Capítulo 27 ❤️

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—...redactarán un ensayo en parejas, evaluaré la redacción, la pulcritud y la ortografía —seguía hablando la profesora con apariencia de aguacate, pero yo no le estaba prestando atención—. Nos veremos la próxima semana.

Empezé a guardar mis cosas con desgano, era hora del descanso; quince miserables minutos, pero peor era nada.

Suspiré.

Andrés se acercaba a mí, se veía animado; cómo de costumbre y estando segura de le haría sentir mal con cualquiera de mis amargos comentarios, lo interrumpí antes de qué pudiera pronunciar alguna palabra.

—En éste momento necesito mí espacio, Andrés —le pedí al chico de cabello alborotado, quién me miró confundido y quiso hablar—. No hagas preguntas —me límite a decir.

Tomé mí mochila y salí del aula de Filosofía, ni siquiera entendía para qué servia éso en mí carrera como administradora de empresas.

Me dirigí al pasillo principal y luego de varios cruces llegué a la "cafetería"
qué nunca tiene café.

—Una soda por favor —le pedí a la anciana qué atendía apenas llegué.

—No hay.

Qué novedad.

—Un refresco —pedí de nuevo.

—Se acabaron.

Era mí día de suerte ¡muchas gracias universo!

—Un jugo —ahora dice qué no hay.

—Llegan más tarde.

Resoplé.

—Y ¿qué sí tiene? —le pregunté irritada.

—Café.

Dios dame paciencia.

—Un café, frío y sin azúcar —le pedí a la viejita. Ella asintió y al cabo de unos minutos me trajo lo pedido —. Gracias —le dije antes de marcharme y dejar el dinero correspondiente en la vitrina.

Me senté en una mesa al final de la cafetería, frente al ventanal.
Era miércoles, un soleado y caluroso miércoles, para mí desgracia; odiaba el calor.

Saqué mí móvil y le marqué a Sunset:

Y no me contestó.

Resignada empezé a beber mí café, hasta qué me interrumpieron:

—Rainbow Dash, sí quieres morir de forma natural será mejor que me sueltes —advertí, y él no tardó en quitar sus manos de mis ojos—. Déjame sola.

Haciendo caso omiso a mí petición, se sentó frente a mí.

—Muy buenos días Jackeline —soltó con una ferviente sonrisa— ¿Qué hay de nuevo?

Resoplé.

—Nada —le dí otro sorbo a mí café— ¿No tienes algo mejor qué hacer?

Él negó con la cabeza.

—No, estar contigo es lo mejor qué puedo hacer.

Éso fue tierno; y extraño.

—Quiero estar sola Rainbow Dash —le volví a decir.

El me miró y amplió su sonrisa.

—¿Qué te parece sí te invito a comer algo? —ofreció—. Podemos comer lo qué tú quieras y así aprovechas y matas dos pájaros de un tiro: disfrutas de mí excepcional y 20% más genial compañía y despejas tú mente.

Le dí un último sorbo a mí café y me levanté:

—No estoy de humor Rafael —gruñí y tomé mí mochila—. Y por tú bien será mejor qué me dejes en paz —advertí y sin esperar una respuesta; me marché.

Todo lo qué estaba pasando me tenía mal: el pésimo regreso de Big Mac, la discusión que tuve con Kenai gracias al ser qué lleva mí misma sangre y ni hablar de la herida en el brazo de Spitfire; que por suerte fué superficial, pero terminó haciendo qué ella enviará el comunicado a los Coyotes ésa misna tarde.

Entré al baño de chicas y me dirigí al lavamanos.

Abrí el grifo, y me enjuague el rostro; me sentía estresada, repetí el proceso un par de veces más. Cuando acabe me observé en el espejo qué tenía frente a mí

—Mierda —solte al percatarme de qué unas lágrimas traicioneras habían empezado a descender por mis mejillas.

¿Qué carrizos me pasaba? ¿Por qué me sentía tan sensible?

Y yo misma tenía la respuesta a ésa última pregunta...

Hace dos días...

Entré a la cocina y tomé una bolsa con hielo. Sin perder el tiempo me dirigí al "calabozo" el cual quedaba en el segundo piso; en lo más profundo del pasillo principal.

A medida qué avanzaba chequeaba casa celda con la mirada, hasta qué lo encontré. Lo encontré a él.

Introduje la llave en el candado y quité el pasador. Me temblaba el pulso y no estaba segura si era por la ira o por los nervios.
No me moleste en cerrar la reja; lo habían encadenado, no tenía posibilidad de huir nuevamente.

—¿Jackeline? No puedo creer qué seas tú —soltó a duras penas, Kenai lo había molido a golpes—. Ayúdame, por favor.

La indignación recorrió cada centímetro de mí piel y se mezcló con la irá.

—¿Ayudarte? —repetí incrédula, mientras me acercaba a él—. Yo tenía todo bajo control Big Mac —me agache a su lado —, hasta qué tú —libere su mano derecha de las cadenas qué estaban en la pared— lo arruinaste —le dí la bolsa de hielo.

Abrí el maletín de primeros auxilios que había traído conmigo y saqué algunas gasas estériles y agua oxigenada o ¿tal vez debía usar alcohol? No. El pobre ya había sufrido suficiente.

—Como has crecido Jackeline; ya eres toda una mujer —lo miré, enojada ¿por qué se sorprendía? ¿acaso pensaba qué aún tenía nueve años o me daba por muerta?— ¿Cómo está Mérida? —su pregunta me hizo romper de mala manera la emboltura de las gasas.

Al menos se dignó a preguntar, así que respondí:

—Ella está bien.

Mojé las gasas con el agua oxigenada y empezé a limpiar las heridas de su rostro.

—Eres muy linda, Jackeline —¿no qué estaba moribundo? Restregue con fuerza la gasa en el raspón qué tenía en su frente— ¡Mujer, éso duele!

Y ésa tan sólo fueron el comienzo de sus quejas.

Volviendo a Vivir (Appledash)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora