Capítulo 13

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Decir que salí corriendo de ahí es la descripción exacta de lo que ocurrió. ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué tengo estos sentimientos sobre John? ¿Son sentimientos o solo reacciones físicas?

—Tal vez debería renunciar —gruño con la cabeza apoyada contra el escritorio—. John va a volverme loca de todas formas.

—¿Terminaste? —mierda, olvidé que no estoy sola.

Levanto la cabeza para mirar a Jimmy, mi compañero de estudio para la exposición de la clase de Literatura Universal. El cubículo en el que estamos sentados está lleno de libros.

—Estoy algo distraída. ¿Te importa si seguimos mañana?

—No, por supuesto. —sonríe.

—Tengo que ir al trabajo. —me excuso, aunque no ha preguntado.

Miro la hora en mi móvil mientras camino hacia el estacionamiento. Es temprano, puedo hacer algunas compras antes de ir a casa de los Graham. Y la verdad es que busco una excusa para retrasar mi llegada al Lago Cunningham porque no encuentro la forma de evitar al chico que debo cuidar.

—¿Y si me reporto enferma? —gruño cuando entro al exclusivo residencial—. Muy tarde Liz, ya estás aquí.

Estaciono a Buck sobre la acera y paso la reja que delimita la casa. Toco la puerta después de unos segundos, pero Gisselle no aparece con su usual cara de pocos amigos.

Me recargo en la puerta para escuchar porque una melodía proviene del interior. Un piano. John debe estar tocando y Bertha no escucha la puerta.

—Genial.

Con algo de frustración, giro la perilla de la puerta y sorprendentemente abre. Alguien olvidó poner seguro, digo para mí misma.

Mis pasos lentos se detienen en el umbral de la sala para observar a John. Como lo supuse, está sentado frente al piano haciendo sonar una hermosa melodía de esas que le gustan.

Lo que no termina de gustarme, es el hecho de que la odiosa Gisselle está detrás de él, mirándolo con una gran sonrisa. Sus manos pálidas se apoyan en los hombros de John, pero él no parece afectado por la acción de la rubia. Observo como ella se inclina sobre su hombro y deja un beso en su mejilla. ¡Lo sabía! ¡Esa bruja! ¡Ella está enamorada de él, por eso me odia!

John deja de tocar al instante y se aparta de su toque con un movimiento demasiado obvio. Bien, ahora estoy enojada y necesito gritarle a alguien.

—¿John? —pregunta ella con demasiada confianza.

—Déjame solo.

—Pero... Yo quiero estar aquí, contigo.

—¡Que me dejes en paz! —le grita y aprovecho la ocasión para interrumpir.

Carraspeo fuerte y claro para llamar su atención.

—Lo siento tanto, ¿Interrumpo? —digo con fingida preocupación.

La rubia palidece un poco más, pero cuando me mira su rostro se torna rojo de furia.

—¿Qué no entiendes que te largues? ¡Vete! ¡John no te necesita!

—¿Segura? Creí hacer escuchado que es a ti a quien no quiere cerca.

—¡No lo dijo en serio! —gira hacia mí para enfrentarme.

—Oh, vamos. Ten algo de dignidad, Bertha... —ella me empuja, tomándome por sorpresa—. ¿Quieres pelear conmigo? ¿En serio?

Ella vuelve a empujarme y sonríe con arrogancia. Listo, se acabó, es hora de poner a esta chica en su lugar. Tomo sus trenzas y tiro de ella hacía la puerta principal.

—Ven conmigo, arreglemos esto al estilo Blair.

—¡Ah! ¡Estás loca! ¡Déjame ir! ¡John!

Cuando estamos en el porche de la casa, la empujo hacia una esquina y levanto mis manos en puños. La ventaja de tener un padre con cinturón negro en Kung Fu es que recibía lecciones de defensa personal gratis.

Le lanzo un golpe, pero antes de que pueda hacer contacto con su cabeza rubia, se agacha y se hace un ovillo en el suelo.

—¿Liz? —el chico de ojos grises aparece por el marco de la puerta—. ¿Estás bien?

—Yo sí, pero ella necesita una buena clase de modales. —le gruño y Gisselle se encoge más en el piso.

Me alejo de ella porque el enojo no me deja pensar con claridad, así que vuelvo mi atención al chico frente a mí.

—Siento mucho amenazar a tu novia.

—No es mi novia —frunce las cejas—. ¿De verdad ibas a golpearla?

—Si.

—Mierda, eso es sexy.

Estira su mano hasta tocar la mía, me sujeta con fuerza para llevarme dentro de la casa y hacia las escaleras.

—¿Qué haces?

—Shh.

Entramos a su habitación y cierra la puerta con seguro detrás de él. Okey... No estoy asustada.

—¿Qué se supone que...? —interrumpe mi pregunta cuando sus labios tocan los míos. Está besándome.

Sujeta mis mejillas para que no me aparte y lo que queda del enojo se evapora de mi cuerpo al instante. De nuevo esta sensación extraña en mi vientre, este hormigueo cada vez que tengo a John cerca.

La habitación está a oscuras, como cada tarde. Sus manos se meten por debajo de mi camiseta y me acaricia la espalda con mucho cuidado, o por lo menos creo que lo hace hasta que siento mis senos libres.

—¡John! —chillo cuando noto que desengancha mi sostén.

Se aparta para sacarme la camiseta por encima de la cabeza y él hace lo mismo con la suya, porque puedo sentir su torso desnudo bajo mis palmas. ¿Qué hace? ¿Qué hacemos?

—Espera... —jadeo, pero él me empuja hacia lo que supongo es su cama.

La oscuridad de su habitación me desorienta y tengo que aferrarme a sus brazos cuando siento que tropiezo con algo en el suelo. Me recuesta sobre la cama lentamente y se cierne sobre mi para besar mi cuello como lo hizo ayer, solo que está vez sus besos descienden hasta mis pechos, haciendo que el hormigueo se extienda por todo mi cuerpo.

—Elizabeth. —es ahora él quien susurra—. Eres lo mejor que me ha pasado.

Siento un nudo en la garganta por sus palabras. Este chico ha sufrido demasiado y la compasión crece en mi interior. No es lástima, es preocupación y cariño lo que siento. Deseo profundo de protegerlo.

Sus manos desabrochan mi pantalón y soy yo quien lo ayuda a deslizarlo por mis piernas. En cuestión de segundos, ambos estamos desnudos sobre la cama y lo único en lo que puedo pensar es en lo mucho que él me gusta.

Vas a ir al infierno, gruñe mi conciencia, pero la callo con los besos que John me da cuando finalmente se desliza entre mis piernas.

Luz y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora