19. Amaranta...

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Dedicado a 

Bastián Volkov...

El mundo pareció detenerse. No escuché más, sólo recuerdo haber colgado y salir corriendo hacia el aeropuerto más cercano. La razón se había desvanecido; sólo quedaba una necesidad imperiosa de estar con ella. Al llegar, me enfrenté a la obstinada burocracia rusa, pero mi determinación no dejó lugar a negativas. Obligue, soborne, amenace e hice todo lo necesario, para lograr que un avión despegara en dirección a los Estados Unidos. Y solo conmigo a bordo.

El vuelo se vuelve una tortura. El tiempo se alargaba interminablemente, cada segundo es un martirio. Las malditas siete horas solo generaban en mí, millones de escenarios donde volvía a perder a Sam, a mi chica, a mi mujer.

No podía dejar de imaginar a Samantha, sola y desamparada, luchando por su vida. Finalmente, aterrizamos. Se hicieron las doce y cincuenta y ocho del mediodía, cuando llegué al hospital.

Al entrar, reconocí de inmediato a Alexandro, Vanessa y Natalie. La mirada de Alexandro, al verme llegar, fue de lo más fría, pude sentir lo mucho que le molestaba que yo esté aquí, sus celos apenas podían ser disimulados. Pero podía agarrarme las pelotas con ambas manos, ni él, ni nadie me van a impedir estar con ella, y por el bien de esos dientes tan blancos que tiene, le conviene estar callado. Natalie se mantenía en segundo plano, con una expresión de preocupación intensa. Vanessa era un caso totalmente distinto, al verme llegar sus ojos rojos e hinchados de tanto llorar, se posaron en mí con una súplica muy explícita.

-¿Cómo está? -pregunto sin preámbulos a morocha de ojos rojizos, ignorando por completo a los otros dos sujetos-

Vanessa trató de responder, pero sus palabras se ahogaron en un sollozo. Natalie fue quien habló.

-Está dormida, bajo sedación. Los médicos dicen que está estable, tiene dos costillas rotas, no llegue a tiempo... -su voz se quebró-

Sin más palabras, me dirigí a la habitación de Samantha, necesitaba verla. Pero al entrar en el cuarto, el corazón se me encogió al verla tan frágil, conectada a diversas máquinas que vigilaban cada uno de sus signos vitales y con una venda envolver todo su abdomen. Me acerqué y tomé su mano.

-Sam... -susurro, esperando algún tipo de respuesta, pero sus párpados permanecieron cerrados- ¿Porque lo hiciste Samantha?, ¿Que te provocó esto? Solo dímelo y haré que su presencia desaparezca de la faz de la tierra -sigo hablándole, sabiendo que no va a contestarme-

Siento un nudo en la garganta. No puedo soportar verla así. Me quedo a su lado durante unos minutos, hablándole suavemente, diciéndole cuánto la necesitaba y que saldrá rápidamente de esto. Pero sabía que debía salir, que había personas que debían de darme mis putas respuestas.

-Matare a la maldita y puta escoria que se atrevió a ponerte un dedo encima mi amor, lo prometo -acaricie su mejilla, maldiciendo al que le dejó la mano marcada en el rostro- Tratare de volver pronto muñeca -tome su mano y deje un beso en ella, luego deje uno en su frente y mire sus labios- Quiero que estés despierta para cuando me devore tu boca... -me doy la vuelta, encaminándome hacia la puerta-

Al salir de la habitación, Natalie me interceptó.

-Tenemos que hablar -dijo con firmeza-

Nos dirigimos a una sala de espera cercana, donde Vanessa y Alexandro ya estaban sentados. Natalie se aclaró la garganta, llamando así la atención de los otros dos, antes de comenzar.

-Hay algo que deben saber sobre Samantha -me miro- Algo que puede cambiar todo, pero antes tengo que confesarte algo que se-

-¿Qué es lo que sabes? -pregunte-

Me encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora