vamos a la capilla me siento como si estuviera en shock. Los periodistas y los paparazzi nos gritan desde atrás, pero salvo mi nombre y el de Ferit no entiendo ni una palabra de lo que dicen. Los ignoro y avanzo a paso rápido con la espalda tensa. Una vez en la capilla, los trabajadores del cementerio nos abren las puertas para que podamos entrar sin tener que esperar.

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