ᅠᅠᅠ 𝗔𝗘𝗥𝗢𝗡.
El acero de la espada encima de mi cama brilla como el oro recién pulido. Debo acudir al punto de encuentro con Davos en el patio trasero. Mi primer entrenamiento nos lleva esperando unos cuantos minutos, los que yo llevo de retraso. Me debato entre si quedarme aquí, junto a Cobalt, este precioso canino peludo de cuatro patas que no ha dejado de perseguirme desde que nos conocimos o dejar a un lado el miedo. Aún no sé por qué le temo tanto a un simple entrenamiento. El pulso me tiembla, parece que una horda de dragones está volando a dos centímetros de mí, impidiéndome llegar a la empuñadura. Pero consigo hacerla mía. Y es esto lo que desata una visión nueva que hasta ahora nunca había tenido. Dos sacudidas bastan para que mi cabeza se ausente a la orilla de un río que divide una frontera de la otra. Reconozco perfectamente a un Blackwood más joven, afilando mi espada y la suya mientras me cuenta relatos interesantes. Yo me encuentro sentado en posición de loto, escuchándole como si su voz fuese música para mis oídos. Soy tan torpe, que ni siquiera yo mismo sé cómo se afila el acero de un arma.
Una arrolladora avalancha de tristeza me espabila y suelto el arma contra la cama. Cobalt me mira confuso, moviendo las orejas, cuestionándose qué es lo que estoy haciendo cuando ni yo lo sé. Resoplo una vez. Dos. Tres. Y a la cuarta, me permito ignorar el supuesto sueño despierto, dejando cualquier visión fantasiosa o inexistente encerrada en las paredes de esta habitación. Mi caminar hacia el patrio trasero, y armado, se vuelve tan triste como todo mi ser por dentro, devastándolo en pequeñas porciones afiladas. Echo de menos algo que ni siquiera existe o no conozco, siendo incapaz de descifrar qué. O a quién. Cobalt me sigue, ejerciendo a la perfección su papel de guardián. Le caigo tan bien como él a mí. En esta semana y media nos hemos hecho inseparables.
Antes de llegar al lugar, oigo los golpes de la espada de Davos cortando el aire y decido asomarme misteriosamente, sigiloso. Está de espaldas a mí, practicando lo que ha aprendido sobre combate en alguna parte de este mundo. Me pongo tan nervioso, que la tristeza se aviva en mí, provocando un incendio del que trato de huir sin mover mis piernas, tan sólo en mi imaginación. Lo analizo de pies a cabeza, fijándome bien en los detalles en los que no había prestado atención. Suda tanto, que la espalda se le marca a través de la camisa, invitándome a seguir mirando. Por los dioses, debo parar esta locura. Intento retroceder en mi afán de disimulo, lo que se me dificulta al oírle hablar sin girarse, sabiendo que llevo ahí varios minutos, escudriñándolo.
——No solo llegas tarde, sino que cuando llegas, lo único que sabes hacer es quedarte mirando lo que deberías estar haciendo tú, Bracken.
No miraba lo que hacía, sino a él. Aunque algo en mí grita que Davos ya lo sabía. Resignándome sin replicar porque en parte también tiene razón, salgo de mi patético escondrijo y como un conejo rezagado sin experiencia en nada, me pongo a su lado a la espera de recibir las siguientes instrucciones. No parece andarse con rodeos, así que procede a crear un contacto visual directo conmigo, señalando mi espada con su mentón. ¿Qué es lo que quiere exactamente?
——Álzala, necesito ver tu postura y la forma en la que la empuñas.
No hay objeción y obedezco, poniendo una pierna por delante de la otra, irguiendo mi espalda y apuntando al frente con el pico más afilado del arma, imaginándome que tengo al enemigo delante cuando en realidad ahora lo tengo detrás, juzgándome. Y por alguna extraña razón, deseo que siga haciéndolo.
——No está mal, pensaba que tus escapadas y tus borracheras al pueblo, sumándole a eso tus resacas y la desmemoria, te harían un pésimo aprendiz.
——¿Hay algo que quieras decirme, Blackwood? Porque si es un intento de halago, lo estás haciendo fatal. Igual que haces con todo.
¿Me he pasado? No, por supuesto que no. Y ya que en realidad no quiero interrumpir el entrenamiento, no vuelvo a pelear. Menos cuando siento la suavidad de su mano sujetando la muñeca que sostiene la empuñadura y la coloca mucho mejor, proporcionándome un apretón que indica que memorice la manera correcta de sujetarla. Con la referencia captada, asiento esperando que me suelte y no lo hace. Confuso, ladeo testa en su dirección, sin imaginar que él también se encuentra mirándome en silencio. Estamos tan cerca y tan solos, que esta soledad únicamente se convierte en ideas absurdas que consisten en fijarme como objetivo principal sus labios. Cedo y lo hago. Los miro. Él me imita. Su aliento es como un dulce veneno que estoy dispuesto a probar a riesgo de morirme.
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Mío ( Davos Blackwood x Aeron Bracken )
FanficLa corriente de sangre ha traído cadáveres y heridos a las puertas de los Blackwood tras la batalla del Molino Quemado, incluyendo el cuerpo malherido del joven Davos, quien al percatarse de que Aeron Bracken es el único enemigo superviviente y que...