🩶 | Despertando el mal

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Despertando el mal

Zithzar no se caracterizaba por ser un demonio particularmente amable o paciente, tampoco atractivo, amoroso o divertido. Por el contrario, tampoco se encontraba su mayor distinción en ser demasiado sexual o dejarse llevar por la codicia, no era vengativo. Nadie sabía nada de él, salvo Lucibeth y Lilibeth, quienes tenían la certeza de que esa distinción de su marido. Esa era particularmente salvaje, era controlador. Le molestaba cuando algo no salía como él quería.

Lucibeth lo perseguía con ahincó por todo el palacio, con la ira creciendo dentro de ella, pensando en que podría perder a su retoño. El único que habia mamado de su pecho y que descansaba en su presencia. Su único amor, nacido de la oscuridad que yacía en ella. Su marido caminaba por la estancia, de un lado hacia el otro. No con desespero, sino con coraje y rabia, siempre lo hacía para intentar aplacarse.

─No entiendo porque quieres ver las almas de ellos ─dijo suavemente, mientras sus ojos se quedaban posados en su marido─. De él ─dijo en un tono de voz casi inaudible.

─Con tu estupidez tampoco me sorprende que no lo entiendas ─dijo con desencanto mientras tomaba entre sus manos un pequeño frasco. Lo dejó caer a una estructura rocosa con forma de caldero─. ¿Qué ibas a saber tú si crees que puedes ser madre?

─No soy estúpida.

─Entonces eres imbécil ─dijo suavemente─. Las energías han cambiado, lo siento. Esa es la razón para verlos.

─Detesto como hablas de mí.

─A veces no lo parece ─dijo riéndose. Desenvaino su arma eterna, una saga de nombre Abyssi, la acercó a su brazo y fue cortando su pedroso cuerpo. Un corte de treinta centímetros del que comenzó a salir humo que bajaba hasta el caldero.

─Quisiera que me tomases enserio ─dijo suavemente. Iba a seguir quejándose, hasta que notó siete esferas luminosas levantarse sobre el caldero.

Las manos de Zithzar se dirigieron a la roja rápidamente. La tomó por unos segundos hasta que comenzó a ver algo. No era precisamente algo bueno, su boca se frunció en una mueca de desagrado. Volvió a dejar aquella esfera junto a las otras y se volteó a ver a su reina. Los ojos oscuros de él estaban envueltos en una sombra, lo que trajo temor a ella. Cada una de esas esferas habian sido regaladas a Zithzar por el cuervo pagano, como compensación por librarlo de una maldición.

Te concederé lo que más te importa. Lo que más quieres dijo el cuervo. Posó sus manos en el cuerpo de Zithzar. Izquierda en el pecho, derecha en los ojos. Hizo uno de sus hechizos.

Lilibeth había desenvainado su espada para defender a su rey. Ya estaban casados, aunque no era como si hubiese surtido algún cambio en las circunstancias. Lucibeth permanecía a un lado, con las manos agarradas. Tenía miedo, siempre tenía miedo al cuervo. Siempre preguntándose si esa cosa tenía nombre o que era. De donde habia salido.

─Poder. Decendencia. Control dijo apartándose. El cuervo parecía un hombre joven, de unos veintitantos años, con el cabello largo llegándole a la espalda baja y los ojos blancos. Parecía ser ciego, aunque Lucibeth no tenía ni un gramo de certeza para afirmar eso.

Exactamente ese fue el regalo del cuervo al rey demonio. Una caja con siete almas condenadas, siete sirvientes, siete hijos, siete con su misma sangre... siete príncipes del infierno. No tenían cuerpo para entonces, solo le habia dado el poder de despertarlos cuando quisiera.

─ ¿Qué es lo que viste? ─preguntó Lucibeth a su esposo. Su voz tembló, La mirada sobre ella la tenía asustada.

─Nuestro hijo dormía. Estaba atado por el cristal de aquella maldita bruja ─dijo, su ira empezaba a desbordarse─. Ahora está despierto. Molesto. Obsesionado.

Amante del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora