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Inmune a los encantos de la sirena.

La noche y la mar tranquila presenciaban cómo me alejé un poco de la sirena, con un poco de timidez, algo inusual en mi personalidad.

Hubo silencio mientras ella continuaba mirándome directamente a los ojos, sin emitir palabra. Parecía confundida, y hasta... ¿decepcionada?

Me aparté aún más, indignada.

—¿Y ahora qué? ¡Tú me pediste que te besara!

—Sí, pero... No lo entiendo —comenzó a negar con la cabeza—. Creo que no funcionó.

Ladeé la cabeza.

—¿Qué no funcionó qué?

—El hechizo no se rompió.

Ella parecía muy afligida, como si yo fuera su última oportunidad y había perdido. No entendía nada de lo que hablaba y para ser sincera, me daba mucha curiosidad saber más de ella, de lo que ocultaba, qué tan peligrosa era. Toda ella era un enigma, interesante de descubrir. Algo que no se ve todos los días.

Algo que no se ve todos los días.

Esas palabras resonaron fuertemente en mi mente. Ella era una sirena. Si la capturaba y la exhibiera en algún museo, yo sería reconocida como la pirata que luchó contra una sirena y la venció.

Mis ojos se iluminaron.

Pero ella volvía a la mar.

—¡Oye, espera! ¡¿A dónde vas?!

—Me devuelvo por donde vine —dijo, repintiendo lo que le había dicho en la primera instancia.

—¡Regresa! ¡Puedo ayudarte a conseguir lo que deseas!

Dicen que las sirenas son engañadoras, egoístas y ladronas, y te usan para su conveniencia. Es por eso y otras razones que los marineros de las embarcaciones me apodan así. Yo tengo esas cualidades mejor desarrolladas que una sirena.

Son ellas quiénes no deben encontrarse conmigo.

La sirena volteó.

Además, no podía llegar tan lejos. Las olas iban y venían, azotando su cuerpo a su antojo. Rápidamente la alcancé y la tomé entre mis brazos. Su cuerpo era muy frío, y no tan pesado como lo pensé. Ella se quedó inmóvil, observándome con un poco de desconfianza por mi cercanía.

—Tranquila, puedes confiar en mí. Si me salvaste, me siento en deuda contigo.

—Mh...

—¿Ahora qué?

—Eres una pirata. No eres de fiar.

Quedé absorta con sus palabras en cuánto fueron dichas. Debí haberla mirado tan mal por el miedo repentino recorriendo su espina dorsal, manifestado por el nerviosismo en su actuar.

—Si quisiera haberte matado, ya lo hubiese hecho. —Dije, tajante.

Y sin que ella me contestara, la llevo hacia el interior de la isla. Me estaba muriendo de frío y era tiempo de crear una fogata para mantener mi sobrevivencia.

La Dama del Mar [GirlsLove] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora