《10》

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Maite lo miró fijamente, sin saber qué decir. La cadena entre las manos de Richard parecía brillar más intensamente, como si fuera un testigo silencioso de su reencuentro.

—Sí, soy yo —respondió, tratando de contener la mezcla de emociones que sentía.

Richard quedó paralizado por un momento, como si los recuerdos de su infancia lo golpearan de golpe. Recordó la promesa que le había hecho, la risa de Maite y todos esos días en la cancha de fútbol que tanto significaban para ambos.

—No puedo creer que seas tú —dijo, dando un paso hacia ella—. Te he estado buscando durante años. ¿Qué pasó? ¿Por qué te llevaron asi de la nada? ¿Como volviste?

Maite suspiró, sintiendo la presión de todos esos años de ausencia. Se sentó en el borde de la cancha, mirando el suelo, tratando de encontrar las palabras.

— Cuando me llevaron los del ICBF, me dejaron en Barranquilla en un lugar horrible que no quiero volver a recordar y ahí en ese infierno aparecieron mis ángeles de la guarda. Que me adoptaron y me dieron una familia. Pero sin importar nada, nunca salió de mi mente El niño que soñaba en convertirse en el mejor jugador de Antioquia.

Richard se sentó a su lado, sus ojos llenos de una mezcla de alegría y dolor. Tomó la cadena en sus manos y la sostuvo frente a ellos.

—Nunca dejé de pensar en ti, Maite. Y Parece que tu tampoco en mi, esta cadena lo prueba. Me prometí que algún día te encontraría.

Ella sonrió, sintiendo un alivio que no sabía que necesitaba.

—Yo también pensé en ti todos los días. Ahora que te he encontrado, no quiero perderte otra vez.

Ambos se quedaron en silencio, disfrutando de la compañía del otro y de la paz de la cancha vacía. Era como si el tiempo no hubiera pasado, como si fueran los mismos niños de antes, reencontrándose después de un largo sueño.

—¿Sabes? —dijo Richard, rompiendo el silencio—. Creo que todavía te debo un partido justo. Esta vez sin interrupciones.

Maite rió, sintiéndose más ligera que nunca.

—Está bien, acepto el reto. Pero esta vez, el perdedor invita al helado.

Richard sonrió y asintió.

—Hecho.

Se levantaron y, con el balón en los pies, comenzaron a jugar de nuevo, como si los años no hubieran pasado. Mientras corrían y reían, sabían que habían recuperado algo precioso, algo que ninguna distancia ni tiempo podría borrar.

El juego fue intenso. Richard, con su técnica pulida por años de entrenamiento profesional, y Maite, con su estilo callejero y apasionado, se enfrentaron como en aquellos días de infancia. Cada pase, cada drible y cada tiro resonaban en la cancha vacía, llenándola de vida.

Maite logró anotar el primer gol, sorprendiendo a Richard con un movimiento rápido y astuto. Se rió mientras él fruncía el ceño en una fingida frustración.

—Te has vuelto mejor —admitió Richard, sonriendo.

—Tú también. Aunque siempre fuiste bueno —respondió Maite.

El juego continuó, con ambos jugadores entregándose por completo. Richard igualó el marcador con un tiro preciso al ángulo, demostrando su habilidad y control. Maite no se dejó intimidar y siguió presionando, usando su astucia y velocidad para mantenerse a la par.

A medida que el juego avanzaba, el cansancio comenzaba a notarse. Sus risas y bromas se volvieron más frecuentes, recordando los días en los que jugar al fútbol era lo más importante en sus vidas. Al final, el marcador estaba empatado, y ambos sabían que el próximo gol decidiría al ganador.

𝙳𝚎𝚕 𝙴𝚜𝚝𝚊𝚍𝚒𝚘 𝚊𝚕 𝙲𝚒𝚎𝚕𝚘 || 𝚁𝚒𝚌𝚑𝚊𝚛𝚍 𝚁í𝚘𝚜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora