† Capítulo 4.

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 ᅠᅠᅠ𝗔𝗘𝗥𝗢𝗡.

Ya han pasado dos días desde nuestra última conversación. Y tal y como dijo, no lo he visto desde entonces. Me encuentro distraído y aburrido cerca de la gran puerta principal, viendo un carruaje mercante con varios barriles de vino. Aquí la gente me mira extraño, nadie se me acerca a entablar una nimia conversación conmigo. Para ser el supuesto caballero de Davos Blackwood, los que viven en esta casa, deben sentirse incómodos ante mi presencia. A veces incluso pienso que para ellos, soy una persona non grata, un inquilino que ha venido de vete a saber dónde para entorpecer las relaciones que hay forjadas. Y qué irónico. Miro a mi alrededor, cayendo en la tentación de salir de aquí y dar un pequeño rodeo sin alejarme mucho de la casa de los Blackwood, ya que en mi estado, resultaría fácil perderme. Nadie me vigila, en cierto modo, soy libre para recorrer a mi antojo estos lugares y ver por mi cuenta si puedo lograr recordar algo más. Por muy breve que sea. Como ese supuesto sueño que dijo Davos que era. Sueño que estoy seguro que era real pero, ¿por qué ocultarlo? Pensar en ello me duele de una forma inexplicable. Son los únicos recuerdos que realmente parecen espadas rompiéndome el corazón en mil pedazos. 


Finalmente, me olvido de todo aquello que me pesa en el alma y salgo sin el permiso de nadie, siguiendo el mismo camino de tierra que el carruaje. A nuestro alrededor hay bosque, pero puedo sentir que más adelante aguarda algún tipo de pueblo o ciudad. Y aunque quisiera ceder a mi instinto de descubrirlo, no puedo ser tan irresponsable. Desvío mi trayectoria a la derecha, acuclillándome cuando observo unas hierbas curiosas y aromáticas que me recuerdan al olor con el que curaron mis heridas. Debería dejarlas bajo la almohada de Davos para refrescar su habitación, tal vez en el fondo agradecerle así la ayuda que me proporciona por mucho que no me caiga bien. Mis manos arrancan varios ramales y los guardo en el bolsillo de los pantalones, escuchando un par de voces a mis espaldas que, obvio, no conozco.

Me giro, fijándome en las tres siluetas masculinas que se me acercan con interés, pero yo siento peligro. Es en estos momentos cuando me arrepiento de hacer lo que me da la gana sin pensar en quienes cuidan de mí. Sobre todo si no entiendo mi propósito de existencia. No sé los años que tienen, calculo que unos veinticinco o veintiséis, lo cual los hace más mayores que yo. Lo primero en lo que me fijo es en si van armados, divisando una daga en el cinturón de uno de ellos. Si las cosas se tuercen, puedo utilizarla. Levanto mi cuerpo, sacudiéndome la tierra con intención de volver a casa, sabiendo que uno de ellos iba a detenerme tras sostenerme del brazo.

——A ti no te hemos visto antes por aquí. ¿Cómo te llamas?

La voz del más alto, ese que tiene el cabello del mismo color que el azafrán, se dirige a mí. Y si de algo estoy seguro, es de que no puedo decir mi apellido. Recuerdo las palabras de Davos cuando me dijo que mi tío, un Bracken, servía en el bando equivocado a un usurpador, un tal Aegon Targaryen. 

——Aeron. Estoy de paso, ya volvía a casa. 

——¿Vas al pueblo? Te acompañamos.

Es el de estatura más baja y el que tiene el color del sol en el cabello el que me habla esta vez, pasándome un brazo por detrás de los hombros. Y si mis tímpanos no fallan, sus compañeros le están llamando por su nombre: Raden. No sólo quiero hablar, sino que lo necesito. Necesito decir que soy el caballero de Davos Blackwood y estoy a su servicio, pero no me lo permiten. Raden me arrastra camino abajo, zarandeándome igual que un muñeco de trapo a sabiendas de que lo que buscan es reírse de mí y divertirse a mi costa. Por los Dioses, ¿dónde me he metido? Ni siquiera sé defenderme. Miro hacia atrás, intentando que el viento arrastre mi desesperación hasta Davos, pues tengo que admitir que en este instante, lo reclamo con la fuerza de todos los mares y ríos. 

Mío ( Davos Blackwood x Aeron Bracken )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora