08. El dilema del heredero.

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Bienaventurado sea nuestro Salvador, cuyo poder igualará al de mil brujos. En sus manos, sostendrá las dos mitades del mundo. Y, según su visión, traerá la salvación o la destrucción. Escuchad las palabras del cielo y rezad por el nacimiento del Mesías. [...] Cuídense de los falsos profetas, los desleales amigos y los ambiciosos hombres. No dejéis que su fe se vea manchada y, cuando el Salvador reine sobre los incautos hombres, postréis a vuestros pies con el merecido respeto, pues él protegerá a nuestra raza de la extinción.


Del libro Lien heiglien Schririen (Las santas escrituras), escrita por los primeros brujos.



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Año 387, febrero

Taehyung ingresó a su habitación, presuroso, con la respiración entrecortada y el corazón desenfrenado. Dejó la capa azul que fue quitándose en el camino, sobre la cama, mientras iba desabrochándose la parte superior del traje. Sang se acercó alarmada por su repentino regreso, sin saber muy bien cómo tomarse la sensación de angustia y felicidad que contradictoriamente su amo estaba demostrando en ese momento.

―Debo prepararme para ver al rey ―anunció en voz alta, mientras se deshacía también del cinturón―. Ordena a las sirvientas que me ayuden con esto, por favor.

Casi inmediatamente después de su orden aparecieron un par de sirvientas para ayudarle a vestirse. Le colocaron una túnica de tela fina color crema, junto a unos bonitos pendientes que hicieron resaltar mucho más su belleza natural. Le aplicaron apenas toques de maquillaje en las mejillas y en los ojos para profundizar sus facciones y tuvieron para él listo un calzado cómodo y fácil de deslizar. En menos de quince minutos el brujo estaba listo para ver a su señor, mucho más feliz que en el inicio del banquete.

―Mi señor, podría... ―Sang trató de impedir que cometiera un arrebato, pero le resultó imposible.

Taehyung salió casi de inmediato, pasando por alto el protocolo que debía seguir como concubino. Odiaba la idea de tener que esperar a uno de los guardias para ser guiado hasta la habitación del rey. No quería recibir órdenes, mucho menos ser limitado en ese minúsculo deseo. Por eso, se aventuró al pasillo y fue directamente al ala contraria, donde el monarca debía estar esperándolo. Sang caminó tras él, apresurada de igual manera, pues no deseaba que incumpliera las reglas con tanta libertad.

Héritier [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora