Regreso a casa
Jenna regresó a su hogar media hora después, las carreteras estaban despejadas y ella se sentía sorprendida por ello. Normalmente los caminos a esas horas estaban abarrotados. Se bajó en la parada correspondiente y caminó hasta su casa con una sonrisa brillante. Ya tenia un plan para esa tarde, continuaría con lo que había escrito. La lectura estimuló su creatividad a niveles insospechados.
Mientras caminaba por la vereda, solo pensaba en eso. Quizás una vez se preguntó si Daveen de verdad iba a llamarla, pero no le dio tanta importancia como cualquier persona hubiese hecho. Ahora solo podía pensar en su obra, en un sinfín de ideas que rondaban por su mente. Aunque era obvio que con su vida no iba a poder avanzar un montón.
Nada más abrió la puerta y se encontró de frente con que su madre se encontraba allí, sentada en el sofá, con una mirada de odio pura.
─Con que, de compras, ¿no? ─preguntó su madre, de manera cortante─. No traes ni una sola bolsa.
─No conseguí lo que iba a buscar.
─Mentira ─gritó la señora de manera acusadora.
─Mamá, por favor. Solo he salido un rato para comprar un producto que me faltaba para ponerlo en la oficina.
─Cállate, rata mentirosa ─gritó su madre, con los pelos castaños encrespándose a cada exaltó que se daba.
─Mamá ─. El miedo creció dentro de ella, intentaba no llorar─. ¿Está Leandro?
─ ¿Pretendías que ese señor me cuidase? Le dije que se quedara en su casa, no me interesa verlo hoy. Deberías conseguir un nuevo enfermero. Más joven, soltero.
─Lo haré, pero Leandro se quedará mientras tanto ─. Era su manera de evadir una queja, la verdad era que tenia imposibilidades de pagarle a alguien más, Leandro era el único que aceptaba un precio mínimo con una sonrisa en los labios y todo era porque su esposo era quien le mantenía en todos sus gastos personales, eso de ser enfermero era un pasatiempo para él─. ¿Te quedaste sola todo este tiempo?
─Tú podrás abandonarme porque eres una mal agradecida, pero Kenneth nunca ─dijo con ese aire de dejadez y egocentrismo que la caracterizaba.
─Me alegra mucho que se quedase contigo ─contestó Jenna, intentando simular una sonrisa. Aunque esta vez se sentía ayudada por su supuesto padrastro.
─Y te llevaste la maldita mochila de compras, es que no sabes mentir. Solo eres una pequeña idiota.
─Solo me la llevé para medirla, necesito una nueva para el trabajo ─Jenna intentó mantenerse firme, incluso cuando vio que su madre se levantó de la silla.
No era parapléjica, pero tenia problemas de movilidad que solo habian aumentado con su terrible estilo de vida. Sin embargo, no importaba como se encontrase de salud, de peso, de emociones, de cualquier cosa, que siempre podía ponerse en pie para acercarse a golpear a Jenna en pleno rostro. Y así lo hizo, se puso en pie y acorraló a su hija menor contra la puerta de la entrada. Entonces le estampó su gran mano en la cara.
No se conformó con ello y le agarró de su cabello para tirar de ahí. Una o dos veces y pisarla cuando cayó al suelo masajeándose la cabeza. No gritó, no lloró, no se quejó. Ni siquiera se sorprendió, eso era lo que pasaba siempre. Es más, podía decir que ese día había sido un poco amable y no le había dado dos manotazos en el rostro. Se puso en pie pocos segundos después, y salió de la sala sin mirar a su madre. Lo único que dijo fue una disculpa y corrió por las escaleras.
Vio a Kenneth durmiendo a través del portal de la habitación de su madre, así que decidió ir más lento, para que no existiese riesgo de despertarlo y que este no se molestase con ella. Así mismo llegó a su habitación y se metió allí. Trancó la puerta y tiró su mochila en la cama. Tampoco lloró, sacó simplemente el libro que estaba leyendo y continuo en su labor por media hora más. Su madre no la buscó, seguro estaba más al pendiente de Kenneth que de el bienestar de su hija... y Jenna se alegró en ese momento por eso.
Cuando le faltó solo el epilogo, puso el libro a un lado y se levantó a ver por la ventana, eran las seis, estaba anocheciendo lentamente afuera. Buscó su ropa y se fue a bañar, después llamaría a Sarina para hablar de cómo le había ido el día y compartirle sus felicidades a ella. Las tristezas no, no quería que su amiga sintiese pena por ella. Si alguna preocupación salía de su pecho era porque ella lo sentía, no porque la pelirroja le hubiese confesado algo.
Así debía quedarse siempre, no importaba la confianza que le tuviese, que le tenia demasiada. No quería ser el centro de pena de nadie, ni quiera un simple chisme del que hablar en los pasillos. Odiaría ser eso, así que luchaba porque eso no pasara.
ESTÁS LEYENDO
Amante del Infierno
FantasyJenna es una escritora frustrada y Daveen un hombre obsesionado con ella. ❤️🔥❤️🔥❤️🔥 Tras la muerte de su padre, Jenna se ve obligada a acogerse a una rutina que destroza todos sus sueños y la aleja lentamente de las letras. El trabajo en el que e...