𝐗𝐕

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𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐟𝐢𝐟𝐭𝐞𝐞𝐧
world cup

Me desperté temprano esa mañana, el sol apenas asomándose por el horizonte de Doha. La emoción y los nervios no me dejaron dormir bien la noche anterior. Hoy era un día crucial, no solo para Pablo, sino también para mí. Desde que empezó la Copa Mundial, había estado en cada partido, sintiendo cada gol y cada falla como si fueran míos.

Mientras me preparaba para dirigirme al estadio, me miré en el espejo y traté de calmarme. Llevaba puesta la camiseta roja de la selección española con el número de Pablo en la espalda. Sabía lo mucho que significaba este partido para él, y quería estar allí para apoyarlo, pase lo que pase.

Tomé un taxi hasta el estadio. La ciudad estaba viva con la energía del fútbol. A su alrededor, los aficionados de diferentes países caminaban con banderas y bufandas, todos compartiendo la misma pasión. Sonreí ante la vista. El fútbol tenía una manera única de unir a las personas.

Al llegar al estadio, sentí una mezcla de emoción y ansiedad. Me dirigí a mi asiento en las gradas, que estaba lo suficientemente cerca como para que Pablo pudiera verme. Recordé las palabras que le había dicho la noche anterior: "Solo mírame en las gradas, y sabrás que no estás solo."

Cuando los jugadores salieron al campo, el estadio se llenó de aplausos y cánticos. Busqué a Pablo con la mirada y, al encontrarlo, levanté mi pancarta con un mensaje de apoyo. Nuestros ojos se encontraron, y en ese momento, sentí una conexión profunda. Era como si todo el estadio desapareciera, dejándonos solos a los dos en un instante de complicidad.

El partido comenzó, y cada movimiento de Pablo era seguido por mi atento ojo. Mi corazón latía con fuerza cada vez que él tocaba el balón. El primer tiempo fue tenso, sin goles, y yo no podía evitar morderse las uñas. Durante el descanso, miré su teléfono y envié un mensaje de ánimo a Pablo, aunque sabía que probablemente no lo vería hasta después del partido.

El segundo tiempo fue una montaña rusa de emociones. La tensión en el estadio era palpable. Cada ataque, cada defensa, era un suspiro colectivo de los aficionados. Apenas podía mantenerme en mi asiento. Y entonces, en el minuto 75, sucedió. Pablo recibió un pase y, con una destreza increíble, dribló a los defensores y lanzó un tiro que parecía desafiar las leyes de la física.

El estadio explotó en júbilo. Salté de mi asiento, gritando y agitando la pancarta. Las lágrimas brotaron de mis ojos, y no pude contener la emoción. Pablo corrió hacia la esquina del campo, levantando los brazos en señal de triunfo, y me miró. Ese momento fue solo para nosotros.

Cuando el partido terminó y España se aseguró un lugar en la final, sentí una mezcla de alivio y orgullo. Los guardias de seguridad me dejaron pasar al campo, y corrí hacia Pablo. Al abrazarlo, sentí la fuerza y el amor en sus brazos.

—Sabía que lo lograrías —le susurré, tratando de controlar las lágrimas.

—No podría haberlo hecho sin ti —respondió Pablo, besándome suavemente.

En ese instante, mientras las cámaras capturaban nuestro abrazo y las celebraciones continuaban a nuestro alrededor, supe que todo había valido la pena. El amor y el apoyo que compartíamos eran más fuertes que cualquier desafío, y juntos, sabíamos que podíamos superar cualquier cosa.

El estadio seguía vibrando con la euforia de los aficionados mientras yo y Pablo nos manteníamos abrazados, sin querer soltar el momento. Poco a poco, los demás jugadores comenzaron a acercarse, y Pablo fue absorbido por la celebración del equipo. Me quedé a un lado, sonriendo y capturando con mi móvil esos instantes de felicidad pura.

𝐎𝐍𝐄 𝐒𝐇𝐎𝐓𝐒, 𝗽𝗮𝗯𝗹𝗼 𝗴𝗮𝘃𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora