15. Luna.

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Me paso la mano por el rayón por el que brota la sangre, y me doy cuenta de que no es un rayón.

Es profundo, y, por alguna razón, me duele mucho.

Los ojos de Esmeray son de pánico, y también parece estarse conteniendo para no tirarse sobre mí y dejarme sin nada de sangre.

—Yo... fue sin querer. No quería hacerlo.

—Rojita...

—¿Porqué no te deja de salir sangre?—exclama, alarmada.

Me inclino y agarro mi camisa, para ponérsela. Ella parecía no haberse dado cuenta de que aún iba desnuda de la parte de arriba.

Se la paso por los brazos y me pongo de pie, me paso la mano por la herida, intentando curarme, pero no puedo. Y me duele.

Es como si me siguiera comiendo por dentro. Como si la herida se fuera expandiendo hacia adentro. Y yo creo saber porqué es.

Ella está muy roja, muy agitada. Se me queda viendo fijamente al pecho. Entonces, como una revelación divina, me doy cuenta.

Tiene los iris de los ojos teñidos entre rojo y verde. Como si estuviera comenzando un colapso de hambre.

Rápidamente, levanto el colchón y saco el frasco de Saignement que guardo ahí, lo abro y tomo la sábana, rasgándola, partiendo un pedazo y vaciando todo el contenido del frasquito ahí.

La hago un puño para que ella se lo ponga en la nariz.

—Solo inhálalo.—le indico.

—¿No me retendrá la magia?—pregunta, ya con la nariz metida en el trapo mojado.

—No, solo hará que te contengas hasta que se tanque la sangre. Y te va a ayudar para que el hambre vaya pasando.

—Me arden los ojos.

Aprieto los labios. Mierda. Tengo que actuar rápido.

El otro pedazo de sábana me lo paso por el pecho y la espalda, limpiando la sangre y luego intentando hacer una compresa justo encima de la herida.

Sigo con la verga parada, pero no me importa cuando sigo caminando hacia la puerta.

—Ven conmigo.

Le digo a Esmeray, quien me hace caso. Pero que se lleva una mano al pecho e inhala y exhala muy pesado.

—Respira, por favor. —le pido, estoy desesperado.

No puedo hacer nada para ayudarla, está muy mal y eso me tortura. Pero si no me alejo aunque sea un poco de su cuerpo, va a perder el control de su hambre.

Todos nos encuentran en el camino, y no hace falta decir que olieron la sangre. Pero aún así, Clarisse se lleva una mano a la boca, Aqman y Rory vienen directamente hacia mí, y Levanna—Quien se pone pálida— hacia Esmeray.

—¿Qué pasa?—pregunta Esmeray, mientras cruzamos la sala.

—Nada.

Sueno tosco, aunque no quiera, pero la verdad que no sé si lo que acabo de descubrir es bueno o es malo.

No detengo mi camino, solo le doy una mirada significativa a Rory, haciendo que me siga hacia el cuarto seguro.

Que es la habitación en la que se entrena. Ya que de ahí casi no salen los olores—en este caso, quiero ocultar el de la sangre— y los ruidos tampoco.

—¿Quién...?—Comienza Arlo.

Si, mi padre. Al que solo le había sentido el olor, pero no había volteado a ver.

Luna Llena De AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora