† Capítulo 17.

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"La vergüenza la persiguió desde entonces, desde que sus sábanas se ensuciaron. Quién sabe si por amor o placer; lo que causó que tuvieran que buscar una inmediata solución para callar todo el eco de aquellos rumores con el joven más hermoso de Seto de Piedra." 


ᅠᅠᅠAERON.

——Quita de ahí, me estorbas.

Dice una odiosa voz mientras el dueño de la misma me empuja. Mi cuerpo trastabilla a un lado, lanzándome casi al costado de la madera del barco. Mi primo Aelan, que nos acompaña en este viaje junto a mi tío, se mofa de mi poca resistencia física, probablemente porque no me esperaba el gesto. Apenas llevamos un día de travesía y no ha dejado de molestarme desde entonces con su patética risa. No cedo a sus estupideces, me recompongo y tomo uno de los cofres que nos ofrece el capitán del otro barco mercante con joyas para los Targaryen que los Bracken hemos ordenado fabricar especialmente para ellos con distintos elementos: oro y plata, rubíes y otro tipo de piedras preciosas que Éleror nos ha ayudado a conseguir con su habilidad para la magia. Piedras que sólo se encuentran en lugares muy concretos y que todos conocen gracias a la sabiduría de los libros. No obstante, él no viaja con nosotros, se ha encargado de ser el protector de Seto de Piedra mientras nosotros nos encargamos de presentar nuestros respetos y nuestras espadas a favor de Aegon II. Realmente este viaje me pone nervioso, me hace cuestionarme una y otra vez qué es lo que voy a hacer yo allí, cuál será mi papel a desarrollar, qué amistades voy a hacer...  

En lo que formulo preguntas sin respuestas, cargo y descargo los cofres en la bodega del barco hasta que no queda ninguno. Los tablones se guardan cada uno en su lugar y cada barco regresa a su ruta correspondiente en lo que nos cubre por completo un hermoso atardecer repleto de colores rojizos, rosados y amarillos reflejados en las ondas del Angosto. Hay tantos recuerdos que se avivan en mí, que casi que prefiero apagarlos. Pensar en Davos no va a ayudarme en lo absoluto y desde luego, no voy a llegar a ninguna parte por más que trate de poner empeño. Él no quiere huir conmigo, no hasta que acabe la guerra, hasta que gane un bando, lo que significa que probablemente uno de los dos acabe muriendo. Si no somos los dos al mismo tiempo. No importa cuánto luche o lo que yo demuestre, a él le importa más la batalla que lo que pueda gritar su corazón. Está lleno de demasiado odio contra los Bracken, contra los Verdes, contra sí mismo. Tal vez deba empezar a ser tan egoísta como él. La oscuridad se cierra sobre nuestras cabezas y subo a cubierta, donde elijo cenar solo en la popa, sin nadie que perturbe mi existencia. Si sigo escuchando las burlas de Aelan, terminaré por usar mi espada por primera vez contra su cuello, ese tan estirado que usa para encararse a mí creyendo que no soy capaz de defenderme. Lo soy, en realidad, no de una forma tan hostil, claro, pero sólo existe una persona capaz de hacerme temblar de miedo y de valor al mismo tiempo. Y ese, no es precisamente mi primo. No tengo nada que temerle. 

Me balanceo al ritmo de las olas, sintiéndome en una especie de columpio. La sensación es agradable y divertida. Compartir tiempo a solas no está tan mal al fin y al cabo, te libra de una presión innecesaria. Trato de que mi cerebro se rinda y me duerma, siendo incapaz de ceder a mis deseos. Entonces, recuerdo lo que he traído y escondido en mi camarote compartido, lo cual debo recuperar antes de que Aelan entre en primer lugar o no podré hacerlo... Me lleno la boca del último pedazo de pan y sacudo las manos de migajas, penetrando al interior del navío por la escotilla con las mejillas infladas. Sigiloso, me asomo y contemplo a mi tío cenando junto a su repelente heredero y cruzo, encerrándome por varios minutos en el camarote. De debajo de la cama, saco un bastidor, la tela que tengo a medias de bordar y las agujas con sus correspondientes hilos negros formando un hermoso cuervo que representa de manera casi perfecta a los Blackwood. Desde que era un niño, mi pasión y mi secreto siempre había sido mezclarme con las doncellas de mi madre, aprender de ellas, coser, bordar... Todo lo que un chico no debía hacer, ya que el hombre nacía para la lucha, batir la espada, ser un caballero. Recuerdo perfectamente el día en el que mis padres lo descubrieron, siendo mi madre la única que apoyó cada cosa que yo amaba hacer. En cambio, mi padre nunca aceptó que su único hijo tuviera la afición de una mujer. Para él era mejor obligarme a empuñar una espada y a endurecer mis entrenamientos antes de que tuvieran que abandonar Seto de Piedra por motivos que yo todavía desconozco. Lo que me consuela, es que sé que siguen con vida en alguna parte de Westeros. 

Mío ( Davos Blackwood x Aeron Bracken )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora