𝐕𝐈𝐈

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𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧
resilience

Los jugadores del Barça se dirigieron a los camerinos con una energía contagiante. El ambiente estaba lleno de risas y comentarios positivos sobre los goles y las jugadas del primer tiempo. Cada uno de ellos sabía que debían mantener la concentración, pero la emoción del momento era innegable.

Mientras se refrescaban y escuchaban las indicaciones del entrenador, Pablo no podía dejar de sonreír. Sentía que este partido era especial.

—¡Vamos, equipo! —dijo el entrenador, interrumpiendo sus pensamientos—. Estamos haciendo un gran trabajo, pero no podemos relajarnos. Mantengamos el ritmo y asegurémonos de cerrar este partido con una victoria contundente.

Los jugadores asintieron con determinación, listos para dar lo mejor de sí mismos en la segunda mitad.

Pablo se acercó a su casillero, tomó una botella de agua y se la llevó a los labios, refrescando su garganta. Sus pensamientos se desviaron brevemente a Aida. Era imposible no pensar en ella en un momento como ese. Recordó cómo siempre le animaba antes de los partidos importantes, su voz llenándolo de una confianza que parecía ilimitada.

—¡Pablo, estás en otro mundo! —bromeó Jordi, dándole un suave golpe en el hombro—. ¿Pensando en alguien especial?

Pablo sonrió, pero no respondió. En lugar de eso, se concentró en las palabras del entrenador, que seguía dando instrucciones clave para el segundo tiempo. Sabía que debía mantener su mente en el juego, pero la imagen de Aida seguía flotando en el fondo de su mente.

— ¡Gavi, Gavi!— Aurora, la hermana mayor de Pablo, llegó desesperada hacia su hermano menor.

—¿Aurora? ¿qué haces aquí? —preguntó confundido Pablo.

—Es Aida, le pasó algo a Aida—apenas pudo pronunciar.

— ¿Qué? ¿Qué le pasó?— Su hermana lo miró con tristeza, se podía dar cuenta que algo malo había ocurrido— Aurora qué le pasó a Aida ¡Aurora!

—¡Tuvo un accidente!

Pablo sintió un nudo en el estómago. Las palabras de Aurora resonaban en su mente, creando una mezcla de confusión y miedo. Sin dudarlo, se giró hacia el entrenador, buscando permiso con la mirada.

—Entrenador, tengo que irme. Es una emergencia —dijo, con la voz entrecortada.

El entrenador, al ver la seriedad en los ojos de Pablo, asintió sin hacer preguntas.

—Ve, Gavi. Espero que todo esté bien.

Pablo no perdió el tiempo y corrió hacia la salida del estadio junto a Aurora. Mientras corrían, su mente se llenaba de preguntas y preocupaciones. ¿Qué había pasado exactamente? ¿Estaría Aida bien?

—Aurora, cuéntame todo lo que sepas —dijo, tratando de mantener la calma.

—Solo sé que estaba cruzando la calle cuando un coche no frenó a tiempo. La llevaron al hospital. Mamá me llamó y vine a buscarte.

El corazón de Pablo latía con fuerza mientras se dirigían al hospital. Lo único que deseaba era que Aida estuviera bien.

El trayecto al hospital pareció eterno, aunque en realidad fue cuestión de minutos. Al llegar, Pablo y Aurora se apresuraron hacia la recepción, donde una enfermera les indicó la sala de espera.

—La llevan en cirugía. Aún no sabemos la gravedad de sus heridas —les informó la enfermera con una mirada compasiva.

Pablo se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de él. Aurora se sentó a su lado, tomando su mano en un intento de consolarlo.

—Va a estar bien, Pablo. Aida es fuerte —dijo Aurora, aunque su propia voz temblaba.

El tiempo pasó lentamente. Cada minuto se sentía como una hora. Finalmente, un médico apareció por la puerta. Pablo se levantó de un salto, su corazón latiendo con fuerza.

—Familia de Aida, por favor.

Pablo y Aurora se acercaron al médico, esperando ansiosos sus palabras.

—Aida ha tenido suerte. Sus heridas son graves, pero esperamos que se recupere completamente. La cirugía fue un éxito, pero necesitará tiempo y cuidado para sanar —explicó el médico con calma.

Pablo soltó un suspiro de alivio. Aida estaba viva y eso era lo más importante. La noticia de que se recuperaría le dio un poco de esperanza en medio de la incertidumbre.

—¿Podemos verla? —preguntó Aurora.

—Sí, pero solo por unos minutos. Está en recuperación y necesita descansar —respondió el médico.

Pablo asintió y, acompañado por Aurora, siguió al médico hasta la habitación donde Aida descansaba. Al verla, un nudo en la garganta le impidió hablar. Aida estaba pálida y frágil, pero respiraba.

—Aida, estoy aquí —dijo Pablo en voz baja, tomando su mano suavemente.

Aida abrió los ojos lentamente y una débil sonrisa se dibujó en sus labios al ver a Pablo. Aunque no podía hablar mucho, su mirada lo decía todo. Estaban juntos y eso les daría la fuerza para superar cualquier obstáculo.







𖦹𖦹𖦹







Los días siguientes fueron una prueba de paciencia y fortaleza para Pablo. Pasaba cada momento libre en el hospital, asegurándose de que Aida nunca estuviera sola. Aurora también se turnaba para estar con ella, brindando el apoyo necesario.

Una tarde, mientras Pablo estaba sentado junto a la cama de Aida, ella comenzó a despertarse con más frecuencia. Su recuperación iba mejorando, y aunque aún tenía un largo camino por delante, cada día mostraba un pequeño progreso.

—Pablo, gracias por estar aquí —susurró Aida, su voz aún débil pero firme.

—No podría estar en ningún otro lugar —respondió Pablo, apretando su mano suavemente.

Aida le sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sabía cuánto significaba para Pablo estar con ella, especialmente con sus compromisos en el fútbol. La dedicación y el amor que él le demostraba día tras día eran invaluables.

—Aurora me contó lo preocupada que estaba la familia —continuó Aida, tratando de hablar más fuerte.

—Todos estamos aquí para ti, Aida. Eres parte de nuestra familia —dijo Pablo, su voz llena de emoción.

Con el tiempo, Aida empezó a ganar fuerza y, finalmente, llegó el día en que los médicos dieron la buena noticia: Aida podría volver a casa, aunque necesitaría fisioterapia y reposo continuo.

Pablo y Aurora prepararon la casa para su llegada, asegurándose de que todo estuviera listo para que Aida estuviera cómoda. Cuando finalmente llegó, Pablo la ayudó a entrar, cuidando cada paso.

—Bienvenida a casa, Aida —dijo Pablo, con una sonrisa cálida.

Aida miró alrededor, notando los pequeños detalles que Pablo y Aurora habían preparado para ella. Una sensación de alivio y felicidad la invadió. Estaba en casa, rodeada de amor y cuidados.

—Gracias, Pablo. No sé qué haría sin ti —dijo Aida, sus ojos brillando con gratitud.

—No tienes que agradecerme. Te amo, Aida. Haré todo lo posible para verte bien y feliz —respondió Pablo, acercándose para darle un suave beso en la frente.

Con el apoyo incondicional de Pablo y su familia, Aida comenzó su camino hacia la recuperación completa. A medida que los días pasaban, su amor y fortaleza solo crecían, demostrando que juntos podían superar cualquier adversidad.














































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𝐎𝐍𝐄 𝐒𝐇𝐎𝐓𝐒

pablo gavi
by gesvanie

𝐎𝐍𝐄 𝐒𝐇𝐎𝐓𝐒, 𝗽𝗮𝗯𝗹𝗼 𝗴𝗮𝘃𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora