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Su infancia no fue del todo divertida en realidad fue complicada y dura. Maite vivía en uno de los barrios más pobres de Bello, en donde el trabajo era escaso al igual que los servicios dignos para las viviendas. Su casa era muy humilde, esquinera, con reja blanca de metal para más seguridad. Esa casa le pertenecia a su abuela materna Doña Berta la cual junto con su hermana, la llamada Tia Melba la criaron debido a la ausencia de sus padres. Dado que, su padre había escapado de su responsabilidad antes de que ella naciera y su madre murió cuando ella tenía 4 años por un accidente automovilístico saliendo del pueblo a Medellín para conseguir un poco de trabajo.

Su abuela y tía trabajaban como las costureras del pueblo, tenían una pequeña tienda de remiendos cerca a la plaza de mercado; les llegaban clientes tanto locales como turistas que necesitaran un remiendo o un corte de alguna prenda. Además, en las noches vendían arepas de queso cerca a los hoteles de los turistas.

Ellas lo único que querían era que Maite estudiara y saliera adelante, así que la niña siempre le daba mucha importancia al estudio y en ayudar a su tía con el puesto ya que la abuela se encontraba un poco impedida físicamente pero siempre los fines de semana se iba al centro deportivo a ayudar o más bien a jugar metegol tapa con los niños del barrio sobretodo con un jovencito que llego hace muy poco al pueblo y se creía el mejor jugador de la vida.

A la pequeña crespa poco o nada le interesaba como se llamaba ese niño ni de donde venía, lo único que realmente la inspiraba era ganarle de una vez por todas en ese juego debido a la actitud tan pedante que este demostraba cada que metía algún gol o regateaba la pelota. El niño tampoco le interesaba su nombre, disfrutaba el hecho de hacerla enojar constantemente por demostrar su talento porque definitivamente el chico sabía como mover el balón e ir regateando rápidamente con los que eran mayores que el.

Un día cuando tenia unos 7 años, a Maite se le ocurrió la brillante idea de retar al joven egocéntrico a un duelo 1 a 1 en la cancha. La muy inocente creia que el iba a negarse por completo pero en realidad su sentido de competencia se volvió mucho más agudo cuando la niñata le dijo - Usted lo único que es no lo aparenta, cortinita de humo-.

Eso lo activo por completo y apenas el balón toco la grava del suelo, el niño parecía un jugador de esa generación de Brasil la cual todo el mundo recuerda por jugadores como Ronaldinho o Kaka. 1,2 y 3 goles seguidos  a la portería de la niña llorona, aunque para Maite esto solo fue calentamiento, ella también sabía jugar realmente bien. 1,2,3 y ¡4! Ahora ella llevaba el control del juego mostrando sus habilidades que el jugar en el barrio habían despertado. De pronto el balón entró por su lado derecho y ella no lo logró tapar haciendo que el marcador quedara empatado para ambos.

-Si quieres parar ahora y admitir tu derrota no me quejare, llorona- dijo el niño levantando una ceja en motivo de superioridad ante ella.

-Ya quisieras, vendehumo. Vení que te parto de una vez esa cara de pendejo- mencionó la niña tomando el balón con sus manos después de semejante gol.

La tensión se sentía en el aire, ambos deseaban ganar pero el otro no iba a ceder. Tanto así que el hermano mayor del niño, creia fielmente que se iban a besar en ese momento cosa que a Maite le dio verdadero asco.

-Último gol gana, ya quiero verte perder.- susurró el chico.

-No te hechas la sal.- Sonrió ladinamente la niña.

Y empezó el duelo de nuevo, realmente duro poco menos de lo que todos se esperaban. Si claro que hubo algunas cosas buenas pero invenitablemente el niño ganó haciendo que Maite se sintiera mal. Solo tomo sus cosas y se fue corriendo a su casa, pensaba que su abuela le tendría arepuelas recién hechas o su Tía Melba le daría un jugo de mora recién hecho, pero al llegar a su casa una ambulancia se encontraba parqueada en la esquina de la casa, vio a su tía llorando desconsoladamente, hasta que vio a su abuelita en una camilla, dormida o al menos eso pensó ella pero la realidad era que doña Berta había dejado a su Nieta como todos los adultos de su vida.

Volvió a escapar de nuevo de su casa, el dolor era insoportable. Nunca había aprendido a como manejar el dolor, en realidad no quería ser una carga ahora para su tía que lloraba la muerte de su hermana mayor. Entre lágrimas llegó a su lugar seguro, la cancha del pueblo donde había estado momentos antes de la tragedia.

Observo el balón fijamente y comenzó a patearlo, lanzaro y casi perderlo de todo lo que sentía. Las lágrimas corrían de sus dulces mejillas, haciendo que se viera un poco más triste de lo normal. Sentía que todos la dejaban sola y que tal vez existía algún tipo de razón o maldición que hacía que todo los adultos que la querían desaparecieran o murieran para dejarla completamente abandonada.

Después de darle un zapatazo al balón mandándolo fuera de la cancha, se sentó en las gradas y comenzó a llorar. Lo necesitaba, era necesario sacar todo ese dolor que sentía y no podía llegar a expulsarlo en su casa ya que era el lugar donde todo había ocurrido. Mientras abrazaba sus piernas escucho a alguien acercarse, le daba una importancia mínima  a dicho hecho hasta que vio el balón de nuevo a sus pies.

Levanto la mirada y lo vio ahí parado, era el chico egocéntrico de hace rato pero ahora tenía una sonrisa un poco comprensiva. Se le hizo extraño así que hizo una mueca de confusión con respecto a lo que sucedía.

- Vi que tiraste el balón muy lejos y quería devolverlo- mencionó medio nervioso, antes no se expresaba así con ella.

-Gracias, no era necesario que lo trajeras. Yo podia ir sola- respondió agresivamente

-Iba pasando, solo era un favor cálmate.-

El chico suspira y trata de se amable con ella. Aunque era realmente difícil no querer pegarle un puño por ser tan grosera.

-Supe lo de tu abuela, lo siento. Yo también  perdí a alguien muy importante y posiblemente no quieras decirme nada pero...- Se quedo frío al ver que la niña lo estaba abrazando como si fueran mejores amigos, el solo pudo reaccionar sonriendo y mostrando cariño.

Maite se aleja rápidamente al darse cuenta que lo estaba abrazando cosa que fue solo por la emoción aunque la actitud del chico  fue reconfortante. Se limpio las lágrimas y le sonrió apenada.

- No tenias porque abrazarme jaja... Pero gracias por estar aquí- Sonríe un poco triste.

- Cero rollo... Sabes algo, tanto que hemos peleado estos días y no se tu nombre- dijo apenado rascándose la nuca.

Era cierto, tanto que peleaba con el y no sabia ni su nombre. Lo único que sabia era que llego hace 2 años de Vegachí y que jugaba muy bien fútbol.

- Si es cierto, ni yo se el tuyo - Río en bajo y después extendió su mano para presentarse.

-Soy Maite Elena Durango pero decime Maite o Mai. Como quieras-

El extendió también su mano mirándola amigablemente, nunca pensó que la niña que le parecía tan insoportable estaba siendo amable con él.

- Mucho gusto Mai, soy Richard. Richard Ríos Montoya- dijo sonriendo

Se quedaron jugando un buen rato en la cancha, preguntándose cosas y viendo que en realidad tenían demasiado en común sin darse cuenta que se convertirían en mejores amigos y de por si en su primer amor.

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𝙳𝚎𝚕 𝙴𝚜𝚝𝚊𝚍𝚒𝚘 𝚊𝚕 𝙲𝚒𝚎𝚕𝚘 || 𝚁𝚒𝚌𝚑𝚊𝚛𝚍 𝚁í𝚘𝚜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora